El peligro acecha

4. No puedo

Allí, de pie en el medio del vestíbulo, mi mente colapsó de preguntas. Observé a mí alrededor y suspiré, ¿ese mal presentimiento que había sentido desde ayer era por lo de hoy? Porque, de ser así, aquél nudo que sentía en el estómago ya debería desaparecer.

Sacudí mi cabeza volviendo al presente, miré la hora en el enorme reloj de pie, que se encontraba a un lado de las escaleras, y marcaba las siete.

Abrí mis ojos sorprendida, ¿cuánto tiempo había pasando encerrada en el baño? ¿Y allí pensando? Probablemente había sido demasiado por hoy, dejaría a mi mente descansar.

Subí los escalones uno a uno, tratando de dejar de lado todos los pensamientos que se arremolinaban en mi mente como fuertes tornados. Al llegar a mi habitación, tomé la ropa interior y me dirigí al baño, necesitaba una cálida y relajante ducha.

El agua comenzó a caer sobre mi cuerpo, mojando cada centímetro de mi piel y logrando que pudiera suavizar mi respiración. Tiré mi cabeza hacia atrás, estirando los músculos de mi cuello, y cerré los ojos, disfrutando las gotas que chocaban contra mi rostro y bajaban por el resto de mi cuerpo.

Enjaboné mis manos y las refregué por mí, sacándome aquella suciedad invisible que aquél hombre me había dejado. Y de pronto, dos enormes luceros grises aparecieron en mi mente, rodeados de oscuridad y maldad.

Abrí mis ojos exaltada, mi respiración agitada provocaba que mi pecho subiera y bajara, por lo que llevé una de mis manos a mi corazón que latía violentamente.

Terminé de bañarme rápidamente y salí, sin poder sacarme aquellos ojos de mi mente. La imagen de ellos aparecía una y otra vez, como si quisiera decirme algo que estaba pasando por alto.

Envolví la toalla a mi cuerpo y caminé fuera del baño hacia el armario, liberándome por un momento de lo ocurrido esa tarde y pensando en la ropa que me podría. Opté por un vestido rosa palo, ajustado hasta la cintura, la cual era adornada por un cinturón dorado; el cuello también estaba decorado con pequeñas piedritas doradas. La falda era suelta y me llegaba hasta la mitad del muslo.

Observé mi reflejo en el espejo de cuerpo entero que había y me sonreí a mí misma. Me gustaba como el vestido se adhería a mi cuerpo perfectamente. Desvié la vista a mis ojos, devolviéndome una mirada cansada y unas ojeras prominentes, el llorar me había pasado su factura.

Solté un largo suspiro, no debía minimizar lo sucedido hoy, pero tampoco era bueno para mi salud mental que le diera tantas vueltas.

¿Esperarás a que venga por ti y obtenga lo que busca?

Aquella pregunta resonó en mi cabeza, ¿lo haría? ¿Esperaría?

No es que puedas hacer mucho al respecto.

Era cierto, ¿qué podía hacer yo? No conocía más allá de mi círculo social y tampoco era que tenía mucha experiencia de la vida, no llegaría muy lejos.

Volví a la realidad negando con mi cabeza y nuevamente fijé la mirada en mi cuerpo, pensando en los zapatos que debía usar para combinar. Terminé eligiendo un par color piel, cerrados en los dedos, y abroché la cinta que rodeaba mis tobillos.

Me acerqué al tocador para así poder aplicarme una suave capa de maquillaje, me gustaba que mi rostro se viera lo más natural posible.

Dejé el delineador negro y me observé en el espejo, amaba como aquél color resaltaba de una manera sorprendente mis ojos.

En el momento en que me acerqué a tomar mi chaqueta —no era que hiciera demasiado frío, pero nunca estaba de más—, alguien golpeó la puerta.

— Adelante. —Dije en voz alta para que aquella persona lograra escucharme.

El rostro de mi hermano apareció cuando la puerta se abrió. Él me recorrió con la mirada para luego sonreírme, acto que le devolví de la misma forma.

— Estás hermosa, hermanita. —Se acercó a mí y dejó un beso en mi frente.

— Tú tampoco estás nada mal. —Y era cierto.

Vestía un jean negro y una camisa azul que le marcaba sus musculosos brazos a la perfección.

Sonreí para mis adentros cuando me di cuenta de que esa camisa era la que le gustaba a mi amiga.

— Los chicos ya están abajo. —Dijo, señalando hacia afuera, a lo que asentí en modo de respuesta.

Sus ojos no dejaban de mirarme, expectantes, como si estuvieran esperando que en cualquier momento le dijera que no quería ir.

— ¿Qué sucede? —Le pregunté, arrugando mi ceño.

Negó con la cabeza y lanzó un suspiro, a la vez que se acercaba a mi cama para tomar asiento al borde de ella.

— ¿Segura de que quieres ir? —Examinó mi rostro desde allí.

Clavé mis ojos en los suyos y me acerqué. Era increíble ver como él, estando sentado casi tenía mi altura de pie. Asentí tomando su mano y dándole un suave apretón.

— Nos ayudará a despejarnos y olvidarnos por unas horas de lo que pasó hoy. Lo necesito, Brian. —Susurré la última oración, transmitiéndole que todo estaría bien.



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En el texto hay: humor, peligro, amor

Editado: 28.03.2021

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