El pirata y el tritón

1 - Un abordaje muy raro

Hay que ser muy cabeza hueca para hacerse a la mar sin pensar en los peligros que eso implica. Muchos chiquillos llegan a los barcos como grumetes, algunos con la ilusión de conocer otros mundos y vivir apasionantes aventuras, otros muy a su pesar, comprados en algún mercado de esclavos de Port-au-Prince o Kingston. Muchos jóvenes fuertes y supuestamente valientes, se enrolan en los barcos mercantes y aún otros, por algún contacto encubierto en alguna taberna de mala muerte de La Española, o Santiago de Cuba o San Juan, logran sumarse a la tripulación de algún barco pirata, deseosos de fama y fortuna y con la esperanza de algún día tener su propio barco y tripulación. Uno de esos era Pierre Chailland, conocido como Pierre «el rubio». A sus diecinueve años logró incorporarse a los bandidos que poblaban el «Tulipán Negro», barco pirata de no mucha fama, pero que de a poco iba pretendiendo ser un dolor de cabeza para Sus Majestades… inglesa, española y holandesa. Un hermoso bergantín de diez cañones por banda y dos palos o mástiles, con una tripulación al mando del todavía no muy temible y menos conocido «Capitán Roger “el Tuerto”» y conformada por catorce negros de Haití, Jamaica y Aruba, diez mulatos de Santa María La Antigua y Veracruz, y un francés venido de Brest: Pierre; aunque habría que acotar que el capitán también lo era pero de Marsella.

Nuestro Pierre tenía un problema: entre tantos negros y mulatos, él era rubio como el oro y su piel, blanca como la espuma, con el sol del Mar Caribe —y a punta de llevar casi siempre el torso desnudo— apenas alcanzaba un dorado trigueño; y eso luego de cierto tiempo, pues al principio, poniéndose rojo como un carmín, no sólo sufría del dolor de las quemaduras sino de las bromas pesadas de sus compañeros piratas; sin contar que con el aire cargado de la sal marina, su pelo rubio se hacía cada vez más claro a medida que le iba creciendo; y si como todo eso fuera poco, tenía que lidiar con que por más que lo deseara no había forma de que le creciera una barba que no estuviera limitada a cuatro pelos sueltos en su mentón y otros tantos donde debería ir un bigote decente. Ante eso, era mejor rasurarse y no hacer el ridículo.

Luego de algunos intentos fallidos y otros con resultados positivos pero dudosos o escasos, teniendo como víctimas barcos relativamente pequeños tanto de Holanda como de Inglaterra, se pasó un año y medio, cambio de siglo incluido. En ese tiempo, aprendió mucho de navegación, avíos marítimos, aparejos y del funcionamiento general de un barco; y aprendía con rapidez, ávido de capacitarse para el momento en que pudiera convertirse él mismo en un temido capitán, «terror de los Siete Mares» y el mayor dolor de cabeza de las armadas española, y… bueno; las ya dichas; aunque le estaba preocupando un poco la competencia, pues a pesar de ser el Caribe un mar muy grande y muchas son las islas que alberga y los territorios de tierra firme que lo rodean, así como sus puertos y sus riquezas, también crecía el número de piratas y barcos piratas, mercenarios y oportunistas; llegando a pensar que cuando le llegara el turno, quizá ya no quedara nada que saquear.

Una noche, estaba con una parte de la tripulación del «Tulipán Negro» y su capitán en una taberna (que para más datos, también era burdel) de Santo Domingo, en La Española. En la mesa contigua había unos sujetos bebiendo y riendo hasta que se emborracharon. Su aspecto no hacía suponer que, en realidad, eran parte de la tripulación del «Nuestra Señora del Buen Retiro», galeón español que partiría dentro de dos días para Cádiz y con un cargamento, entre otras cosas, de más de cinco mil doblones de oro; impuesto recaudado en las colonias en el Virreinato de Nueva España. Tenían la noche libre y por eso habían caído al burdel, a emborracharse y desahogar sus contenidos testiculares con alguna mulata que no costara muy caro; y en la borrachera, se les escapó el dato que se suponía debían ocultar pero que a los oídos de Roger el Tuerto, fue de la mayor importancia: lo del galeón y su cargamento. Y no se necesita brillar de inteligencia para saber que el capitán consideró y decidió piratear y saquear el galeón para hacerse con su carga, sobre todo con los cinco mil doblones.

Hizo una seña y los miembros de su tripulación que estaban con él bebiendo en torno a la mesa, se acercaron para formar un círculo de cabezas sobre el centro, cuidando sólo de no quemarse las pestañas, el pelo y las barbas (salvo Pierre, por supuesto) con la vela que ardía iluminando las jarras de cobre medio llenas de ron de no muy buena calidad, no porque no lo hubiera, pues hasta el día de hoy es famoso el ron dominicano por su calidad, sabor, textura y graduación alcohólica, pero ese es otro punto. La cuestión es que los marineros, en cuenta Pierre, se acercaron para formar el círculo que era necesario cuando había que hablar con discreción en una taberna.

—¿Habéis oído, señores? —les dijo en voz baja con una mano cubriendo su boca y con la otra acomodándose el parche que llevaba sobre lo que otrora había sido su ojo izquierdo—. ¡Al fin mis oraciones han sido escuchadas! Ya estaba yo por darme por vencido con este asunto de la fe y la devoción. Mucho he gastado pagando misas, orando con fervor y pidiendo a la Virgen y a todos los Santos, por una oportunidad que valiera la pena. Hace más de un año que no tenemos la chance de saquear algo decente, y por eso apenas debemos conformarnos con «pichuleos», como decís algunos de vosotros. Pero ahora, los cielos me han escuchado y por algo fue que nos trajeron a este burdel, para enterarnos de que mis oraciones han sido contestadas y que con la ayuda de lo Alto, nos haremos con cinco mil doblones de oro. Pero debemos planearlo bien y que si por ventura debe haber muertos, que sólo sean los españoles y que el mar los reciba en su seno junto con los restos vacíos de riqueza del «Nuestra Señora del Buen Retiro».



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En el texto hay: piratas, tritones, gay

Editado: 06.05.2018

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