El Palacio Del Infierno.

.

Completa confusión.
Suspire con los ojos cerrados, tan cerrados que yo misma me prohibía abrirlos. Un mal sueño me estaba perturbando; imágenes, personas y escenarios fuera  de lo  común y fuera de mi rango de compresión me agobian  el pensamiento.
Un grito horrido me hizo despertar de un salto, estaba en un lugar completamente en blanco, acostada en posición fetal, con movilidad nula, pues mis extremidades estaban adormecidas, recobrando rápidamente el sentido y con dificultad logre sentarme en un esquina del lugar, con las piernas flexionadas con dirección hacia a mi, me había dado cuenta que una camisa de fuerza me acribillaba el torso. Las correas me apretaban con  vigorosa fuerza las costillas, tanto que cada intento por respirar dolía. No sabía absolutamente nada, mi mente estaba tan en blanco como la insípida, profana y pequeña habitación donde me encontraba. Mi voz estaba en completa pausa, había mudado de tantas preguntas que surgían desde mi interior y el plano de sustentación no me ayudaba, pues este oleaba como el mar picado o parecido  a un leve terremoto. Mis ojos giraban hacia cualquier dirección pero no veían nada más que ajadas paredes de un insípido color y nauseabundo aroma. Las hebillas de aquella arcaica camisa de fuerza se enterraban cada vez más en mi carne tibia y blanda. Mi respiración se cortaba, cada respiro saliente de  mi ser se dificultaba, mis brazos cruzados tan estirados que creí  en cualquier instante romperse.
—¿Qué estoy haciendo aquí? — susurre con una voz aguda atiborrada de terror, paulatinamente creando paranoia en mi.
—No me acuerdo…— solloce soltando lágrimas,  moviéndome de un lado hacia otro. Mis  movimientos eran torpes al intentar inútilmente sacarme la camisa de fuerza — Piensa, Victoria…¡Piensa!
Exclamaba una y otra vez apretando los ojos con vigor, como si de eso dependiera evocar los sucesos que en retrospectiva habían sucedido, y que necesitaba para que mi mente muerta resucitara, pero fui interrumpida con la puerta abrirse haciendo estruendo.
Con un estrepitoso movimiento al mirar aquel rostro parado en el umbral, la mente me golpeó como un balde de agua fría haciendo que esos recuerdos borrosos se hicieran cada vez más lúcidos. Mi cuerpo reaccionó al erizarse de miedo, al mirarme con una sonrisa cínica y malvada que espetó al verme desde abajo derrotada.
— Soledad...— musite con una lágrima arrastrándose con calvario. La mujer quito rápidamente la sonrisa triunfante del rostro. Se inclinó y dijo — ¿Me recuerdas? — y arqueando una ceja me recorrió la mirada de arriba abajo.
— Si…— musite de  nuevo. No estaba segura.
— ¿Sabes donde estas?
Me quedé en silencio, quite mi mirada de encima suyo y mire hacia la nada, torturándome para poder recordar otra vez — En…un manicomio— conteste titubeante ¿En donde más podrá estar?
Un torrente de recuerdos distintos me atormentaban y taladraban  con fuerza la cabeza y entonces recordé todo tan fuerte como si me hubiesen golpeado la frente. Me levanté del suelo con un arranque de fuerza que desconocía de donde había salido. Soledad se apartó con  cierto temor que pudiera   a hacerle daño. En ese arranque mi aliento se agitó y lágrimas salieron sin permiso alguno.
En retrospectiva, estaba acostada  en una camilla y una fuerza eléctrica  recorriéndome el cuerpo — ¿Por qué me hiciste eso? — Soledad arqueo una ceja de nuevo y fingiendo una mueca de confusión.
— ¿Creíste que con los choques me harías olvidar todo lo que me has hecho? — La mujer adoptó la postura erguida y carraspeo la garganta.
— Pobre chiquilla desubicada — Exclamó con embuste — veo que la terapia electro convulsiva no te ha ayudado, sino empeorando…
— No, no es cierto ¡Ya cállate! —  grite — ¡Quítame esto! ¿Cuánto tiempo me haz tenido aquí? ¡Quiero salir!
— No puedes salir, entiéndelo
— ¡¿Por qué no?!
— Tu mundo. Este mundo no existe. Tu lo has creado.
— ¡Ya basta con eso! Estoy más lúcida que nunca — Grite con desesperación mientras Mudo entraba por la puerta
— Eso es lo que crees, pero has estado aquí desde hace años.
— ¡No! 
— ¡Si!
Comenzaba a confundirme y los recuerdos volvían a distorsionarse al grado de no saber diferenciar que era cierto o no.
— ¿Dónde está Rengo?
— ¿Rengo? — Preguntó y luego río con maldad — ese es uno de tantos amigos imaginarios.
— No…— musite con llanto  desesperado.
— ¿No? Entonces, ¿Por que apareció de la nada? ¿Alguien más lo ha visto además de ti?
— ¡Si, tú!
— No es así, Victoria 
— ¡Cállate! — vocifere — Me estas confundiendo
— Si son reales, ¿Por qué no han venido? ¿Por qué no te han buscado?
Las cuencas de mis ojos comenzaban a bailar de un lado a otro sin que yo pudiera controlarlas. Mi voz temblaba y al mismo tiempo lloraba sin parar.
— No eres periodista, mucho menos escritora, ¿Por qué no aparece ningún artículo con tu nombre en el periódico en el que supuestamente trabajas? — Me preguntó arrojándome al rostro un manojo de periódicos de donde yo solía trabajar.
— Porque… porque…
— ¡¿Por qué?!
— Porque sólo me dan la gacetilla.
Me miro burlona mientras Mudo sonreía con burda expresión.
— Nada de eso existe, es tu desarrollada pero distorsiona imaginación.
— Estas tratando de confundirme como el otro día. ¡Peo esta vez tampoco te va a funcionar!
— Es por tu enfermedad, no te preocupes. Estarás bien.
— ¡Esa enfermedad la inventé yo misma! Y es ahí donde te das cuenta realmente que las personas reciben títulos universitarios sin estar preparados.
— Estas loca.
— ¡Es la última vez que te digo que te calles! — Grite en tono amenazante.
— ¡Mudo! — Exclamó — Quítale la camisa.
El hombre obedeció y procedió a zafarme aquella prisión textil que me asfixiaba el torso. La libertad de poder respirar con regularidad aprecio de nuevo. Mudo me empujó, y fui a azotar a la esquina de la habitación.
— Piénsalo bien, Victoria ¿Que hay de la enfermera buena a la que llamaste María? Es el recuerdo ausente de tu hermana Marcela que también es enfermera, ¿La mujer que dices que te agobia? Esa que dices que es una obsesiva católica llamada  Magdalena, es basado en tu madre Elena, tan recada, reservada y apegada a la tradición de la mujer sumisa, que en algún momento piensas que va a enloquecer. La prostituta Trinidad no es nada más que lo contrario a tu madre, grotesca y malhablada.
— - Es mentira, ¡Cállate ya!
— - El viejo. El cantante, ese es una creación mancuerna entre tu padre, tan tierno y amoroso, combinado con el talento musical de tu hermano César.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.