Pase muchos días observando a la mujer que se había denominado como el jardín de las flores. Su rostro no aparentaba más de veinticinco años, la piel canela de su rostro era pulcra a pesar de los descuidos del lugar, un cabello grueso y ondulado hasta la cintura, y unos ojos grandes y expresivos que se movían hacia los lados todo el tiempo como si tuviese algún delirio de persecución. Con meticulosidad y agradeciendo a Dios del poco personal de cuidado en ese lugar, tuve la oportunidad cautelosa de fotografiar tantas cosas y personas, incluyendo al jardín de las flores. Cosas, sucesos y personas que para mí eran oro, sin embargo, para alguien más estarían mirando el infierno mismo, un campo de exterminio, un palacio de muerte.
En aquellas fotografías estaban plasmado el sufrimiento y martirio a su máxima expresión. Algo que si volvería a ver, seguramente partiría en llanto, los rostros en súbita tortura y perpetuo miedo, el hambre, olor a muerte y una escasez de luz que contribuía a ser más terrorífico. Era poco para describir la Castañeda y lo mucho que había pasado. En ese momento me sorprendí conmigo misma por durar viva tanto tiempo, pero sin duda, cuando lograra salir, los recuerdos me harían volver a vivirlo, las cicatrices perdurarán para siempre. Estaría toda mi vida en completo calvario, a golpe de recuerdo, estaba perdida porque entonces comprendí que recordar es inevitable, siempre lo tendré en mente. Siempre.
El patio estaba apagado sin la compañía del viejo, me carcomía la intriga pero era un poco reconfortante saber que Trinidad y Rengo estaban ayudando con su búsqueda, suspiré una y otra vez con insistencia pues el pensar en otras posibilidades sentía que me faltaba el aire. La presencia de jardín de las flores me había sacado de mis pensamientos, se trenzaba el cabello con los dedos mirando hacia arriba sonriendo con aferró, con tan sólo dar unos pasos llegué hasta ella y la saque su trance rápidamente.
— Hola, somos del mismo pabellón — Salto de sorpresa y me miró con recelo y desdén recorriéndome con la mirada y una ceja arqueada — Buenas tardes, señorita — fruncí el ceño, no la recordaba tan afable, si no espontánea y parlanchina. Titubee unos segundos y contiene — Soy Victoria
— Un gusto — me ofreció su mano — Hortensia Archundia, viuda ¿Y usted?
— Soltera.
— Debería darse prisa, a su edad yo ya estaba casada y con hijos... — ¿Donde más había escuchado eso? — Bueno, más bien hijas, todas mujercitas Dios no quiso darme varones.
— ¿Ah, si? — pregunté fingiendo interés
— Así es.
— ¿Por qué no me las presenta? — ella río con mofa — ¡Ay, muchachita! — exclamó — Eso no es posible, yo tengo el control ahora.
—¿ El control? — pregunté
— Pero ya has conocido a una de ellas, Margarita.
— Ehhh — exclamé no tan segura.
— Ella es tan...habladora, mojigata y entrometida ¡Igual que su padre! Quiere convertirse en monja. Para ello todo es pecado.
— ¡Oh, si! Ya la recuerdo — Exclamé al recordar.
— Se parece tanto a usted — Bromee. La mujer quitó la sonrisa déspota de la cara y me miró con el mismo anterior desdén.
— ¿Te burlas de mí?
— ¿Perdone?
— Me tomas por idiota.
— No, señora.
— No sé parece a mí. Somos la misma.
— La...¿Misma? — Pregunté con el rostro crispado y las cejas juntas. Apareció con espontaneidad un manojo de nervios y temor juntos asfixiándome la garganta.
— Así es. Yo y mi hija vivimos en el mismo cuerpo, al igual que mis otras hijas; Azucena, Rosa, Camellia, Dahlia y Jazmín. Dios colocó siete almas en un solo cuerpo físico.
— Entiendo — Sentenció con un hilo de voz mientras daba pasos pequeños para alejarme lentamente.
— No, no lo entiendes — Aseguró — Es por eso que estamos aquí. La demás gente no nos entiende, y no lo harán nunca. ¿Cómo es posible? Sabiendo que la ciencia está tan avanzada, y aún no pueden comprender que más de un alma puede caber en un cuerpo físico, tantos estudios y te explican que no hay explicación y es más fácil considerarte un loco, pero ellos no saben que somos más poderosas y que el cuervo vendrá pronto, y emprenderá su vuelo y seremos libres.
— Válgame...— Exclamé con los ojos sin parpadear y bien abiertos por la reacción de mi terror. La mujer me miró, y cerró los ojos con fuerza, y se aferraba por luchar a un sentimiento que se iba rápidamente. Gruñó y cubrió su rostro rápidamente — ¡No! — Gritó, yo salte — Espera, no te asustes — Sonrío con sinceridad y el temple de su rostro cambio rápidamente — No te asustes, pido disculpas por mi madre, ella está desesperada. Me llamo Azucena, la mayor de sus hijas — Y de nuevo me ofreció la mano para saludar, pero esta vez la dejé con el brazo estirado en el aire. Estaba horrorizada y mi cuerpo comenzaba a temblar, la mujer notó mi desprecio hacia su saludo y sonrío furiosa está vez era sorprendente el como podía cambiar la mueca de su rostro tan rápido — ¡Está bien!— Bramó, yo salte — No la saludes, se cree la mejor de todas porque es la consentida de mi madre. A mí ni siquiera me dejan tomar el control, solamente cuando tengo oportunidad. Siempre me dicen Jazmín esto, jazmín aquello. ¡Bah!
— ¡Ya cállate!— Grite y sacudí mis pensamientos. Mis pasos eran menos cautelosos, tragué saliva, mire por última vez los ojos desorbitados que poseía esa mujer que me habían perturbado inverosímilmente. Sin importarme absolutamente nada más que yo, corrí hacia dentro, al área común para mantenerme en resguardo. Mi aliento se agitó y cada vez que cerraba los ojos, el rostro horrido de esa mujer atormentaba mi calma. Un apretón a mi hombro derecho me hizo saltar de pavor, grité continuamente y al girar me encontré con Trinidad que me miraba extrañada, mi rostro crispado derrochado de terror y sonrío contagiandola de ese mismo miedo con espontaneidad —¿ Que te pasó? — mi aliento agitado no me permitía contestar con palabras pose mi palma en mi pecho — Estás pálida, parece como si hubieses visto un fantasma.
— La vi, Trinidad, la vi — por fin pude hablar con la voz tambaleante y nerviosa —¿A quién? — preguntó
— A...a...— olvide su nombre momentáneamente y chasquee los dedos para estimular a mi perturbador cerebro a contestar — ¡A esa mujer! — contesté sacudiendo mi mano — El jardín de las flores
— Oh — exclamó con naturalidad —¿Y?
— La vi cambiar de nombre y comportamiento, ¡Fue aterrador!
— Sí, lo es — dijo con tranquilidad, fruncí el ceño — La primera impresión nunca es fácil.
La mire llena de miedo aún — Ya pasó, no te preocupes — tomó mi hombro de nuevo, di un último suspiro, el más grande dejando salir fragmentos de perturbación que se habían atorados en mi pecho — Te estaba buscando, don Gilberto está bien.
Abrí los ojos tanto que creí que mis globos oculares se saldrían de su lugar — ¿Cómo lo sabes?
— Rengo escucho que su hijo vino por el. Se lo llevó. Esta en casa.
— Eso no es garantía, su mismo hijo lo interno aquí.
— Supongo que en verdad lo asustaste con esa llamada.
— Tenemos que asegurarnos que está bien — Trinidad bufó — Hablemos de otra cosa, por favor — Dijo fastidiada.
Arquee una ceja y mi impertinencia se encendió. Tal parecía que mi boca no estaba sujeta a mi cordura, sin filtro de ninguna índole de ser considerada — Está bien. Me quedé pensando en lo que me contaste
— ¿Qué?
— Sobre del porque estás aquí — Revoloteo los ojos. Mi necedad era extremadamente insoportable, en esos momentos comprendía exactamente porque decidí en convertirme en periodista.
— Ya te lo dije.
— Dijiste que te enamoraste de un hombre pero a ti te gustan las mujeres — Dicho esto, se giró hacia a mi y terminó el gesto de ofensa abofeteándome tan fuerte que me hizo caer al suelo. Yo la mire desde arriba y se inclinó hacia a mi.
— ¡Cállate! — vocifero en mi rostro salpicándome de fragmentos de saliva, su furia entintaba su rostro de un color rosado.
— ¿Por qué te ofendes? — pregunté aún tirada en el suelo, sosteniendo mi mejilla palpitante, casi preocupada de soltarla y que se cayera al suelo — ¡Es lo que eres! No está mal — Seguí con la voz Tropezando las palabras, y mi tono de voz había sido invadido por un nudo en la garganta como si quisiera llorar. Me tomo de los hombro y me sacudió con fuerza, haciendo presión en los mismos — ¡Cállate! — Volvió a decírmelo con agresividad.
— ¡Me estás lastimando!
— ¡Deja de decir pendejadas, entrometida de mierda!
— ¡No me insultes!
— ¿Quieres saber todo, verdad? Te lo diré todo — Se arrodilló y me tomo de la quijada con fuerza, mientras dejo la otra mano en mi brazo y me hizo girar la cabeza a interceptar a Magdalena que se paseaba con su ya acostumbrado crucifijo oxidado.
— Empecemos con Magdalena, ¿Te parece?
— Suéltame — apenas pude decir por la presión en mi mandíbula. Su agarre me había dejado completamente inmóvil.
— Magdalena Sánchez Parra. Está aquí desde 1925, toda una veterana, ¿O no? — Comenzó mientras yo pataleaba y trataba de sacarme de su agarre tan brusco — Tiene 47 años, nació en 1910, ¿Te imaginas por cuántos loqueros ha pasado? Pero según el idiota de Tomás Palacios es esquizofrénica, como tú — Se burló — Su mamá era una prostituta que después terminó haciéndose una hipócrita fanática religiosa pegada a una iglesia, a los siete años, miró como su madre se cogía al párroco de la iglesia. Después al asqueroso ese, ya no le era suficiente su mami y comenzó a violarla a ella y así fue durante siete años. Su madre nunca hizo nada para defenderla, y a los 15 vuelta loca lo mató apuñalándole la garganta con un crucifijo, el mismo crucifijo que lleva siempre en las manos ¿Lo ves? — apretó mi mandíbula más. Dolió como el infierno. Trague saliva al escuchar su relato, y poner atención en el crucifijo de metal oxidado que había cargado durante años — ¿Te das cuenta? No eres nada, ni siquiera buena periodista. Tu vida no es interesante como la de nosotros, por eso te interesas en la de los demás — Soltó mi hombro y poso su mano en mi cuello haciendo presión. Con dificultad el aire trasminaba — No tienes la capacidad de sacarle la información a los demás con sutileza. Solo la ambición te ha traído aquí, eres una basura quemada por dinero y atención.
— Suéltame... ¿Que te pasa? — Musite asfixiándome, sintiendo lentamente como me quedaba sin aire. Seguía pataleando y al apretar los ojos, levante una de mis manos y con mis uñas largas y descuidadas, rasguñaba sus manos para que soltara mi mandíbula y cuello — Trinidad...—Lo estaba logrando al notar que se quejaba de dolor por mis rasguños pero poco a poco me debilitaba por la falta de oxígeno. Creí que iba a morir pero Trinidad pronto cayó al suelo cuando Mudo la tomó por los cabellos y la lanzó lejos de mi, azotando su cuerpo hacia el lado izquierdo. Yo me hinque con la espalda encorvada hacia al suelo, tratando de recuperarme tosiendo con fuerza, Trinidad se puso de pie y levantó los brazos al notar que mudo seguía delante mío.
— Está bien, ya me voy — río con el aliento agitado y se marchó no sin antes dedicarme una sonrisa malévola mientras yo seguía tosiendo recuperándome de la calurosa conversación. El grandullón me levanto sin esfuerzo y me miró con el entrecejo fruncido, de mi boca salía una línea de saliva que moría en el suelo. Él se acercó y con el dorso de su gigantesca mano limpio mi boca y mandíbula ensalivada — Ya, ya estoy bien — con la voz ronca conteste apartándolo de mi y limpiando yo misma mi rostro pasando la mano desde mi boca hasta mi barbilla. Me miró, levantó una ceja junto con las manos haciendo referencia a una pregunta; "¿Qué pasó?" Tarde unos segundos en entenderlo y respondí — No pasó nada.
Su respuesta fue hacer un gesto con los ojos entrecerrados llenos de desconfianza e Incredulidad.
— De verás — Insistí tosiendo por última vez recuperándome completamente de aquel altercado. Suspire y Mudo me llevo adentro está vez sin forzarme a nada.
Editado: 05.11.2019