Ella recordó el momento, cuando dejó de ser Misi Reveré, y todo el mundo le empezó a llamarla Melisenda Della Altavilla, era en Palermo, donde tenía que asistir por primera vez a la junta directiva de la empresa familiar de Altavilla. Ocho pares de ojos masculinos la miraron con indulgente benevolencia. Estaba confundida, no entendía bien qué esperaban de ella todos esos hombres con trajes caros. Lo único que Misi entendió fue que estaba destinada a ejercer el papel de una marioneta. El negocio de su familia estaba en buenas manos. Podría relajarse y disfrutar de la vida. La junta directiva se encargaría de todo por ella. Para Fran todo esto estaba bien, pero Melisenda, siguiendo los consejos de la vieja marquesa, no quería que nadie tomara decisiones por ella. Era la hora de crecer.
Ella esbozó una amplia sonrisa en su rostro y exigió un informe completo del año pasado. Se enfrentaba a una seria batalla por su independencia y quería que los presentes entendieran bien, quien era la jefa. Ella no iba a retroceder. La empresa ahora le pertenecía, como quería Annabelle. Esto significaba, que debería aprender a manejarla y si alguien no estaba de acuerdo siempre tenía opción de marcharse. Al principio sus declaraciones y órdenes fueron recibidas, como el capricho de una niña y después llego la presión y un claro rechazo, sobre todo de Antonio Cardini.
Era la hora del almuerzo, por eso su secretaria no estaba. Melisenda, los últimos dos meses, no tenía tiempo ni para comer. Estaba sentada en su silla, mirando los últimos resultados de las ventas y comiendo yogur, cuando un hombre irrumpió en mi oficina. Esto la cabreó, incluso quería gritarle, pero se dijo a sí misma: "Cálmate, ahora eres una verdadera dama, ¡contrólate!" Hizo precisamente eso, en lugar de pasar a la ofensiva, continuó sentada en silencio mirando al ordenador. El hombre estaba enojado.
– ¿Quién crees que eres? ¿la jefa? Si es así, ¡todavía tienes que llegar a eso y escuchar a la gente!
– Lo siento, pero no le entiendo, – tiró el vaso de yogur a la papelera y se levantó de la silla, porque mirarlo de abajo hacia arriba estaba más allá de su orgullo, que tanto le enseñó a ella Annabelle. Parecía que la mirada del viejo hombre, como una prensa, la clavaba en la silla.
– Oh, ¿ella no entiende? – se estiró él deliberadamente con descaro. – ¿¡Por qué te estás poniendo en ridículo!? ¡Sabes muy bien que nunca serás la verdadera jefa aquí! ¡El consejo no te aceptará! No eres nadie para nosotros, ¡lo tienes claro! ¡Así que no intentes intimidarnos! ¡¡No eres nadie aquí!!
– ¡Terminó, señor Cardini, ahora escúcheme! ¡No me importa si me aceptaron o no! Ahora yo soy la jefa aquí, y quién trabajará aquí y quién no, ¡yo también lo decidiré! ¿Le queda claro?
– Sí, lo tengo claro, pero si vas a tratar al personal de esta manera, te quedarás sola.
– Para su información, señor Cardini, no trato a todos así, ¡sino aquellos quien no quieren cumplir mis ordenes!
– ¡Ay Dios mío! – el hombre se sentó en una silla y puso las manos en la cabeza. – ¡Qué ha hecho Annabelle! ¡Puso una niña prepotente y necia a la cabeza de la empresa! ¡Estás destruyendo todo, con tus estúpidas ordenes, todo lo que la familia Altavilla ha creado durante muchos años!
– Entonces, en lugar de gritarme, mejor ayúdeme, – inesperadamente, incluso para ella misma, le dijo Melisenda. – ¡Ayúdeme a convertirme en una verdadera jefa! Sé que era la mano derecha de Annabelle y su mejor amigo. Y si no es por mí, al menos por ella, ¡ayúdeme! Yo no quería esta empresa, pero Annabelle lo quiso así. No piensa, no soy tonta, lo entiendo todo, pero para mí sola es muy difícil. Tiene razón, ¡no me aceptaron aquí! ¡¿Y qué hago?!
Lo dijo todo con tanta ternura y tristeza, que incluso lo sorprendió. Después de todo, el lema de la vieja marquesa: "¡Nunca pidas ayuda!", no siempre funcionaba. Necesitaba ayuda y no perdía la esperanza, que este hombre debería ayudarle, al menos por la memoria de su amiga.
¡Y no se equivocó! Su tono y su repentina concesión suavizaron el corazón del hombre intransigente. Sentado en la silla, guardó silencio un rato, como si considerara su petición. Pero Melisenda entendió eso, lo hizo para ganar tiempo, haciéndole saber que estaba haciendo lo correcto al concluir una tregua con él.
– Bien. ¡Estoy de acuerdo! – respondió finalmente y sonrió afablemente.
– ¡Gracias! – gritó, y besó a Antonio Cardini en la mejilla, y este gesto suyo se convirtió en la clave de su amistad.
– Pero con una condición, – agregó el viejo.
– ¿Bajo qué condición? – preguntó.
– ¡Harás lo que te diga!
– ¡Pero solo dentro de lo razonable! – Afirmó Melisenda.
Antonio Cardini resultó ser un buen maestro y, lo más importante, un buen amigo. A decir verdad, Melisenda sentía una especie de simpatía por él, o más bien un apego parecido al amor. Naturalmente, no como a un hombre, sino como a un padre, o más bien como a un abuelo. Este hombre le recordaba de alguna manera a Annabelle. Él también era fuerte e inflexible, pero increíblemente honesto y justo. Tenía autoridad en la empresa, y quería compartirla con Melisenda y que necesitaba, porque estaba en Sicilia, donde nadie entendía, porque ella y no Francesco estaba dirigiendo la empresa.
Gracias a Antonio, ella se convirtió en una verdadera jefa al cien por cien, por así decirlo LADY BOSS. Incluso hizo que su juventud y atractivo funcionaran por conseguir lo que quería. Descubrió su valor. Notaba muchas veces que, durante las reuniones, la miraba con una mirada satisfecha, dándose cuenta, de que había logrado el éxito.
Y luego, un día, cuando, después de una reunión regular, ellos se quedaron solos en la oficina, él dijo:
– Sabes, ahora entiendo, porque Annabelle te dejó la empresa, ¡estás lejos de ser estúpida y tienes carácter! Ahora tendrás la fama de ser una perra, pero una perra inteligente y muy hermosa.
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Editado: 02.09.2021