Dan abrió la puerta de su apartamento, haciéndose a un lado para permitirle la entrada a la rubia.
–Bienvenida. – Le dijo con cortesía.
–Gracias. – Respondió ésta al entrar – Es muy lindo tu hogar. – Admiró, viendo todo a su alrededor.
–Gracias. – Dijo él de vuelta. – Disculpa el desorden. – Dijo un poco apenado por los libros esparcidos sobre la mesa
–¿Es broma? – preguntó ella – Aquí hay más orden que en mi habitación, créeme.
Dan se sintió más a gusto con ella al ver su carácter, frescura y comportamiento en general, era bastante humilde.
–No tengo mucha experiencia en éstas cosas. – Dijo él – Es mi primera vez con un niño.
–¿Y su madre?
Dan contrajo su rostro en un gesto de verdadera frustración, se sentía acorralado.
–No está, – respondió con voz baja – y no estará.
Ella asintió, aparentemente comprensiva.
–No importa tu falta de experiencia, no es un problema gigante; – le dijo ella con tono amable – tiene usted toda una vida para aprender.
Dan sonrió, colocando con cuidado la canasta sobre la mesa a un lado de los libros.
–Entonces ¿usted tiene experiencia con esto de los niños y cosas así?
–Sí, así es. – Asintió sin abandonar su gesto amable – Sé de niños y sus mañas.
–¿Tiene hijos? – preguntó, haciéndole una seña para que tomara asiento.
–No. – él fijó la vista en ella al escuchar la respuesta, con muchos signos de interrogación dando vueltas alrededor de su cabeza – Pero sí tengo un montón de sobrinos. – Completó ésta. Dan asintió al entender ahora.
–¿Qué pasará con su trabajo? – inquirió el hombre de ojos azules – Espero no causarle algún problema.
Dan recordó que aquella mujer se había venido con él no más, después de avisar a las otras empleadas, sin pedir permiso. Eso le pareció bastante extraño.
–No es mi trabajo, – sacudió la cabeza ligeramente – la dueña del comercial es mi madrina, su hija es mi mejor amiga y encargada de las gestiones que se llevan a cabo allí. De modo que, me gusta colaborar. La ayudo con los clientes.
Dan asintió en modo de entendimiento.
–Espero que también guste ayudarme con el pequeño Eddie. – Dijo poniéndose de pie y sacando algo del bolsillo trasero de su pantalón – También necesito mucha asesoría acerca de estas cosas, señorita Melany – sacó de su cartera algunos billetes y se los ofreció.
Melany los tomó, aunque no se esperaba aquello, pero objetó.
–Es más dinero que el que se le paga normalmente a las niñeras por día. – Dijo regresando un par de billetes.
–Téngalos. – Dijo él sin querer recibirlos de vuelta – Ese es su pago por el día de hoy. Sólo quiero que mi bebé esté bien atendido, tengo una tarde y parte de la noche llena de trabajo.
–Le aseguro que atenderé a la criatura lo mejor posible, me encantan los niños.
Dan se acercó a la cocina tranquilamente.
–Disculpe lo mal educado que he sido con usted, – abrió la nevera – no le ofrecí ni un vaso de agua.
–No se preocupe, – respondió ella haciendo un gesto con la mano – no ha sido muy necesario.
–Ya estamos sobre la hora del almuerzo. – Dijo él al sentir que su estómago se lo estaba recordando – ¿Le apetece comida rusa?
–Claro. – Asintió, poniéndose de pie con intenciones de colaborar en algo – Comida rusa, excelente. – Asintió, sonreída y ligeramente sonrojada.