El pirata y el tritón

15 - Por algún lado hay que empezar

El ambiente en la cueva era tenso y Pierre comenzaba a sentirse mal pues las cosas parecían escapársele de sus manos. Desde niño su sueño fue ser pirata, surcar los mares, conocer lugares exóticos, vivir aventuras peligrosas y amasar una gran fortuna con los saqueos a los galeones europeos. Pero cuando soñaba con vivir aventuras peligrosas, se imaginaba mares embravecidos, abordajes a navíos holandeses, españoles o ingleses, luchas cuerpo a cuerpo y el esfuerzo de cargar cofres llenos de monedas de oro y joyas para enterrarlos en lugares secretos; todo eso matizado con momentos de paz y esparcimiento en los burdeles de los puertos caribeños donde gastarse unas monedas en suculentas comidas, abundante ron o aguardiente y las mujeres que esperaban a los desesperados marinos que volvían de varias semanas o meses de estar en alta mar, según ellas, en absoluta abstinencia. Abstinencia de mujeres sí, por supuesto; abstinencia de sexo... eso era discutible, cuando no era una presunción infundada de ellas.

Sin embargo, la vida le estaba obligando a vivir una aventura totalmente distinta: ahora estaba en una cueva escondido con dos tritones, con dos criaturas que se suponía que no deberían existir salvo en los cuentos y leyendas y para peor, uno de ellos, era un chico que se había apegado a él de una forma que simplemente no sabía cómo manejar. Coral era un chico muy joven, honesto, sincero y que para no hacer una lista interminable, habría que decir que tenía todas las virtudes morales que hubieran enorgullecido a los filósofos atenienses del Siglo de Oro, aunque no hubiera tenido el respeto de los espartanos, pues no era un chico nacido para la batalla.

Pero Pierre bien supo que eso no significaba que Coral fuera un cobarde; muy por el contrario, era un chico valiente en lo que respecta a todo aquello que le era valioso: se arriesgó cuando se fue solo a La Española, aceptó ser enjaulado, soportó estoicamente estar encerrado en un barril como un arenque, se sometió a la dudosa voluntad de los ingleses... y no por cobardía, sino por evitar que nadie le hiciera daño a «su» Pierre... Nuestro pirata francés, no tenía ya duda alguna: Coral era muy valiente en lo que respecta a lo más valioso que, según él, tenía: su Pierre, su amado... su «marido». Eso... eso era lo que Pierre no podía o no sabía manejar.

Todo hombre desea ser amado de esa forma y tener a su lado a alguien que se comportara de esa manera, pero muy pocos lo consiguen. Pierre lo tenía pero... era un chico.

Y si de aventuras se trata, para colmo de males, ese chico que estaba dispuesto a dar su vida por su amor, estaba amenazado por todos lados: ingleses, piratas y españoles; todos lo buscaban para apoderarse de él. Unos para venderlo por unas monedas y con ello condenarlo a vivir en un estanque como un fenómeno que divirtiera a un aburrido e indolente monarca; los otros, o quizás sea un asunto exclusivo de Mr. Cook, para llevarlo a una mesa de disección y abrirlo para curiosear, «científicamente», cómo eran sus entrañas, si se parecerían a los peces o a los humanos, y probablemente le sacarían el cerebro para intentar ver cuál era la razón por la que sólo quisiera aparearse con machos. Pudiera haber algún tipo de interés científico, pero si de disecar se trata, eso se hace con cadáveres, no con criaturas vivas que piensan y tienen alma.

El panorama no podía ser más complicado... ¿o sí? En ese momento, Pierre miró a Kraken y concluyó que había una complicación más: Coral tenía delante al chico que lo despreció y que ahora había vuelto para reconciliarse, pero no para vivir juntos una vida feliz y plena, sino para utilizarlo sólo para saciar su libido y esa necesidad de «apareamiento» que tantas veces se había dicho, discutido o mencionado por todos los involucrados. En el caso de Kraken, ese término era extremadamente preciso: quería a Coral, sólo para aparearse cada vez que lo quisiera, y según lo que hasta ese momento el mismo Coral había dicho, eso implicaba varias veces al día. Pierre pensó que quizás, el apareamiento entre tritones fuera como con las gallinas: el gallo la cubre por unos segundos y ya; terminó. Pero esa fue una idea que se quitó al instante de la cabeza pues los mismos relatos de Coral, a propósito del «tiburón con patas» indicaban que lo harían de la misma manera que se hace entre humanos.

En resumen, Pierre se enfrentaba a una aventura que implicaba a una criatura real que debería estar en la leyenda, una criatura dulce, amorosa, tierna y vulnerable que estaba amenazada de muerte por los humanos y amenazada a una vida de sometimiento y humillación por los tritones, comenzando por el que acababa de decirle que allí, en la cueva, vivía un «tiburón con patas», expresión que Pierre ya conocía como preámbulo al apareamiento.

Pierre sentía que su cabeza iba a explotar pues todo eso, o mejor dicho, en qué terminaría todo eso, de una forma u otra, dependía de él. Sentía que él tenía la responsabilidad de que Coral no sufriera ningún daño, ni físico ni emocional, ni por parte de los humanos, ni por parte de los tritones. Sabía que el chico no tenía a más nadie que lo cuidara y protegiera. Y eso era un peso muy grande, una responsabilidad enorme que competía por ocupar un lugar preeminente en su plan de vida. ¿Cómo asumir su responsabilidad y al mismo tiempo lograr su sueño de ser un temible y reconocido pirata, con su propio barco y tripulación, apoderándose de inmensos tesoros que le permitieran una vida de lujos y esplendor? ¿Qué debe poner en primer lugar?



#32420 en Otros
#4492 en Aventura
#49153 en Novela romántica

En el texto hay: piratas, tritones, gay

Editado: 06.05.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.