El pirata y el tritón

6 - ¡Sorpresa!

Tras un poco menos de un par de días de navegación y comportándose la balsa tal como se esperaba, Pierre fue divisado por un navío español, el Camelia, que iba rumbo a Baracoa, en Cuba. Como iba casi desnudo pues la ropa que vestía era poco menos que harapos, los españoles no dudaron de reconocerlo como un náufrago y para evitar suspicacias, Pierre fingió ser mudo. Si le escuchaban el acento francés, no dudarían en considerarlo pirata y eso no era para nada conveniente.

En Baracoa Pierre no tenía a nadie conocido pero con la ayuda de unos curas, pudo conseguir ropa y alojamiento mientras procuraba cómo volver a Santo Domingo donde todo podría volver a la normalidad, porque la otra opción, Isla Tortuga, frente a las costas de Haití y reconocida por ser un centro de actividad de filibusteros, iba a ser mucho más difícil.

A los tres días de haber llegado, logró alistarse en un bergantín que iba para La Española y cuyo capitán le permitió viajar a cambio de su trabajo y por lo tanto, al fin llegó a lo que casi podría llamar «su casa», pues aunque no tuviera una allí, más de una mulata lo llevaría a vivir con ella por unos cuantos días, o por lo menos, hasta que consiguiera enrolarse en algún otro barco pirata. Por más que intentó averiguar, nadie sabía nada de la flota española que llevaba los impuestos y todos suponían que continuaría su viaje a Cádiz sin novedades, así como tampoco se sabía nada del Tulipán Negro, que todos hacían de viaje hacia Sevilla tal como lo había manifestado el Tuerto antes de zarpar. El mismo Pierre no comentó nada sobre el naufragio del Asunción y menos de las intenciones de saquear el Nuestra Señora del Buen Retiro y robarse los cinco mil doblones de oro, ni siquiera para presumir frente a los otros piratas de poca monta que se encontraba por las noches en las tabernas. Los españoles, en Baracoa, por más que lo interrogaron sobre el barco de donde provenía, no pudieron sacarle nada que entendieran y eso de hacerse el mudo le vino de perlas.

Llegado a Santo Domingo, todo salió como esperaba, se juntó con una mulata y consiguió un trabajo temporal en la reparación de un galeón que había sufrido algunos daños por las traicioneras rocas de «Los Muertos».

Una noche, en una de esas tabernas-burdel que había pegada a las murallas en el sector que daba frente al río, llegaron un par de sujetos recién desembarcados y fueron el centro de atención de todos porque venían eufóricos con el relato de que en el viaje hacia La Española y provenientes de Jamaica, habían visto un sireno; y por más que todos hacían mofa de ellos, a Pierre le llamó la atención. A diferencia de los demás, pero siempre fingiendo que también lo tomaba a broma, les interrogó sobre el asunto, sobre todo por eso de haber visto «un sireno» y no «una sirena» que era lo más común que se relatara cuando después de unas cuantas jarras de ron, la borrachera les llevaba al terreno de las leyendas y de aventuras extraordinarias que sólo las vivían en su imaginación o que las inventaban para pasar el rato en la taberna.

Los sujetos, interrogados y sintiendo que Pierre les creía, le contaron con detalle lo que habían visto y todo eso antes de emborracharse. Lo que también llamaba la atención de Pierre era que los hombres no contaban una historia con la actitud normal de la chanza o la anécdota imaginaria, sino que eran vehementes y se desesperaban al ver que la gente no les tomaba en serio. Lo que le contaron dejó a Pierre espeluznado: no le cabía duda de que habían visto a Coral. Y más se espeluznó cuando le dijeron por dónde lo habían visto y que Pierre de inmediato supo que era muy lejos de la «barrera» que el tritón había mencionado; y se preocupó aún más cuando le contaron que un par de bergantines, un inglés y un francés, habían salido a darle caza, porque el Gobernador había ofrecido una recompensa de cincuenta doblones a quien trajera al sireno vivo. Pierre no sabía que el Rey Felipe quería una sirena y que tan pronto la obtuviera mandaría a construir un estanque en El Escorial. La recompensa en realidad la había ofrecido Su Majestad, y el Gobernador, era sólo el ejecutante, por lo que la cosa era seria y probablemente saliera algún otro navío a competir por los cincuenta doblones.

Aunque en el primer momento Pierre dudó incluso de la cordura de los informantes y aún más de aquella de los que habían salido a buscar al tritón, a medida que oía el relato se iba convenciendo de que era más que probable que Coral, al ver que Pierre no volvía, saliera en su búsqueda aún a riesgo de convertirse totalmente en pez, según había dicho. En ese momento pensó que había errado en el cálculo pues había creído que Coral se habría resignado a volver a estar solo, tal como había sucedido cuando su otro amigo, el otro tritón, lo abandonó. Pero ahora pensaba que quizás Coral se habría apegado a él de una forma distinta o más fuerte que al otro tritón y en lugar de resignarse a perderlo, salió en su búsqueda; o quizás, pensando que la balsa hubiera naufragado, salió a buscarlo y rescatarlo.



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En el texto hay: piratas, tritones, gay

Editado: 06.05.2018

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