El Palacio Del Infierno.

Parte XVI; Del Hijo...

Desde el suicidio de esa mujer no había podido estar tranquila, era otra totalmente, vivía con un inquisidor tormento y el recuerdo turbio y macabro se había mantenido  alojado todo el tiempo en mi cabeza, por las noches despertaba de un salto continuamente de un grito, soltando patadas y manotazos, azotando me contra el catre empapada de lágrimas y sudor, completamente perturbada evocando los detalles más repulsivos y macabros que una muerte puede tener. Solo podían tranquilizarme los enfermeros tratando de dejarme quieta y controlarme inyectándome directo en las venas calmantes, solo así podía dormir. 
Quizás estaba sugestionarme, pero después de su muerte el escaso césped que crecía con vigor y brillante color verde dejo de ser hermoso y marchitó volviéndose seco y quebradizo, al igual que las hojas del árbol debajo de la banca cayeron dejando al desnudo, y exponiendo las ramas, lo cual ayudaba a ser un lugar más lúgubre, o quizá era coincidencia y el otoño había llegado, o quizá ahora sí, había enloquecido. »Quizá, quizá...« 
Mi humor se había quebrado, poseía un temblor en las manos que no me había abandonado todavía, sentía una opresión en el pecho, un torrente de nerviosismo infinito y un tremendo miedo de literalmente morir, me había vuelto retraída y no podía pensar en otra cosa más que un cráneo reventado. La desesperación me llenaba al ver mi mano temblar sin control mientras sostenía la cuchara, la trayectoria del plato a la boca era impotente, bufé de fastidio y arroje la cuchara al plato. Nunca había sido tan difícil tratar de controlarme, para terminar con mi turbia ansiedad. Trinidad apareció y se sentó en frente a mí. Reaccioné  y la mire con desdén. 
— Malagueña— sonrío de dientes para afuera. Revolotee los ojos y apreté la lengua contra el paladar. 
— ¿Por qué has estado evitándome? 
— ¿Qué quieres? 
— Seguir platicando nomás. Dejamos una plática pendiente, tengo algo que contarte — levantó la ceja. 
— Lárgate. 
— Oh — empalmo un puchero falso — ¿Ya no te caigo bien? — pregunto con sorna cínica. 
— ¡No, ya no! — exclamé.  
— Oh, es una lástima. Está vez si iba a contarte todo lo que quieres saber. 
— No hace falta. Ya déjame en paz 
Suspiro — ¡Ay, malagueña! Mira en la mierda en la que estás metida, solo por querer un poco de atención 
— ¿Que dices? — Levante la mirada y apareció un nudo en la garganta que rápidamente me ahogaba. 
— Te falta experiencia. Estás muy verde aún, quisiste comerte el mundo a mordidas, correr antes de aprender a caminar... 
Suspire con los ojos mojados — Solo eres  periodista porque un pedazo de papel en un cuadro  que cuelga de la casa de mami lo dice, pero no lo eres en la práctica, eres demasiado confiada para serlo. 
— Cállate — advertí arrastrando una voz quebrada. 
— Piénsalo,  un ejemplo de esto es aquel policía de cuarta. 
— ¿El que tiene que ver? — pregunte con las cejas juntas. 
— No sabes nada de él. Sin embargo, el sabe todo de ti. Tu le has confiado todo, le has puesto en bandeja de plata infinidad de cosas. 
Carraspee la garganta, frunciendo el rostro pero no pude responder nada — ¿Qué sabes tú de el? Además de su nombre y que es policía. Bien puede jugarte una canallada. 
— No es cierto— Y me levanté de la silla dejándola con la palabra en la boca. 
— ¿Ya no quieres ser mi amiga? — Me detuve, suspiré y gire a encararla. Me quedé estática, moje mis labios con la lengua, suspiré y negué levemente con la cabeza. Le di la espalda totalmente sin dejar de negar con la cabeza y grito — ¡Entonces no sabrás quien ha llegado! 
Me pause, entrecerré los ojos y me llene de extrañeza al escuchar su comentario porque todos los días llegaban personas nuevas, no era nada peculiar y por ende, tampoco era tema de conversación y concluí que solo  trataba de distraerme y estaba usando un argumento bastante pobre. 
— Tendrás más de que escribir en tus hojitas — La sorna volvió. Junte las cejas y di un medio giro a encararla de nuevo. 
— ¿Qué? — pregunté aún con las cejas juntas y  la boca torcida. Carraspeo la garganta y saco un tabaco — No es algo raro que lleguen nuevos, lo espeluznante es de quien  de trata — Se rio con los ojos cristalinos, yo fruncí el ceño de nuevo confundida 
— ¿Qué estás diciendo? — pregunte. 
— Si, si, si — exclamó — Ni tampoco lo más interesante es quien, sino en que pabellón lo metieron. 
— Te estás yendo por las ramas. Dilo ya — dije con desespero. 
— Una mujer alcohólica — respondió sonriente. Revolotee las cuencas llena de fastidio y di media vuelta — Y un asesino — prosiguió con la voz inundada de terror. Detuve mi paso pero aún seguía dándole la espalda, me tomé las manos y jugaba con mis dedos unos con otros. Apreté los ojos y me decidí a volver a girar a mirarla.  
— Llegó ayer por la mañana — la mano con la cual portaba su cigarrillo se sacudía de súbito pánico. Moje mis labios secos y cuarteados otra vez. Tragó saliva y  saqué de mi sistema un breve temor disfrazado de suspiro— Había mucha gente afuera, lo trajeron esposado y después estaba en nuestro pabellón. Los rumores corrieron como pólvora y se supo que es un criminal, lo peor de todo es que está libre aquí, no está con los otros presos, ¡Está en nuestro pabellón!   — enfatizó y después río por encima de sus lágrimas — Bueno, si es que aún eres parte de nuestro pabellón, todavía estás en aislamiento. Desde que llegó no sale de ahí, se ha apoderado de uno de los catres, ¿Con qué derecho? 
Mi rostro estaba crispado, ya no podía estar más perturbada, suspiré y apreté la quijada. 
— ¿Por qué? — preguntó mientras su tabaco se consumía entre los dedos — ¿Por qué no lo encerraron, Victoria? ¿Por qué lo asignaron con nosotros? ¡Nos va a hacer daño! Su 
— ¡Tranquila! — Grité enseguida — Shhh, cállate — sise — ¿Cómo era el hombre que viste? 
— ¿Qué? — pregunto con un manojo de nervios apoderándose de ella. 
— ¿Cómo era? 
— Su mera cara me puso los pelos de punta, la maldad se ve en sus ojos —bufe de hastío y  me acerque a sentarme de lado de ella — No te estoy preguntando eso, ¡¿Cómo era?! — La tomé de los hombros. 
— Tenía...tenía — dijo levantando una mano sacudiéndola frente a ella mientras recordaba — El pelo largo y... 
— ¿Qué más? — la interrumpí. 
—y...mentón cuadrado, ojos grandes... Y bigote. 
— Mierda...— Musite al recordar. Lo había dejado pasar totalmente, los suceso pasados me tenían tan ansiosa que lo olvidé. Trinidad miró mi rostro disociado, lanzó el cigarro por un lado e interrumpió mis pensamientos — ¿Tu sabes quién es? — preguntó. 
Negué con la cabeza no muy convencida. 
— Si...— susurro analizando mi rostro — ¡Tu sabes quién es! — Bramó 
— No... 
— ¡Tu sabes! ¡Nos va a matar! 
— Cálmate. 
— ¡Nos va a hacer daño! — gritaba completamente descontrolada, sus lágrimas que se resguardaban en el filo de sus ojos por fin salieron rápidamente, mojaron su rostro manchado y lo recorrieron hasta caer a sus ropas ajadas — ¡Trinidad! — mis manos seguían Posadas en sus hombros, la sacudí con fuerza pero eso no era suficiente, pues seguía vociferando desconsolada con un terror que la torturaba desde el interior hasta el exterior. Levante el brazo y le propine una bofetada tan fuerte que casi cae al suelo de no ser que la tenía sostenida con mis brazos. Sus alaridos cesaron pero su aliento agitado aún espetaba miedo. 
— ¡Ya cálmate! — grité mientras su mirada estaba perdida — Trinidad— levante su rostro rojizo por mi golpe, tomando su mandíbula la obligue a que me mirara. Lo hizo. 
— No va hacerle daño a nadie — me miró hablar pero pronto soltaría en llanto de nuevo, pero está vez más calmada que anteriormente — ¿Cómo lo sabes? 
— Ya lo verás.




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