El pirata y el tritón

2 - Las sirenas no existen

El Tuerto tuvo que tomar otra decisión: continuar a la velocidad con que venía y alcanzar a la capitana y al gobierno —lo que significaba tener que dejar atrás a la almiranta, ahora al mando de nuestro Pierre—, o seguir junto a ésta e intentar llegar juntas hasta las otras dos que iban adelante. El Tuerto confiaba en Pierre y sus habilidades, así que optó por adelantarse pero no tanto, tratando de mantener a la vista al Asunción y si era posible, también avistar al Nuestra Señora del Buen Retiro y sus doblones.

Pasado el mediodía el Tulipán Negro se había adelantado lo suficiente como para avistar a la capitana, aunque el Asunción se había retrasado. Eso estaba dentro de los cálculos del Tuerto, pues el Asunción, como galeón que era, resultaba tan lento como la capitana, aunque por venir con menos carga podría resultar más ligero —y por lo tanto ser capaz de mayor velocidad— la escasez de tripulación era un punto en contra, dado que no tenían la rapidez suficiente para adaptar las velas según se necesitara. De todas formas, no pensaba atacar a la capitana sino hasta llegar cerca de «Los muertos» y esa parte del plan se mantenía firme.

Por su parte, Pierre venía como un pez en el agua. Su papel de capitán le venía como anillo al dedo y actuaba como si su cuna hubiera tenido tres mástiles. Era culto y eso los marinos del San Eustaquio que estaban a bordo de la almiranta lo valoraban, tenía don de gentes y en pocos momentos se ganó el respeto de todos, incluso de sus compañeros que pudieron verlo por primera vez al mando de una nave, aunque habían apostado que se haría mil y un enredos que lo desenmascararían como un fraude frente a los demás en un santiamén. Pero eso no sucedió; Pierre había nacido para ser capitán y ahora era cuando todos podían verlo.

El pobre marino del San Eustaquio que también tuvo que improvisarse como Primer Oficial, le contó que el Capitán General había optado por no mandar oficiales de rango pues éstos debían permanecer en la capitana y el gobierno, por eso sólo marineros con experiencia habían abordado el Asunción y sabían que iba a ser muy difícil salvarlo a no ser que se devolvieran a La Española; pero ahora, con un capitán con tanto colmillo y la ayuda de los otros, podrían continuar rumbo a Cádiz con más tranquilidad aunque llegaran tres días después que el resto de la flota. Esas palabras alentaban a Pierre quien, habiendo reasignado a la tripulación según puestos múltiples —cada uno debía hacer varias cosas—, se dispuso a seguir el rumbo detrás de la flota y principalmente, detrás del Tulipán Negro.

—Monsieur Chaillard, capitán —dijo uno de los mulatos—, nos acercamos a la zona.

—¿A «Los muertos»? No, todavía no —le contestó.

—No, capitán, a la zona de las sirenas —le dijo con los ojos bien abiertos y algo de temblor en su voz.

—¡Niebla, niebla, niebla! —se oyó el grito del vigía que había subido a una de las vergas del trinquete.

Pierre corrió al castillete de proa y también pudo ver un banco de niebla adelante; pero al mismo tiempo, pudo sentir que cesaron los vientos como por encanto. Miró hacia arriba, al aparejo, y vio las velas cayendo simplemente como cortinas y menos infladas que una sábana.

—Os lo dije, capitán —insistió el mulato—. Niebla y calma chicha… no es bueno, no es bueno.

—No seas necio —le dijo Pierre con fuerza—. ¿Acaso es la primera vez que pasas por esto?

—No, pero es la primera que lo paso en esta zona. No debería haber calma en esta época del año —le insistió aún más.

—Es extraño, sí, pero nada del otro mundo. El clima puede ser caprichoso.

A pesar de la inquietud de sus tripulantes —los provenientes del Tulipán Negro pues los otros parecían estar ajenos al asunto de la leyenda sobre esta zona, sea por desconocerla o por descartarla como simple cuentos de viejos—, Pierre ordenó mantener el rumbo tan pronto los vientos lo permitieran; que el navegante no se separara de la brújula y que controlara el disco solar que comenzaba a opacarse por la niebla, ya que aunque no hubiera vientos, las corrientes marinas harían derivar al galeón, que siendo tan grande y con tan poca tripulación, daba una extraña sensación de estar casi vacío.

Pierre permaneció firme y solo en el castillete de proa mirando fijamente al frente, mientras los hombres, unos dedicados a la navegación y los más, descansando habida cuenta de que poco se podía hacer sin vientos, se habían retirado cada uno a lo suyo.



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En el texto hay: piratas, tritones, gay

Editado: 06.05.2018

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