Pierre no sabía qué hacer ni qué decir. Ante él tenía un gran cofre que al abrirlo vio que contenía los dos mil quinientos doblones de oro, otro grande con los tres mil florines, una bolsa repleta de ducados y un canasto con las quinientas setenta y cinco libras esterlinas; toda una fortuna en monedas que aunque estuvo a punto de ponerse a contarlas, no lo hizo. A simple vista pudo ver que era muy probable que las sumas que Coral había puntualizado con tanto detalle deberían estar allí y sin entrar a hacer muchas cuentas con el tema del cambio de monedas y sus equivalencias, era una fortuna mayor que la que llevaba el galeón Nuestra Señora del Buen Retiro que había sido la presa que llevó al Tuerto y al Tulipán Negro a la mar y a la cacería.
Coral miraba con atención, y por entre sus lágrimas, la expresión de Pierre cuyos ojos brillaban tanto como los doblones bañados por el rayo de sol que bajaba por entre las rocas. Pierre había quedado extasiado y al verlo, Coral sonrió.
—Ahora resta asegurarnos de que ya no haya peligro —dijo el chico— y volveremos a hacer otra balsa; pero para que no vayas a perderte en mar abierto, yo mismo te guiaré a La Española. Creí que estaba más lejos, pero no es así y ya conozco el camino.
—¿Me ayudarás con eso también? —le preguntó Pierre.
—Por supuesto. Te dije que haré todo lo posible para que seas feliz y la balsa es uno de los pasos necesarios para alcanzar todo lo demás. Y también te dije que ya no es necesario que juegues al «tiburón con patas» conmigo; te ayudaré de igual manera.
—Pero... Coral... ¿te das cuenta de que luego no volveré?
—Sí; lo sé, Pierre, lo sé. Y tú debes darte cuenta de que jamás voy a sacrificar tu felicidad en aras de la mía. Has sido muy claro y he entendido cuán egoísta he sido yo; pero eso ya quedó atrás. Ahora lo que importa es que puedas tener todo lo que has soñado.
* * *
Mientras Pierre y Coral estaban en las rocas junto a los tesoros, en la cabaña un marinero estaba noqueado y el otro fingía estarlo cuando volvió Mr. Cook y al ver que el tritón había escapado maldijo por todos los reyes ingleses y escoceses, con Eduardo el Confesor incluido. De inmediato dio la alarma y de la fragata el capitán envió veinte marineros y cuatro oficiales, dividiéndose en cinco grupos, con uno encabezado por el mismo Mr. Cook. Luego de una breve discusión, partieron en la búsqueda de los prófugos con la consigna de que debían ser capturados vivos, pues todavía estaba el asunto de que Pierre era quien debía sacarlos de esa zona que nadie conocía y que el navegante podría estar en los cielos o sepa Dios dónde. El tritón, era necesario tanto por ser el ejemplar que aseguraba la recompensa, pero sobre todo porque debería guiarlos hasta el cardumen, donde Sir John, el capitán, pensaba pescar por lo menos unas cinco o seis sirenas más para llevar a la Reina Isabel.
* * *
De la misma forma, mientras los ingleses llegaban a la isla y sucedía todo lo que se ha relatado, los españoles, con el gobernador Don Diego de Piedrablanca y Cienfuentes a la cabeza, estaban que bajaban santos, se golpeaban el pecho y maldecían por todos los monarcas europeos habidos y por haber cuando se descubrió el robo del tritón. Y los franceses no se quedaban atrás. Santo Domingo era un hervidero de acusaciones recíprocas y por la sencilla razón de que el asunto era tan vergonzoso, no se transformaba en un incidente internacional que enfrentara de nuevo a Felipe contra Isabel o contra el Buen Rey Enrique de Francia. Eso fue lo único en que todos estuvieron de acuerdo: el asunto debía resolverse sin levantar olas cuyas salpicaduras no perdonarían a nadie.
Como para el amanecer de la noche del rapto había sido ya evidente que la fragata inglesa había partido sin reportarse, fue también evidente que era la más probable candidata a ser la portadora del tritón raptado, y sin más discusiones, tres naves españolas y dos francesas se hicieron a la mar para perseguir a los taimados ingleses. Los españoles habían dicho que los raptores irían para Bermudas antes de cruzar el océano, pero los franceses apostaban a que irían a Cuba para despistar. De todas formas, unos por un lado, otros por el otro, todos tomaron rumbo hacia las Bahamas, que para esa época ya era un reconocido lugar que propiciaba el refugio de piratas, especialmente ingleses, debido a lo intrincado del archipiélago que era un verdadero laberinto; sin embargo, ninguno tenía idea de lo que realmente sucedía ni de dónde se ubicaba el lugar en donde estaba la isla que Coral llamaba «su» isla y por lo tanto, los ingleses con su fragata.
Editado: 06.05.2018