El marinero quedó pensativo, y al ver su expresión, Pierre se alarmó. Coral estaba calmado o más bien, sereno, y a pesar de eso, Pierre estaba tenso pues le fue obvio que Coral estaba intentando algo que comenzaba con hacer tambalear el fuero interno del guapo y joven marinero que los custodiaba. Iba a pedirle a Coral que le aclarara los detalles de su plan (pues también era obvio que se trataba de un plan), cuando volvió Mr. Cook.
—Peacock. La oscuridad de la noche, no obstante ser una ventaja, está complicando maniobrar pues casi navegamos a ciegas. Lamento informarte que tu relevo no vendrá sino hasta dentro de una hora o quizás más. Así que paciencia, mi amigo. Yo sé que es aburrido estar aquí abajo sin hacer nada mientras todos los demás están concentrados y avocados a las arduas tareas de la navegación, pero así es la vida. Hay deberes que cumplir y el tuyo es la custodia de los prisioneros que no desmerece en nada tu reputación como marinero ni como militar.
—Entiendo, Mr. Cook. Aquí seguiré mientras sea necesario. Es mi deber y lo asumo como corresponde —le repuso Peacock.
—No esperaba menos de ti. ¿Y cómo va todo? Por lo visto se han dormido.
—Como bebés. El sireno dijo que se sentía muerto del cansancio y tan pronto como quedamos en silencio, se ha dormido tan profundamente que casi tengo que asegurarme de que no hubiera muerto.
—Y el mañoso este también, según parece.
—Así es. No dudo que la larga caminata, con lo incómoda que les fue por ir amarrados al madero, lo debe haber fatigado lo suficiente, y considerando que está enjaulado y nada puede hacer, se ha resignado y se durmió.
—De todas formas, no te confíes y menos caer tú también víctima del sueño. Debes vigilarlos pues con Pierre nunca se sabe. Tiene más mañas que un zorro galés.
—Lo entiendo. No hay nada de qué preocuparse.
—Contigo a cargo estoy seguro que no. El mismo Sir John ordenó que fueras tú quien los custodiara, así que ya ves la confianza que te tenemos.
—A prueba de fuego, señor.
—Y así debe ser.
—Puede tener la plena seguridad.
—La tengo. Bueno, entonces nos vemos en una hora.
—Como ordene.
Mr. Cook los volvió a dejar solos y tanto Pierre como Coral supieron que el Apolo que tenían por custodio podría haber caído en la trampa, pues al oír la llegada de alguien, ambos se hicieron los dormidos y el Apolo captó eso al instante, secundando sin dudar la puesta en escena.
—Ya se fue —informó Peacock.
Los prisioneros volvieron a incorporarse y Pierre, sin que le hubiera disminuido su nivel de preocupación, preguntó:
—Coral... ¿qué te propones, concretamente?
—Que te liberen, Pierre, ¿qué otra cosa?
—Sí, lo sé; pero, ¿cómo piensas lograrlo?
—Con el único recurso que tengo en estos momentos, Pierre, voy a...
—¡Hablad en inglés, por todos los diablos! —bramó Peacock.
—Perdonadme —rogó Coral, pero os dije que Pierre no entiende la maravillosa lengua vuestra.
—Lo sé, pero, ¿qué le decías?
—Le preguntaba si estaba dispuesto a ser más generoso y agregar un poco más a los quinientos doblones ofrecidos —mintió Coral.
—¿Más aún?
—¿No te parece bien? Porque si no, le digo que deje la oferta tal cual y...
—¡No, no, no! Pregúntale cuánto más puede agregar y si puedes, sugiérele que sean doscientos cincuenta.
Coral, fingiendo que haría precisamente eso, continuó con su explicación.
—Coral, no lo hagas —le dijo Pierre.
—Tengo que hacerlo, amor mío... ¿ves alguna otra opción?
—¿Qué discutís? —interrumpió de nuevo el marinero porque eso de hablar en francés lo ponía en desventaja.
—Está regateando —contestó Coral— Setecientos cincuenta le parece mucho y propuso, seiscientos.
—Dile entonces que setecientos.
Coral, volviendo a hablar con Pierre, siempre en francés, continuó:
—Si no ves otra opción, Pierre, no me impidas hacerlo.
Editado: 06.05.2018