Pierre quedó agazapado y bien agarrado a la gruesa cuerda del ancla, preocupado por lo que oyó y frustrado por la complicación. Ya no podría ver si el tritón capturado era Coral o no, a no ser que localizara al navío inglés que ahora lo llevaba y que suponía podría ir rumbo a Londres o Southampton, o quizás a alguna colonia inglesa en el Caribe; o con un poco de suerte, quizás, todavía pudiera estar en el puerto. ¿Qué hacer? Una vez más se encontraba desubicado y sin saber cuál debería ser el siguiente paso. Se quedó unos minutos más por si los marineros comentaban algo sobre el paradero del tritón, pero fue evidente que no tenían conocimiento; sólo que se lo habían robado los ingleses. Ni una pista, ni siquiera el nombre del barco donde lo tendrían.
Pierre volvió a bajar sigilosamente al agua y nadó de nuevo al muelle, pensando que allí podría hacer un recuento de los navíos ingleses que todavía estaban anclados o de los que hubieran partido en las últimas dos o tres horas. Para su tranquilidad, precaria pero tranquilidad al fin, pudo averiguar que ningún navío inglés había zarpado en los últimos dos días, por lo que el tritón debería permanecer todavía en el puerto. Faltaban más de dos horas para el amanecer y eso le daba cierto tiempo para iniciar la búsqueda, que no debería darle mucho trabajo pues sólo cuatro naves inglesas permanecían ancladas en Santo Domingo: un galeón, dos bergantines y una fragata. De los cuatro, si los ingleses pensaban huir con su escamoso botín, el galeón debería descartarse por lo lento. De los otros tres, la fragata era la que se veía más custodiada y con más movimiento; eso le hizo deducir que lo más probable era que allí estuviera raptado el tritón.
Volvió al agua y nadó hasta la fragata; trepó por la cadena del ancla y antes de saltar a cubierta, se aseguró de que no sería descubierto y cuando pudo subió y se ocultó tras unas grandes cajas que había cerca de proa. Eso le llamó la atención, pues no tenía mucho sentido lo que parecía un simple cargamento en una fragata, ya que no son navíos cargueros. De pronto tuvo que ocultarse aún más y hacerse lo más chiquito posible, porque oyó una voz:
—Is everything right, Mr. Howard?
—Yes, indeed, Sir. A lovely and warm night, Sir.
Pierre asomó un centímetro su cabeza para ver que un hombre uniformado impecablemente (a todas luces, un oficial naval) y un marinero común eran quienes estaban hablando.
—We are almost ready, Mr. Howard. Is a matter of minutes to set sail.
—Understood, Sir.
—Keep watching over our precious freight, Mr. Howard. When we were out enough from the harbour, thou shalt can rest. Thou deserve it.
—I'm grateful, Sir.
Pierre no entendió ni una palabra y por lo tanto, en ese momento no se enteró de que estaban a punto de zarpar y que el señor Howard debía mantenerse vigilando la «valiosa carga». Todo era muy extraño, pues en el puerto no se veía movimiento alguno que indicara una emergencia o un problema serio. Pensó que eso podría deberse a que los custodios del tritón, encargados por el Gobernador, seguirían felices cuidando un cofre vacío o lleno de quién sabe qué, y a que los marineros franceses que pensaban huir para reclamar la recompensa ofrecida por el Buen Rey Enrique, no habían demostrado que habían perdido el tritón y eso para no tener problema con las autoridades españolas. Mientras tanto estarían pensando qué hacer. En verdad que estaban metidos en un gran problema, pues iniciar una búsqueda o un incidente con los ingleses, pondría en evidencia su propia traición contra los españoles y eso no era para nada conveniente. Era obvio que debían recuperar el tritón, pero deberían hacerlo con suma discreción. A los ingleses tampoco les convenía un incidente, sobre todo porque las relaciones entre Inglaterra y las Españas no eran muy buenas que se digan, y si los barcos estaban en Santo Domingo, era más bien una cuestión de tolerancia que de amistad entre ambos imperios pues hacía muy poco que había terminado la guerra que había comenzado en 1585.
A Mr. Howard se unió otro marinero más y se pusieron a conversar, por lo que Pierre se veía imposibilitado de cualquier movimiento brusco y la esperanza de que el marinero se fuera a cumplir cualquier otra tarea, se esfumó. Ahora había dos, o sea, cuatro ojos, que como puede imaginarse, era peor que un solo par.
—Turn off all the lamps! —gritó alguien desde el castillete de popa y Pierre se sobresaltó.
—Weigh anchors! —gritó otra voz desde cubierta—. Unfurl the sails! —gritó un momento después.
Editado: 06.05.2018