Fuimos con Mariel a un restaurant bastante cool que estaba cerca de la oficina, nos sentamos y Mariel comenzó con una perorata monótona y lacrimosa.
- Estoy recansada, Isi. Copitelli me hace trabajar mucho. Es impresionante la cantidad de reuniones que tiene. Y encima me encierra en la oficina y te imaginarás lo que pasa.
- No, no me imagino.
- ¡Ay, Isi! Vos viste como es Copitelli, es un tipo muy fogoso. Quiere sexo todo el tiempo, y yo hay veces que no quiero, pero bueno, lo satisfago como puedo. Es tremendo. Igual viste que últimamente viene un poco más presentable y está tomando menos.
- Sí, de eso me di cuenta. Aparte la verdad que con esos trajes que se pone parece y artista de cine, parece de Hollywood.
- Sí, es tan lindo mi Copi.
Mientras hablaba con ella o mejor dicho, la escuchaba, me acordaba de todo lo que me había dicho Jorge, y en algunas cosas tenía razón. Pero cuando uno se enamora se olvida de ciertas cosas, las barre debajo de la alfombra, vemos a esa persona sin defectos aunque tenga un catálogo como para elegir a piacere. El almuerzo terminó con Mariel hablando y hablando hasta el final, hasta la puerta de la oficina mientras yo la escuchaba, y la miraba, embobado. Me di cuenta que Copitelli no le prestaba demasiada atención, se notaba a la legua que el tipo no la escuchaba y que solo la tenía para pasar el rato, aparte con su juventud, y su forma de ser, se notaba que no quería tomarse nada en serio, y por lo escuchado tampoco se tomaba en serio su trabajo, era todo una gran farsa, una pantalla, solo para usufructuar los beneficios que da un cargo de semejante envergadura, bueno, como pasa casi siempre en todos lados. Es todo muy careta, me hago el serio, me pongo un lindo trajecito, hablo un par de pavadas con cara seria como si lo que digo fuera lo más importante en el mundo y listo, que el laburo lo hagan los demás. Así funciona.
Terminó la jornada y me tomé el colectivo con Jorge. Seguía como enojado conmigo, o mejor dicho, con la vida. Le conté lo que había hablado con Mariel en el almuerzo.
- Mirá, Isi. Yo ya no te puedo decir nada más. Te diga lo que te diga vas a seguir con tu tesitura y no te critico por eso, todos alguna vez hicimos ese triste papel.
- ¿Triste papel? ¿Por qué sos tan cruel conmigo?
- No soy cruel, te digo la verdad y en tu cara. Encima la mina te cuenta que Copitelli se la coge en la oficina sabiendo lo que vos sentís por ella. Pero claro, el cruel soy yo.
- Lo que pasa es que somos amigos.
- ¡Dejate de joder que ya estamos grandes! Te vas a acostumbrar a esa situación y cuando te quieras dar cuenta va a ser tarde. Vas a estar metido más que ahora siendo como un bufón para ella, una oreja que usa cuando a ella se le cante.
- Yo no lo veo tan así, ella me quiere.
- Ya me vas a dar la razón. Y como te dije, uno se acostumbra a todo. MIrá, el otro día lo fui a ver al hospital a “El loco” Juan, ¿Te acordás?
- ¡Claro que me acuerdo! ¿Qué le pasó?
- Lo cagó a palos una patota del barrio donde él vive, Siempre anduvo en la pesada él, yo por eso dejé de frecuentarlo. Bueno, te contaba. Lo fui a ver al hospital. Cuando entré a la habitación había un olor a mierda que te volteaba, te aseguro que me agarraron arcadas, casi vomito. Y mirá que yo no soy flojo con esas cosas, pero el olor era insoportable.
- ¡Qué asco! Yo me muero ahí mismo.
- Bueno, atendeme que sigo. Obviamente yo me hacía el boludo y no le dije nada a él. Igualmente está bien, está consciente. Me puse a hablar con él de nuestras cosas. ¿Y sabés que pasó?
- ¿Qué?
- Llegó un momento en que no sentía más el olor a mierda, era como que había desaparecido.
- Habrán tirado desodorante, algo.
- No, me había acostumbrado al olor, el olor seguía en el aire pero yo ya no lo sentía, no me molestaba. En la habitación podía haber olor a mierda o podrían haber tirado el mejor perfume francés que yo no sentía nada, no solo yo, nadie. Eso es lo que te quiero decir, vos te vas acostumbrar a esta situación de mierda donde te está colocando Mariel, y en la que vos te dejás colocar con tal de estar con ella, con tal de estar cerca de ella. Isi, ¿Sabés lo que veo?
- No.
- Lo veo clarito, tenés un muro enfrente y vos seguís acelerando con la fe de que el muro se va a correr, los muros no se corren, Isi. Los muros se esquivan. Y si no tenés por donde esquivarlo, frenás y te das la vuelta. Y yo a vos no te veo dispuesto a hacer ninguna de las dos cosas.
- Yo no lo veo tan así, estoy seguro de que Mariel un día de estos se va a cansar de Copitelli y lo va a mandar al diablo, y ahí voy a entrar yo en escena. No hay nadie tan cercano a ella como yo.
- ¿Y vos te crees que esa cercanía te da un poco de chance? A veces uno cree estar cerca de algo o de alguien y en realidad estás más lejos que lo que pensás. Está claro, la mina te dijo que son amigos, vos le dijiste que estaba de acuerdo, con tal de estar cerca de ella, y la mina te trata como un amigo. Cuando una mujer te cuenta sus experiencias sexuales es porque, justamente a vos, no te veo como objeto de deseo. Está clarísimo.
- Vas a ver que el tiempo me va a dar la razón. Vas a ser el padrino de la nuestra boda.
- Sabés lo que te quiero, Isi. Sos mi hermano, sos todo para mí, y no sabés las ganas que tengo de estar equivocado, las ganas que tengo de equivocarme y que me digas el día de mañana, << Viste, Jorge. Yo tenía razón>>
- Eso ya lo sé, ni hace falta que me lo digas. Pero, poneme una fichita, dale.
- ¡Ja! Yo pongo una fichita. Como en la ruleta, pongo una fichita en un número, la última ficha. Es un número contra treinta y seis.
- ¡Bien!
- ¿Bien? ¡Ja!
- ¡Claro qué bien! Vos lo dijiste, es uno contra treinta y seis. O sea que una posibilidad hay, existe.
- Sí, es verdad.
- Y sé que alguna vez te paso de jugar así y ganaste.