El Pequeño De La Luna

Una nueva vida.

Aquí estábamos, esperando que se anunciara nuestro vuelo para poder abordar.

País nuevo, vida nueva.

-¿Mami? -mi pequeño se para frente a mí.

-Dime, mi vida. -lo alzo y lo siento sobre mi regazo, pegando su pequeña espalda a mi pecho.

-¿Pod qué nos vamos? -él fija sus curiosos ojos sobre mí.

Jamás podrás alejarte de él -la odiosa voz de mi conciencia hace aparición en el momento menos indicado.

-Es necesario hacerlo, bebé. -beso la coronilla de su cabeza.

-Está bien, mami. -él empieza a jugar con mis manos.

Pasajeros con vuelo 236 con destino a Berna presentarse en la plataforma número 5.

Bajo a mi hijo de mi regazo y tomo su mano.

-Vamos, Alex, es hora de irnos. -con la manos que me queda libre tomo la única maleta que pude hacer antes de salir de ese horrible lugar.

Entregué nuestros boletos y entramos al avión.

Una vez adentro busco los asientos que nos corresponden. Me siento y con cuidado siento a Alex en mi regazo.

Alex Ghisleni, mi bebé. Tiene dos años, es un niño dulce e inteligente. Su tez blanca como la leche, ojos de un precioso color miel que te llenan de paz e inspiran confianza. Su cabello castaño claro, casi llegando a rubio.

-Hola. -una voz hace que deje de lado mis pensamientos y ponga atención a esa persona.

Un chico alto, piel aperlada, ojos marrones casi negros y cabello color azabache se sienta a nuestro lado.

-Hola. -respondo de manera simple.

-¿Cómo te llamas, linda? Yo soy Mark. -lo miro fijamente y él sonríe de manera coqueta.

-¿Te lo he preguntado, acaso? -mi rostro era neutro.

Este tipo no me agrada.

Siento un pequeño tirón en la manga de mi abrigo y volteo a ver a Alex con una sonrisa.

»-¿Sucede algo? -acaricio su cabello de forma dulce.

Antes de que mi bebé pueda hablar la voz del chico a nuestro lado se hace presente.

-Que hermano más lindo tienes, aunque no se parecen mucho. -¿hermano? Este tipo es idiota.

Alex fijó sus preciosos ojos en el chico y luego me vio a mí.

-Mami, ¿quién es él? -preguntó un tanto confundido y adormilado.

-Nadie importante, mi amor, ¿quieres dormir? -él solo asintió y lo tomé en brazos para acostarlo en mi regazo.

El conocido como Mark se sienta a mi lado, al lado del pasillo. El chico a mi lado se mantenía callado y un poco tenso para ser sinceros, pero nada que me interesara.

La azafata da las indicaciones para llevar un vuelo tranquilo, salidas de emergencia, entre otras cosas.

El avión despega sin mayor contratiempo.

Una vez llegamos a nuestro destino bajamos del avión y buscamos nuestra maleta.

-Mami, tengo hambre. -Alex hizo un lindo puchero.

-Está bien, bebé, iremos a comer.

Salimos del aeropuerto y tomamos un taxi.

-¿A dónde se dirige, señorita? -preguntó el conductor mientras arrancaba el coche.

-Hacia un centro comercial, por favor. -le indiqué.

-Está bien. -el camino fue silencioso en su mayoría.

Alex iba aun con rastros de sueño, así que no habló mucho.

Una vez llegamos bajamos del coche y le pagué al señor.

Ya en el centro comercial me dediqué a buscar un restaurante, me decidí por uno familiar.

Nos sentamos y llegó una linda chica, casi de mi edad, a tomar nuestra orden.

-Buenas tardes, bienvenidos a “Ditt Söta Hem", mi nombre es Úrsula y seré su mesera en esta ocasión. -al escuchar su nombre solo se me vino la imagen mental de la villana de La Sirenita.

-Buenas tardes, Úrsula. Pediremos una orden rösti.

Ella asintió con una sonrisa y se fue a traer nuestro pedido.

Alex miraba todo con una gran curiosidad. Sus ojitos estaban un poco más abiertos de lo normal, dándole una imagen tierna.

Cuando Úrsula trajo nuestra orden empecé a darle de comer a mi pequeño. Al haber terminado de comer pido la cuenta, la cancelo y nos dirigimos hacia la salida.

Marie, mi única amiga en esa enorme mansión, me ayudó a comprar una pequeña casa a las afueras de Berna.

Volvimos a tomar otro taxi, pero con dirección a la casa en la que viviríamos.

Al llegar a la casa me dirigí hacia la habitación principal, sacudí las sábanas y acosté a Alex para que pueda descansar tranquilo mientras yo me arreglo de ordenar la casa, el pobre está cansado por el viaje.

Abro la maleta que traje conmigo. Saco la ropa y la pongo a la orilla de la cama, con cuidado doblo cada prenda en el pequeño armario que se encuentra empotrado en una de las paredes.

Suspiro. Es hora de empezar una nueva vida.

Salgo de la habitación y me dirijo hacia la sala de estar.

La casa en sí no es muy grande, pero eso no evita que se sienta cierto aire acogedor.

Busco por todos lados hasta que en una de las gavetas de la cocina encuentro un trapo para quitar el polvo de los muebles, al menos el poco que hay.

Mi cuerpo pide descanso luego de estar alrededor de tres horas limpiando todo. Me acerco hacia la ventana que da al antejardín.




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