—¿Cómo esperan que lo haga? —volví a echarme a llorar, dejándome caer sobre mis rodillas, y maldita sea mil veces cada lágrima que me caía por los pómulos. Ya estaban casi irritados de tanto lloriquear—¿Como pretenden que yo solo sonría, tenga una vida y actúe con normalidad mientras todo esto pasa?
Cypriam se apartó de mí con un suspiro saliéndole de los labios—Como lo hacemos todos
—Ya no quiero estar aquí —farfullé entre sollozo y el pecho me dolía
—La única salida es entender y enfrentarlo —musitó serio—, aunque el quedarte arrodillada donde estás y llorar también es una salida, solo que no te llevará a donde quieras ir, ese sendero tiene un solo camino
Sabía que se refería a la muerte, pero estaba demasiado atemorizada como para solo terminar su oración.
Extendió su mano y la puso delante de mí, dejándola al aire unos segundos—Te daré la mano, y tu decidirás el tomarla y continuar o simplemente no. Pero que te quede clara una cosa, en este mundo nadie va a brindarte la mano, nadie secará tus lágrimas y nadie va a salvarte la vida aparte de ti
. . .
Después de tantos gritos y lloriqueos me había reincorporado lo suficientemente bien como para regresar al coche, cada palabra que de su boca salía tenía sentido, en cambio, las mías no eran más que berrinches de una niña aterrada, pero ya no más.
Si mi única opción era defenderme yo iba a hacerlo, y el cielo era testigo de que estaba dispuesta a no derramar otra asquerosa y desgarradora lágrima más, no por esa razón.
Aún no caía la noche, pero eso estaba muy cerca. Mientras pasaba, nos encaminábamos por una carretera, por donde se divisaba agua grisácea moverse con furia de lado y lado, y el aroma a sal que se metía por la ventanilla rota era reconfortante.
Fuimos a detenernos a poca distancia de un muelle, en el que esperaban distintos botes, en tamaño y forma. El suelo de tabla resonaba a medida que avanzabamos, y por las rejillas entre cada tablón húmedo se podía ver como las olas del mal chocaban con las piedras de abajo, y formaban espuma que terminaba por salpicarnos un poco.
Un señor nos miró desde lejos y dio unos cuantos pasos hacia nosotros, mientras que Cypriam parecía caminar a él.
—Cypriam —saludó el hombre mientras él y el rubio se daban la mano con firmeza, en todo caso él me miraba a mí—¿Y la señorita es? —inquirió recorriéndome con la mirada.
No parecía de fiar, no sabía si por el tono calmado y oscuro de su voz o por la manera en la que sus ojos negros viajaban sobre mi cuerpo, como una serpiente escurridiza. Quizás eran simplemente ambas. Pero tenía clara una cosa, yo no iba a temer más, no iba a bajar la mirada, a guardar silencio, aun mis piernas temblaran de nervio.
Levanté mi mano para apretar la suya, de igual forma como él lo había hecho con mi escolta. Mi pecho se infló, procuré apretar mi barbilla y congelar la expresión de mi rostro—Agatha So...
—Agatha Soloviova, la hija de Nikolai —antes de que pudiera terminar o solo haber un roce entre nosotros, Cypriam se encargó de descender mi brazo sosteniéndolo de la muñeca.
—Una ochranný —dijo en voz baja mirándome a los ojos—, Rogger Petrov para servirle —inclinó su cabeza en forma de saludo, yo lo hice por igual, pero de forma más marcada.—. Hasta que Nikolai se digna a mostrarnos a su tesoro —continuó, con ambas manos en los bolsillos de su pantalón de vestir.
Los tres nos mantuvimos en silencio, nadie parecía muy seguro de qué tan cierta podría ser una oración que tuviera la palabra tesoro en ella, y a la vez a mi padre y a mí.
—¿Y a qué debemos esta inesperada visita? —al fin su vista se despegó de mi cuerpo, muy lentamente, y fue a parar al rubio que me mantenía un paso detrás de él.
—Un simple paseo —soltó el rubio.
—Este no es el mejor panorama para traer de cita a una muñeca tan preciosa como esta —me sonrió, y la forma en la que articulaba sus palabras y las dejaba salir minuciosamente, me causaba algo de repelús.
Una de las cejas de Cypriam se elevó, y el hombre de cabello amarronado y bien vestido sonrió con picardía, terminando por remojar sus labios.
—Sabes que me gusta bromear contigo
—Sí, y tienes un gran sentido del humor —ese comentario salió de la boca de mi escolta como piedra por su garganta, me hizo reflexionar bastante como alguien podía hacer que su simple presencia fuera tan insípida, y la del otro hombre tan de alguna forma grotesca.
—Bueno, pues diviertanse —nos divisó a ambos momentaneamente—, saludos a tu padre —dio una media sonrisa y se dio la vuelta—, y buena suerte
—¿Puedo saber qué hacemos aquí? —inquirí mientras le seguía hacia uno de los botes que esperaban allí.
—Ese hombre es primos y socio de tu padre —soltó de la nada y yo arrugué la frente. De un salto abordó el bote y al incorporarse correctamente, me tendió la mano para ayudarme a hacer lo mismo.
De un brinco algo torpe me encontré dentro sin su ayuda, dejando su manoo al aire y una expresión de duda en su rostro.
—Nadie me brindará la mano, nadie secará mis lágrimas y nadie me salvará la vida ¿Recuerdas? —di el reflejo de lo que pudo ser una media sonrisa— y ¿Como que el primo de mi padre?
—Pues sí, se mueve en negocios con él desde que Nikolai pasó a ser el jefe —me quedé al borde del barco, divisando los animalitos que eran arrastrados por las olas.
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Editado: 08.05.2020