Una ciudad llena de delirios, sueños fantasiosos, y desgastadas personas que quisieron éstos sueños: sueños fáciles, apuestas, mujeres de la vida alegre, mal vivientes, embusteros, atracadores, violadores, pastores, curas, embaucadores, mejor dicho, el germen de la sociedad.
En un edificio abandonado se hizo escuchar una voz – mi señor Vapula, creo que se nos ha abandonado, no debimos confiar en Samael – el alado Vapula miró con desprecio a su subordinado Nybbas. Se levantó mirando a sus veinte soldados sobrevivientes en los que se encontraba Belfegor - ¿acaso dudan de nuestro señor Samael? Acuérdense de quién nos libró de nuestras ataduras, estábamos condenados a servir a un Dios y sus caprichos, más ahora somos libres de escoger el camino – Todos levantaron sus espadas y gritaron como quien dice: estamos listos para morir por causa de nuestro señor.
Todos marcharon contra el enemigo que los superaba en número. El señor alado tomó su lanza y de un solo tiro mató como a treinta. Los demás soldados del señor Vapula siguieron su ejemplo y empezaron a pelear con todo, mientras Nybbas se escondía entre los escombros; temblaba de miedo, su risa de bufón había desaparecido de su rostro. En ese instante unos diez soldados enemigos lo rodearon, se rieron y sin piedad atacaron, pero al clavar sus espadas el cuerpo del bufón explotó como una piñata. En vez de salir dulces, salieron cuchillos y dagas que acabaron con la mayoría. De los pocos que sobrevivieron al ataque sorpresa fueron asesinados cortándoles el cuello por Nybbas, que se había vuelto invisible.
Belfegor creaba una especie de humo que volvía lento a los enemigos, mientras los otros soldados los mataban. Cada vez que hacía esto, bostezaba. De repente un soldado enemigo intentó acuchillarlo. Belfegor evitó el cuchillo como en cámara lenta, le tomó el brazo y sin el menor esfuerzo lo jaló haciendo que cayera en frente suyo, luego le puso el pie en la cabeza, arrancándole el brazo y desnucándolo.
Después de una larga y a trajeada batalla, los pocos sobrevivientes del señor alado Vapula se encontraron perdidos, pues ya estaban exhaustos para continuar. Superados en número y en fuerzas cerraron sus ojos, como quien medita en paz y decide tomar su destino. Uno de los soldados gritó – miren – y como un rayo de esperanza se iluminó el agotado rostro de Vapula. En ese instante, aparecieron las tropas demoniacas, que acompañadas de Paimon, un rey infernal hermafrodita que montaba un dromedario. Venía acompañado del mismísimo guardaespaldas de Satanás, Adramelech dios del sol. Éste lanzó una poderosa esfera en llamas que acabó con más de la mitad de las tropas enemigas. Los soldados enemigos trataron de huir, pero los aliados los empezaron a cazar como presas, y a matarlos despiadadamente. Luego de la desesperante y angustiante guerra, Adramelech buscó al líder de los pocos sobrevivientes enemigos que quedaban. Resultó ser Ayperos, un príncipe de los infiernos. Adramelech lo iba a matar sin misericordia, pero Paimon lo detuvo – el líder hay que llevarlo con nuestro señor Belial – Adramelech miró a Paimon, hizo un gesto de repugnancia – de acuerdo, lo llevaremos a Samael, pero ¿qué hacemos con los otros soldados enemigos? – una voz fría, sin piedad, atemorizante incluso para los mismos demonios, se hizo escuchar – tranquilo yo me encargo – Adramelech y Paimon voltearon a mirar de dónde venía la voz. Acompañado de tinieblas espesas como la lava y unos ojos blancos sin mancha alguna, apareció el famoso Nergal, dios babilónico; un despiadado demonio con un inmenso poder, casi a la par al de Adramelech. Paimon temblaba ante su presencia. Nergal lo miró, se acercó y le gritó en la cara – ¡bu! – Paimon se aterrorizó tanto que cayó de su dromedario. Nergal rió con una risa tan macabra que, hacía temblar a todos los demonios, a excepción de Adramelech. Nergal observó cautelosamente al guardaespaldas de Satán, - debes ser muy poderoso para no temblar ante mí – Adramelech se puso firme, no dio ni un paso atrás, aunque el frio producido por Nergal lo invadiera. Nergal se conmocionó al ver esto, sorprendido dijo - ¿qué tanto poder ocultas? – Adramelech se encendió en llamas y luego se apagó. Miró fijamente y dijo – más que este – Nergal se sonrió, caminó por su lado sin basilar, y se acercó a Ayperos – traidor, por Alá quisiera tomarte como mío, y no de un buen modo. Te arrancaría cada parte de tu cuerpo con el detenimiento suficiente para gozarte como puta – luego lo tomó del cuello lanzándolo a los pies de Paimon – llévenlo con mi señor Lucifer - Paimon con mucho miedo tomó a Ayperos y lo subió a su dromedario y acompañado de Adramelech se marcharon junto con sus tropas.
Nergal ordenó a todos los sobrevivientes del ejército de Vapula que se marcharan a descansar, para recuperar las fuerzas y que, por ninguna razón lo interrumpieran mientras desmembraba vivos a los demonios traidores.
Dos días después, Paimon y Adramelech llegaron ante su señor Samael. Se postraron ante éste. Luego de que Samael moviera su mano, se levantaron. Paimon bajó del dromedario a Ayperos y lo arrodilló ante Samael. El señor se levantó de su trono, tomó el rostro de Ayperos, lo miró fijamente y dijo - ¿por qué un príncipe se ha rebajado tanto para irse en contra de su señor? – Ayperos temblaba de temor, pero se llenó de valor, miró al rostro de Samael y le escupió. Samael se carcajeó, se limpió el rostro y lo golpeó con una patada que lo mandó al otro lado del templo, azotándolo contra la puerta. En un cerrar y abrir de ojos, Samael ya estaba de pie al lado de Ayperos, lo tomó del cuello tan fuertemente que le desgarró la cabeza. Al ver esto, Satanás soltó la cabeza, se limpió las manos, miró a Paimon y a Adramelech – Paimon ve y dile a Baalberith que envíe a algún vampiro ante mí –
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Editado: 21.02.2018