El ambiente en el ático se volvió aún más tenso a medida que el padre Manuel y Carmen continuaron su lucha contra el espíritu maligno atrapado en la muñeca. Sus oraciones llenaban el espacio con una energía intensa, mientras la figura de porcelana parecía retorcerse y contorsionarse en respuesta a sus esfuerzos. El ático estaba sumido en una oscuridad asfixiante.
Sin embargo, mientras estaba absorto en su enfrentamiento con la muñeca, no se dio cuenta de la transformación que estaba teniendo lugar en Carmen. Su expresión de miedo y arrepentimiento había dado paso a una sonrisa siniestra que se extendía lentamente por su rostro. Sus ojos, que antes habían estado llenos de lágrimas, ahora brillaban con malicia y triunfo
El padre Manuel, concentrado en su tarea, estaba ajeno a la amenaza que se cernía sobre él. Mientras sus palabras resonaban en el ático, la risa de la muñeca se desvaneció lentamente, reemplazada por un silencio tenso.
Entonces, en un momento de distracción del sacerdote, Carmen aprovechó la oportunidad. Dio un rápido paso hacia él, sus pequeñas manos patearon con fuerza la rodilla del padre, haciéndolo perder el equilibrio. Cuando el sacerdote intentó recuperarse, Carmen se lanzó sobre él, aferrando sus pequeñas manos alrededor de su cuello con una fuerza sobrenatural.
El padre Manuel, paralizado por la sorpresa, la miró con ojos incrédulos. Era Carmen, pero algo en su mirada había cambiado. Sus ojos estaban inyectados en odio y su sonrisa era siniestra.
–"¿Carmen?", balbuceó el sacerdote, sin poder comprender lo que pasaba.
El padre Manuel sintió sus dedos apretándose cada vez más fuerte, dificultando su respiración. Intentó forcejear, pero Carmen era sorprendentemente fuerte para su edad. Sus ojos ahora irradiaban una oscuridad que no podía provenir de una niña inocente. –"Oh, Padre, no sabes cuánto tiempo he estado esperando este momento".
La risa que escapó de los labios de Carmen era más siniestra que cualquier sonido que hubiera escuchado antes.Carmen se inclinó hacia adelante, acercando su rostro al oído del padre. Susurró palabras que hicieron que el sacerdote se estremeciera de miedo –"No soy Carmen, Padre".
El ambiente en el ático se volvió aún más tétrico mientras Carmen sostenía al padre Manuel en un agarre mortal. El sacerdote podía sentir la oscuridad acechando a su alrededor, cerrándose como una trampa.
El sacerdote sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras Carmen, o lo que fuera que la hubiera poseído, lo sujetaba. –"¿Qué quieres de mí?"
Finalmente, el miedo y la falta de aire superaron, y soltó un grito ahogado. Fue entonces cuando Carmen lo liberó abruptamente y retrocedió unos pasos, dejando al sacerdote tambaleándose y jadeando por aire.
Carmen se detuvo frente a él, con una mirada llena de malicia. –"Tu alma, Padre. Tu alma es la llave para mi liberación completa. He estado esperando tanto tiempo por esto".
El padre Manuel retrocedió aún más, sintiendo el miedo y la confusión apoderándose de él. "No te daré mi alma, espíritu maligno. Nunca lo haré".
El padre Manuel levantó sus manos, manteniendo su cruz y cáliz en alto para protegerse. –"¿Qué te ha pasado, Carmen?".
La risa espeluznante de la muñeca se hizo eco en el ático, mezclados con la de Carmen. El padre Manuel miró a la niña con horror, comprendiendo demasiado tarde que había subestimado la verdadera naturaleza de la amenaza que enfrentaba.
Una risa que parecía desafiar las leyes de la realidad. –"Veremos, Padre. Veremos si puedes resistir mi influencia".
Mientras el padre Manuel luchaba por mantener su compostura, Carmen se acercó a la muñeca en el centro de la habitación. Con una sonrisa retorcida, acarició la porcelana como si estuviera acariciando a un ser querido. Luego, la muñeca comenzó a hablar.
–"Sacerdote, ¿creías que podrías enfrentarte a mí con tus rezos y tus símbolos sagrados?".
Las risas de Carmen y la muñeca se entrelazan en una sinfonía de malicia. El padre Manuel se dio cuenta de que había caído en una trampa mortal.