El pequeño Eddie

11

     Leila se sobresaltó, dando un respingo por la sorpresa que provocó el ver aquel hombre a pocos pasos de distancia, se miraron a los ojos durante algunos segundos, en medio de un pesado silencio.

–¿Qué significa ésto? – preguntó Leila, exigiendo una explicación – ¿Qué coño haces aquí?

–Vengo a informarte un par de cosas; – respondió el sin saludar, le importaba poco no ser cortés – la primera es que el amor de tu vida se encuentra ahorita despegando el vuelo hacia un país muy lejano, pues, no le conviene estar a tu lado dándote un poco de apoyo moral para lo que vendrá a continuación.

     Leila frunció el ceño, haciendo una mueca de burla demasiado corta, crispando su rostro en un atisbo de incertidumbre y falta de entendimiento.

–Explicate de una vez. – Volvió a hablar con tono autoritario, bajando la mirada a una carpeta que sostenía Dan en una mano, sobre su abdomen.

     Dan sonrió.

–Sabemos que entiendes perfectamente de qué va esto, Leila. – Intentó refrescar la memoria de ésta.

     Dan abrió la carpeta y sacó un montón de fotografías, las cuales observó durante segundos, con ojos tristes, pero serenos.

–Es por lo del crío ese. – Dijo la pelirroja suponiendo el motivo de la situación – Aún lamento no haber terminado con esa cosa.

     Dan apretó la mandíbula, conteniendo el impulso de una reacción equivocada al escuchar aquella referencia. Sostuvo las fotografías un par de segundos más y luego las arrojó con fuerza hacia ella.

–Lo que le hiciste a esta criatura es mucho peor que salir a marchar desnuda, – le dio una reprimenda, a lo cual ella parecía indiferente – ¿Por qué tenías que hacerlo?

–Después de todo el intento de aborto no dio resultado positivo, – dijo ésta tranquilamente, encogiéndose de hombros, con la mirada baja, visualizando las fotos sobre el suelo que mostraban el grave estado en el cual llegó el niño al hospital.

–Tomaste una decisión que sólo te correspondía tomar en conjunto conmigo. – Le recordó éste.

–Con mi cuerpo siempre haré lo que me venga en gana. – Replicó la mujer de ojos marrones con tono agresivo – No soy un objeto que te puede servir a ti o a otro para engendrar algo.

–En ningún momento te forcé a quedar embarazada, no seas bruta y analiza lo que estás diciendo. – Zanjó el hombre de cabello revuelto con los ojos chispeantes de enojo – Y tienes razón en algo, con tu cuerpo puedes hacer lo que quieras, pero no con el cuerpo de un niño que no tiene la culpa de nuestros actos. Comprendo que desde unos meses hasta ahora te haya dado por detestar a los hombres y los embarazos, es tu manera de pensar, tu decisión. Pero eso no te da el derecho de violentar a otros. Extremista. ¿Tanto te costaba dar a luz y renunciar a la maternidad? Después de todo Eddie no te necesitará, puedo asumir yo sólo la paternidad.

–¿Y darte el gusto de ser el macho que al fin logra algo sobre una mujer que detesta el papel que muchos dicen que le corresponde tomar? – bufó – eso ni pensarlo.

–Parece que tuvieras ciertos problemas mentales. – Contestó Dan, sin dejar de mirarla con asco – No se trata de machismo o feminismo. Hay un niño de por medio al que agrediste, y eso no es normal ¿Te dio gusto hacerlo? ¿Saciaste tu morbo?

     Leila miró hacia un lado, manteniendo la vista por lo bajo, recordando.

     Flash-back:

     Había sido una tarde de mucha inestabilidad emocional y en su vientre ocho meses de un no deseado embarazo. Enojada, arrojó la botella del licor que estaba tomando, cayendo ésta con estrépito sobre el piso, haciéndose añicos y sin esperar a más dio un fuerte y repentino golpe a su abdomen abultado. Dentro continuaba moviéndose alguien. Repitió el golpe varias veces, con ambas manos juntas, sintiendo un dolor del infierno. Ésto hizo que comenzaran las contracciones, cosa que no le importó, continuó golpeando. Hasta que sintió que la canal entre sus piernas se abría. Derramando el líquido amniótico sobre el piso. Un bulto atravesaba su vagina, en busca de oxígeno y un escape de los golpes que le propinaba.

     En poco tiempo el piso estaba sucio de sangre y otro líquido, más sudor. La bata blanca de Leila estaba manchada, al igual que sus pies descalzos y pálidos. Pujó con fuerzas y gritó antes de sentir que todo salía. Entonces escuchó el estridente llanto del recién nacido, que empezaba a ahogarse con el líquido que lo había mantenido con vida todo este tiempo.

     Esto causó en Leila furia, quería que aquella "cosa" como le llamaba, se callara de una vez. De modo que lo empujó a lo lejos con un pie, haciendo que el niño rodara a lo lejos y se lastimara los brazos y piernas con los trozos de cristal de la botella quebrada; derramando líquido de su ombligo sin pinza, sobre colillas de cigarro aún humeantes y otras ya apagadas. El recién nacido lloraba con fuerza pero su grito era entrecortado con la sangre que comenzaba a irse por sus fosas nasales hacia los pulmones que apenas comenzaban a respirar. Leila respiraba agitadamente, odiando al niño.

–Leila – dijo la voz de Olivia desde el otro lado de la puerta cerrada con seguro – Leila, abre la puerta – ordenó con voz alterada y autoritaria. Al no obtener respuesta, tuvo que, de una patada fuerte derribar la barrera que la separaba de su pareja.



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En el texto hay: miedo, sangre, suspenso

Editado: 01.03.2020

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