Pierre, con una calma que nadie hubiera esperado, llegó a su cabina y Pedro le franqueó el paso.
—¡Capitán! —exclamó el chico.
—Gracias, señor Gonçalves. Ya todo está en calma y por ahora no hay peligro.
—¡Oh, Pierre! —dijo Coral y corrió a abrazarlo.
—Tranquilo, Coral... no tienes nada que temer —le consoló rodeándolo con sus brazos y acariciando su largo cabello dorado.
—¿Qué pasó, capitán? —preguntó Pedro.
—Es una larga historia. No, larga, no; enmarañada sí. Pero será mejor que Kraken te la cuente.
—¿Kraken? —preguntó Coral—. ¿Está bien?
—Sí, descuida. Y estoy seguro de que estará encantado de contar todo, con lujo de detalles.
—¡Oh, Pierre! ¡Tenía tanto miedo!
—Yo no —intervino Willem.
—Tú no porque yo estoy contigo —repuso Pedro.
—Ya veo que os estáis entendiendo —dijo Pierre sonriendo y haciendo un guiño al pirata portugués—. ¡Hala! Iros de aquí, que esta es mi cabina, no un salón social. Iros a que Kraken os cuente... antes o después.
—¿Qué? ¡Ah! ¡¡Ah!! Entiendo... ¡Rayos! ¡¡¡Que me lo cuente después!!! —exclamó Pedro.
—Lo supuse —dijo Pierre riendo—. ¡Venga! Iros de una buena vez y cuando estéis satisfechos, enteraos de lo sucedido.
Pedro guardó su trabuco en la faja de su pantalón, envainó su espada y tomando a Willem de una mano, lo sacó de la cabina.
—Vamos, meu tesouro, que dentro de un rato, serás un tritón distinto.
—¿Distinto?
—Sí: enamorado y feliz.
—¡Oh! ¿Qué me vas a hacer?
—Menos palabras, caramelito... deja que los hechos hablen por sí mismos. Res, non verba! —contestó Pedro alzando su mano derecha como un venerable filósofo.
Coral seguía con su cabeza recostada en el espectacular pecho de Pierre mientras éste lo mantenía abrazado y jugaba con sus cabellos.
—¡Al fin solos, Coral y yo! —dijo Pierre; frase que más de dos siglos después adquiriera fama pero en boca de otra persona.
Le apartó un poco tomándolo por los hombros y le besó en los labios con suavidad y ternura para luego mirarle a los ojos.
—Pierre...
—Este beso, Coral, te lo da un Pierre diferente. Es un beso de amor, Coral, no otra cosa. Con este sencillo beso, te digo cuánto te amo, cuánto te extrañé, cuánto deseo estar contigo y que no te apartes de mí. Es un beso que debe decirte que te quiero presente siempre en mi vida, como mi compañero.
—¡Oh, Pierre! ¡Eres tan dulce!
—Siempre lo fui, Coral... sólo que antes era un estúpido.
—No digas eso.
—Pero todo pasó. Ahora, si de recordar se trata, debemos detenernos en aquellos recuerdos agradables para ser felices... y los otros, si hubiera que detenerse en alguno de ellos, será sólo para aprender de los errores.
—Pierre... yo también... ¡te amo tanto! Sin ti... prefiero morir.
—Ahora eres tú quien no debe decir esas cosas. Ambos debemos vivir, Coral, para ser felices juntos, disfrutando de las cosas buenas que la vida nos ponga por delante, por pocas que sean.
—Lo deseo de todo corazón, Pierre. Por eso he hecho todo lo que hice, para estar contigo.
—¿Y sabes una cosa?
—¿Qué?
—Ya no hay tiburones con patas. Se han ido lejos y no volverán.
—¿No?
—No. A partir de ahora, cada vez que quieras que te haga el amor, sólo pídemelo, insinúalo, sedúceme... y me tendrás listo y rendido a tus pies. No para jugar, sino para amarte con toda la pasión e intensidad de la que soy capaz, para amarte de la forma más íntima que me es posible... para unirme a ti como una sola carne.
—No sé qué decir, Pierre...
—Entonces, no digas nada. Deja que tu mirada, tus caricias, tus besos, hablen por ti.
—Pero si te acaricio o te beso, comienza a darme esa cosa tan extraña que me lleva a querer...
—¡Oh! ¡Me equivoqué! —dijo Pierre sin dejarlo terminar—. No todos los tiburones con patas se han ido... ahí todavía queda uno...
—¿Dónde? ¡Oh, Pierre! Tengo miedo... protégeme.
—Siempre... Siempre, mi vida, te protegeré...
Pierre lo llevó a la pequeña cama de la cabina y se dedicó a «proteger» a Coral. Lo hizo como nunca antes, no sólo por el ardor y la pasión, aunadas al largo tiempo que tenía de abstinencia, sino sin prejuicios, sintiéndose libre para disfrutarlo y cuidar de que Coral también lo disfrutara como nunca. Un largo e intenso abrazo, sembrado de besos, de caricias, de miradas colmadas de amor; un contacto íntimo que coronaba la entrega que ambos habían hecho, sintiéndose que ya no eran dos, sino uno. Los ojos de Coral estaban húmedos, pues sólo las lágrimas fueron la respuesta de su alma a tanta dicha. Sus manos recorrían, como hambrientas, la ancha espalda de su pirata adorado, y mientras sus labios salpicaban de besos el vientre firme de ese «animal», como algunos habían calificado a Pierre por lo monumental de su físico y mientras, tendido Coral sobre su espalda, ese «animal» lo poseía intentando un precario equilibrio entre desbordarse como una bestia sedienta de placer y un marido amoroso y considerado.
Editado: 06.05.2018