Por un momento había creído que la tinta del bolígrafo se acabaría, no paraba de escribir los sucesos que en retrospectiva habían pasado, estaban tan presentes como pintura fresca, el frío que el mes me proporcionaba, me calaba profundamente los huesos y comenzaban a engarrotarse los dedos. Me pause un momento para estimular mi mano cerrando y abriéndola, y continúe escribiendo sobre la sábana con legible y clara ortografía. La puerta retumbo por todo el cuarto, avisándome que estaba por abrirse, lancé el bolígrafo debajo del catre e hice a un lado la sábana girándola con el escrito hacia abajo , mi cuerpo temblaba en combinación del frío y el nervio. Rengo apareció en el umbral y suspiré de alivio.
Me miró con paz interior y sonreí aún agitada, se hizo a un lado dando un paso a un costado ofreciendo la entrada a ese alguien que entró, lo hizo con tanta rapidez que ni siquiera pude digerir su presencia que era tan pesada como un yunque. Ella me miró y sonrió con melancolía, cubrió su boca con la palma de su mano y su cofia estaba chueca en su cabeza.
— María — Abrí los ojos con sorpresa.
— Victoria — Sentenció con la voz temblorosa.
— Te... Estuve buscando — Dije frotando mis palmas sudorosas contra mis muslos.
La mujer tomó una bocanada de aire y respondió — Si, discúlpame.
— ¿Como entraste? ¿Soledad lo sabe?
— No, Soledad ya se fue. Rengo hizo todo para entrar.
Fruncí el ceño — ¿Qué hora es?
— Dos y media de la mañana — respondió.
— Ah...— Musite sabiendo que el tiempo se había ido volando desde el momento que comencé a escribir.
— Victoria...— Sentenció tomándose las manos unas con otras deseosa por decirme algo. Su voz me saco de mi pensamiento y le ofrecí mi total atención. .
— Don Gilberto te manda saludos.
— ¿Como está? — respondí rápidamente, acercándome a ella y tomando sus manos entre las mías.
— Muy bien — sonrío pero aún estaba en ella esa ansiedad evidenciada por el gesto crispado de su rostro. Comprendí rápidamente que eso no era lo que en realidad tenía que decirme.
— ¿Que pasa? — pregunté juntando el entrecejo. Tomó una bocanada de aire, apretó los ojos y se separó de mi para darme la espalda.
— Victoria vine a pedirte una disculpa.
— Una...¿Disculpa?
Fruncí el ceño mientras Rengo lo hacía también.
— ¿Por qué?
Tomo aire, apretó sus puños pero no giro a encararme — Yo le dije a Soledad que eras periodista.
Mi entrecejo fruncido desapareció y fue suplantado por una furia que mis ojos bien abiertos se encargaron de mostrar, mis dedos aún estaban entumidos y al igual que estos, tense todo el cuerpo. Mis cejas se volvieron a juntar — ¿Como? — dije entre dientes apretados acumulado saliva de más. Ella no paraba de apretar los puños y por fin me dio la cara dejando de lado su cobardía.
— Discúlpame.
— ¿Discúlpame? — pregunte incrédula —¿Es todo lo que tienes que decir? ¿Por qué lo hiciste? — y caminé hacia ella a zancadas para tomarla por los hombros haciendo presión en ellos. Ella me mirada con miedo y mi incordio me había invadido completamente. Su aliento agitado me alimentaba aún más de ira.
— Suéltame — . Rengo me tomo por mis delgados brazos y tan fácil como levantar un lápiz, me alejo de ella.
— ¡Ella ya sabía que lo que eras! Te recordó desde la vez que viniste a pedir información, creyó que eras escritora de libros — exclamó — yo simplemente le confirme que eras periodista y me obligó a decirle todo, los escritos, los bolígrafos que te daba y después de eso me metió la golpiza de mi vida, dejándome casi invalidada. Después del terremoto todo se puso patas pa' arriba.
— Pero...
— ¡Me amenazó, Victoria! — me interrumpió — Me amenazó con hacerle daño a mi hijo.
Me quedé boquiabierta, tomé una bocanada de aire y di un golpe tenue al aire — ¿Tienes un hijo? — junte las cejas. Asintió con lágrimas balanceándose en sus ojos apunto de romper el equilibrio y recorrer su rostro — Un niño, precioso de seis años, se llama Alonso — sonrío con espontaneidad y con la misma, esa sonrisa se fue — Soy lo único que tiene. Soy una madre soltera, ¿Sabes lo denigrante que es eso?
La mire hecha un mar infinito de llanto. En pleno 1957 las mujeres éramos juzgadas por el mínimo suceso, y el ser madre soltera se prestaba a sinfín de insultos y habladurías. Me moje el labio inferior con la lengua y apreté los ojos mientras me alejaba un poco de ella.
— Perdóname.
— Ya basta, María. Déjalo.
— Pero...
— Déjalo.
— Iba a matarlo, Victoria. Esa mujer está loca.
— ¿Desde cuándo la conoces?
— ¿Que? — preguntó
— A Soledad.
— Desde que comencé a trabajar aquí; hace tres años, para entonces ya era jefa de enfermeras de todo el manicomio.
Desvié la mirada y comencé a querer ligar historias pero ninguna era precisa ni concisa, ni concordaba. Esa mujer era como si la tierra la hubiese escupido, sin ningún registro ni nada que me mantuviera al pendiente de ella. Nada que usar en su contra.
— Pero...¿Tiene familia? ¿Hijos? ¿Esposo?
Negó con la cabeza — Ella nunca habla de eso, siempre se reserva respecto a su vida personal, pero no creo que una mujer tan horrible tenga tan siquiera una pizca de remordimientos o sentimientos hacia nadie que no sea ella. Es muy inteligente y en mancuerna con Tomás Palacios investigan cada parte y detalle de quien les resulta intimidante y pueda sabotear su tiranía. Tú fuiste uno de esas personas y haz durado, los anteriores no están vivos para respaldarte de esto, al menos no vivos de esa manera.
Abrí los ojos con temor súbito recorriéndome cada esquina de mi cuerpo tembloroso.
— ¿Hubo más como yo?
— Dos. Un hombre, un soldado que fue parte de la guerra contra los nazis ya hace unos años, de ves en cuando lo puedes ver en el patio, aún creyéndose soldado, cargando una escoba de rifle y estando siempre en posición de firmes. Se enteró de todo los que sucedía y lo vaciaron totalmente del cerebro, practicándole choques todos los días y finalmente le practicaron una lobotomía sin anestesia — tragó saliva. Sin dejar de parpadear, tomó aire y carraspeó — Después hubo un policía joven, al que decidieron infiltrarlo, pero no duró demasiado, unos cuantos días después lo mataron y lo enterraron en el jardín de atrás. Nadie reclamo su cuerpo, ni siquiera la policía. Nadie quiere meterse con estas personas y este lugar, no haya justicia aquí, es zona roja.
Me quedé en silencio, dejando de lado las palabras que despedía la boca de María, después de lo contado que realmente interesaba deje paulatinamente de escucharla.
— ¿Te das cuenta de esto? — preguntó, pero yo oía su voz tan lejos, como si estuviera metros lejos de mi. Me tomo por los hombros y me hizo girar a verla, vacile mis pensamientos hechos trance de recuerdos y conclusiones, volví minutos después — ¿Te das cuenta? — preguntó de nuevo, pero está vez ya podía escuchar su voz tan cerca y perfectamente entendible — Es momento de irte.
Negué con la cabeza — Tienes que irte ya.
— Aún no.
— ¡No seas pazguata! — dijo aludiendo mi terquedad y el aferró al quedarme. A aquellas alturas ni siquiera puedo explicar del porque quería quedarme.
— Solo hay que esperar un poco más.
— ¿Esperar que? ¡Llevas ocho meses aquí!
Editado: 05.11.2019