El Pantheón: Inmersión

Capítulo 8: Tan breve como la vida

1

Hebe recorrió las colinas de la Ciudad Eterna, abrigada por el sol de la tarde. No lo hacía con la misma despreocupación y sosiego con que lo había hecho otras veces. Se volvía a cada segundo, temiendo que alguien la siguiera, temiendo que Pallas la siguiera. No tenía ni idea de que la extranjera tenía cosas más importantes por las que preocuparse esa tarde con la llegada de Thánato, a quien Enialio había confinado en un calabozo del palacio de Menón.

El heredero había llegado un acuerdo con su madre para ocultar al guerrero illyrio de nuestro Padre y del resto de sus hermanos. Y luego de encerrar a Thánato, se había ocupado de esconder también a Pallas en sus aposentos, quien se encontraba en un estado de sobrecogimiento inusual para ella. Enialio quería salvarla de que el rumor sobre lo acontecido se esparciera entre la gente de su pueblo. Su hermana, cuando finalmente recuperó el habla, consiguió explicarle que su antigua tribu eran los Daorsi, y que Thánato provenía del norte y se había unido a ellos de niño, tal y como ella lo había hecho con los egeos. Además, que había sido uno de los encargados de darle caza por orden de su padre, y que si había alguien en el mundo que podía asesinarla era él, lo que confirmó la decisión de Enialio de mantenerlo encerrado y ejecutarlo inevitablemente en secreto, para salvar la vida de Pallas y salvar a su madre de la furia del Rey Padre.

Mientras todo esto ocurría, Hebe llegó hasta el Templo del Destino que coronaba la colina norte de Menón, con el sol todavía brillando. En él se encontraba nuestro padre honrando a los dioses, o más bien escapando de las vicisitudes de la vida del palacio. Ese templo era el verdadero hogar de nuestro Rey por esos días. Allí había recibido la visita de Káranos, quien había advertido al Rey Padre sobre las intenciones de Tisio antes de ser aprisionado en las celdas de arena de la Bahía y quien fue designado nuevo líder de los Cazadores del Sur con la muerte de Pellatón. Káranos estaría al mando de Pella, hasta que Elios se hiciera con su gobierno cuando su edad se lo permitiera y mi padre lo considerara oportuno.

En cuanto el cazador vio aparecer a Hebe, quedó hipnotizado con su presencia. La primera vez que la había visto ni siquiera había reparado en su persona, ya que lo hizo al regresar con nuestro Rey Padre a la ciudad de Pellatón, y ella, escondida detrás de una máscara de hollín y cansancio, le había pasado completamente desapercibida. Sin embargo, Hebe, mientras ayudaba a limpiar las ruinas del fratricida, había observado con atención al noble cazador que arribaba junto con su padre esa mañana. Káranos no era viejo, pero tampoco era joven. Tenía el pelo y los ojos castaños claro, era fuerte, y aunque sus rasgos no eran delicados, su porte se asemejaba al de un hijo de rey. Había heredado el renombre de su familia, siempre aliada con la de Menón, pero se había ganado los favores del Rey Padre por su propia perspicacia y lealtad.

—¡Hebe! —la llamó su padre, distrayéndola de sus recuerdos sobre Pella.

—Padre —respondió Hebe en un susurro, acercándose hasta donde los hombres se encontraban.

Nuestro Rey se incorporó y fue a su encuentro, la tomó por los hombros y le besó la frente con ternura. Pero el gesto consternado de su hija no le pasó desapercibido. Temblaba, tragaba saliva y se frotaba las manos como si su vida dependiera de ello—. ¿Qué te trae aquí, hija mía? —preguntó, preocupado.

—Es Pallas.

—¿Qué ocurre con ella? —Su preocupación se duplicó solo con el hecho de escuchar el nombre de su protegida.

—Me ha descubierto y me ha amenazado —respondió Hebe, resentida.

Nuestro padre la tomó por el antebrazo y la guio hacia afuera del salón. Cuando se aseguró de que nadie los escuchaba, continuó interrogándola—. ¿Cuál ha sido su amenaza?

—Ha dicho que terminará con mi vida si continúo… —Hebe bajó la vista y se aclaró la garganta— dando de beber del agua a Hermes.

El Rey se enderezó y observó a la niña con inquietud—. Hebe… ¿Te ha leído?

—No, padre, no puede. —La afirmación de su hija relajó el gesto de nuestro Rey—. ¿Qué debo hacer? —continuó la niña—. Si sigo con mi tarea, ella cumplirá con su amenaza —explicó, perdiendo por completo su entereza.

—Detén inmediatamente tu tarea —ordenó nuestro Rey.

—¿Padre…? —pregunto la niña, sorprendida. ¿Serían entonces verdad los rumores? ¿El majestuoso Señor de Menón era capaz de ceder su poder en favor de la extranjera? ¿Cuánta influencia tenía Pallas sobre nuestro Rey? Hebe no podía dar crédito a la decisión de su padre.

—Harás lo que te digo —le ordenó nuestro Rey—. Cuando el momento llegue, será ella misma quien te pedirá que retomes tu tarea —explicó sonriendo. Pero Hebe no respondió su sonrisa; no le hacía nada de gracia ver a su padre rendirse a los caprichos de la extranjera.

—Sí, padre —respondió sin estar de acuerdo, ya que no podía darse el lujo de discutir la orden del Rey, y tampoco podía revelarse ante ella, pero eso no le impedía desconfiar de la extranjera y desarrollar cierto resentimiento en su contra.

 

2

La comitiva de los Cazadores del Sur se reunió con los hombres del Rey Padre en el Palacio de Menón al anochecer. La gente de Káranos sabía cómo celebrar una victoria y su alianza con nuestro Rey lo era. Los cazadores inundaron el palacio con música, risas, vino y excesos. A su fiesta se unió toda la familia, a excepción de Feno y Hermes, que se encontraban en la montaña. Pallas había sacado al niño del palacio esa misma mañana, esta vez de manera definitiva, y lo había dejado a cargo de Feno.




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