Hacía más de dos horas que nadie había visto a Kraken por una simple razón: se había ido. No fue por cobardía, pues cuando los holandeses lanzaron su primer cañonazo, Kraken estaba llegando a la isla de nuevo y por lo tanto, ni se enteró. Luego de la conversación con Pierre, había quedado pensando en que a bordo del Tulipán Negro, efectivamente, de poca ayuda, si alguna, podría ser. Mucho había observado a los humanos y sus naves, incluso una que otra batalla naval, abordajes piratas y cosas así, pero no tenía la más mínima idea de qué se debía hacer y por eso, concluyó que lo mejor sería buscar apoyo y así, decidió volver a la isla y explicar lo que estaba sucediendo al resto de los tritones, sin olvidar a su Charlie que debía estar con el corazón en la boca. Sin embargo, al llegar a la isla, se encontró con lo que menos esperaba: el enorme y hermosamente decorado navío de línea francés que, seguido del San Eustaquio, había también circunnavegado la isla y estaba casi frente a la cueva donde permanecía escondido el cardumen de jóvenes tritones. Tanto había tenido con todo el asunto de la huida de Coral y luego la amenaza de la urca, que había olvidado que en la isla todavía podrían permanecer los franceses y los españoles, así como los ingleses que habían perdido su fragata.
Nadando a considerable profundidad, pudo llegar a la cueva sin ser visto y allí puso al tanto de todo a los tritones y a Charlie.
—Chicos —dijo al terminar el resumen—: ¿estáis dispuestos a continuar la aventura aunque enfrentemos situaciones aún más peligrosas que las que ya hemos vivido?
Los tritones, eufóricos y adolescentes al fin, lo afirmaron sin dudar un momento.
—¿Qué propones? —preguntó Charlie.
—Tú, mi vida, debes quedarte aquí. Por favor compréndelo y ármate de paciencia, pero sobre todo, confía en mí. Los demás nos dividiremos en dos grupos. Somos... —Kraken los contó—, dieciocho. Bien. Un grupo de seis irá a la bahía, y el otro grupo, los doce restantes, vendrá conmigo.
En un instante, y como si ya lo hubieran planeado, los tritones se habían agrupado y nadie discutió su pertinencia.
—Muy bien... el grupo de seis, irá a la bahía —continuó Kraken—. Allí esperará a que los españoles estén despreocupados, y observarán cuán seguro será subir al galeón. Fijaos que la mayor parte de los hombres esté en tierra firme. Dos de vosotros permanecerá en el agua vigilando y los otros cuatro, subirán al galeón. Iros a las bodegas y tomad en cuenta que es muy grande...
—Ya lo sabemos, y ni siquiera es tan grande como el Hibernia —dijo uno.
—Cierto. Lo había olvidado. Ya conocéis cómo es un galeón español por dentro.
—Es holandés, Kraken.
—Cierto, también, pero construido en las Españas. Willem me lo dijo pues lo leyó en uno de los papeles que había en la cabina del capitán.
—Como sea. Y cuando estemos adentro, ¿qué haremos?
—Tomad los barriles de aceite que queden y derramadlos, luego tomad las lámparas y arrojadlas para que se rompan contra las maderas aceitadas y los víveres que aún queden.
—¿Lo incendiaremos?
—Eso hizo Pierre y ya pudisteis ver en qué quedó la fragata.
—¡Genial! Cuenta con eso; ¿no es cierto, chicos?
El grupo de seis, que decidieron llamar al escuadrón «La Ira de Kraken», gritó de alegría pero al instante taparon sus bocas, pues ya habían sido advertidos, desde la primera vez, que no debían hacer ruido.
—Tan pronto veáis que la nave alzó fuego, volved a la cueva como rayos.
—Hecho —dijo el tritón que, sin que nadie lo designara, quedó como líder de «La Ira de Kraken»—. ¡Ya lo oísteis, piratas! ¡Aletas a la obra! ¡A por el galeón!
—¡Que acompañe al Asunción! —dijo otro.
—¡Dos cascarones en la misma bahía...! ¡¡Y para nosotros solitos!! ¡¡¡Lo que nos vamos a divertir!!! —agregó un tercero.
—Ya, ya... calmaos. De los demás... ¿alguno tiene experiencia en disparar cañones? —les interrumpió Kraken la celebración anticipada.
—¡Nosotros! —exclamó un hermoso tritón de largos cabellos azules y ojos grises como nubes señalando a tres de los otros chicos—. En el Hibernia, éramos los artilleros, y varias veces disparamos el único cañón que le funcionaba... hasta que se rompió la cureña y cayó al mar... ¡Demonios! ¡Qué pérdida!
Editado: 06.05.2018