Había tenido un sueño abrumador donde todo se tornaba extraño, no tenía ni un poco de coherencia ya que todas las personas que habían estado en mi corta vida habían aparecido de pronto y después esfumarse de la nada convirtiendo mi sueño en un lugar completamente blanco, no sucedió nada mas después y yo solo veía ese tenue color invadir cada parte de mi sueño.
Desperté de aquel extraño sueño y me dirigí a la cocina descalza a prepararme algo de desayunar.
Había puesto café en un pocillo de aluminio y esperar a que hirviera, minutos después todo mi departamento estaría inundado de ese suave aroma a café, encendí el televisor sin mucho interés en que mirar. La puerta retumbo tan fuerte y agresivo que me asusté por un momento, me levanté molesta y me preguntaba del porque habían tocado tan indebidamente - ¿Quién es? - Pregunté parada a unos centímetros de la puerta.
- Yo, Marcela - La voz de mi hermana me reconfortó de confianza y abrí la puerta. Sonreí pero ella no estaba sonriente, entró a mi departamento sin cerrar la puerta. Ella tenía un gesto en la cara que jamás había visto en mi vida, había estado llorando y de eso podía estar cien por ciento segura - ¿Qué tienes Marcela? - Respondí aun con la taza de café en la mano.
- Victoria... - Sentenció nerviosa, su cofia estaba chueca en su cabeza y su cuerpo temblaba de un lado a otro. Trago saliva y sus ojos llorosos me miraron.
- ¿Qué? - Respondí
- Debí avisarte antes
Mi ceño se arrugo sin entender que estaba pasando, Marcela giro la cabeza hacia atrás y unos hombres vestidos de blanco de pies a cabeza aparecieron detrás de ella, yo los mire intimidada y di unos pasos hacia atrás, intercepte a Marcela de nuevo desconcertada, estaba tan confundida que no lograba entender.
- ¿Qué carajos pasa, Marcela? - Vocifere con la voz tambaleante y Marcela chillo - Victoria, ¿Qué te paso en la mano? - soltó ya en lágrimas de desesperación.
- ¡No se que me paso en la mano, Marcela! ¿Quiénes son ellos? - Grite confundida aún dando pasos hacia atrás.
Los hombres eran tan altos que podía jurar que medían dos metros, me hacían temblar de terror y poco a poco trataba de entender. - Vienen por ti... Van llevarte.
-¿A donde?
Marcela me miro llorando pero cautelosa.
Lo había entendido por fin, había sido como un balde de agua fría, asentí con la cabeza y dije - Esta bien, esta bien ya entendí.
Y uno de los hombres se acercó con belicosidad tratando de tomarme por el antebrazo - ¡No me toques! - Grite llena de miedo mientras que los sollozos de mi hermana se escuchaban de fondo - ¡Marcela, no llores!
El hombre anteriormente mencionado quiso hacer otro movimiento y le arroje el café caliente sobre su uniforme blanco. El otro salto sobre mi y me tomo por detrás de la cintura - ¡No! - Grite. El primer hombre me tomo de las muñecas lastimándome, gritaba y soltaba patadas al aire tratando de zafarme - ¡Suéltenme! No tiene porque ser así, me iré con ustedes de buena manera.
El hombre ato mis muñecas con cinta clínica, apretó tan fuerte que estas ardían y cortaban - ¡Mis cosas! - Grite - ¡Quiero llevarme mis cosas!
Una camilla había aparecido en el umbral de mi departamento, estas tenían correas de piel y hebillas de metal oxidado en cada esquina. El hombre me levanto tan fuerte de un solo impulso y azotó mi cuerpo contra la camilla. Marcela miraba horrorizada sin poder creerlo - ¡Marcela, mis cosas!
El hombre arrancó la cinta tan dolorosamente que mi piel había tomado un tono rojizo, soltaba de manotazos al pensar que me atarían a la camilla, el otro había dejado inmóvil mis extremidades inferiores con el peso de su cuerpo y tan rápido como pudo las amarró a las correas de la camilla apretando fuerte, el otro hizo lo mismo con mis muñecas y la camilla emprendió camino hasta la salida. Marcela alcanzó el paso y beso mi frente, despidiéndose, sus lágrimas habían mojado mi rostro mientras yo gritaba y moviéndome tratando de zafarme de las correas pero lo único que hacía era lastimarme más. Al llegar a la salida del edificio metieron la camilla a una especie de ambulancia, ambos hombres se subieron y la ambulancia arrancó a prisa. Seguía gritando de dolor y los hombres se murmuraban uno al otro, cuando pude girar mi cabeza uno de ellos preparaba una jeringa con un líquido extraño para mi - ¿Qué es eso? - Grite tratando de oponerme cuando apuntaba a mi muslo. Sentí el doloroso pinchazo en mi pierna y grite de dolor.
- ¡AH! - Grite con lágrimas de dolor.
- A ver si con eso te callas de una vez - Dijo con la voz más ronca que había escuchado. Minutos después un mareo superfluo me invadió, empezaba a sentir mi cuerpo dormido y sin fuerza, mi vista borrarse lentamente. El dolor se fue de pronto y mis ojos pesaban pidiéndome dormir, trataba de mantenerlos abiertos pero estos se cerraron y con impotencia mi cuerpo sucumbió en la camilla.
Editado: 05.11.2019