Miré la hora en mi muñeca: 11.09. No habíamos llegado ni al mediodía y todavía quedaban muchos pedidos por entregar, y el rumor de que había algo pasando en las ciudades y que pronto no habría más agua potable iba tomando cada vez más forma - y adoptando más versiones. En los metros que habíamos hecho, ya habíamos escuchado hablar del tema más de tres veces. Apreté un poco el paso, incómoda con este pensamiento, con Perien caminando detrás.
Estiré mi ropa debajo del uniforme por tercera vez, y me corrí los mechones de pelo que tenía en el rostro. No debía haberme vestido así, siempre que me vestía con este conjunto luego lo lamentaba. ¡Pero se veía tan bien! ¡Era tan elegante! Con su suave y delicada tela color gris y sus pequeños bolsillos bordados, y acompañados por un rodete… ¡Se veía espléndido! Aun así… qué incómodo era. Más aún cuando había que apurarse.
-Oye dormilona, sí que tienes energía hoy, ¿o no?
-¿Energía? -contesté riendo-. ¿No eras tú el imp joven y fuerte?
-¡Oye! Los años se hacen sentir -dijo Perien dándome un codazo que me hizo reír-. Lo entenderás cuando pases de la veintena.
-¡Vamos! ¡Dudo que sea tan diferente!
-Ojalá no lo sea para ti. Pero yo… Ni el cansancio aguanto. ¿Recuerdas que hace ayer había dormido poco? Bueno, me quedé dormido antes de cenar. Y aún no recupero las horas de sueño.
-¡Todo un imp citadino! –reí, mientras recordaba el ajetreado día anterior-. ¡Ah, Per! Ayer me pediste que te avisara si sabía algo de mis padres, si llegaban a mencionar que algo estuviera sucediendo –Perien asintió-. Bueno, lo hicieron. Cuando llegué a casa había una carta de ellos esperándome. No se comunicaron justamente por eso, pero mi madre lo mencionó en una parte. Me preguntó si todo marchaba bien, si había tenido complicaciones en la empresa. Que tomara recaudos y estuviera con cuidado, y que en las demás empresas estaban sucediendo cosas extrañas. ¿Crees que tenga algo que ver con lo que me contaste de tu hermano?
-Sí, es probable. Justo como pensaba. Yo sabía que algo no andaba bien. Gracias, Cris –sonrió Perien con gesto de preocupación.
-¿Qué crees que estará sucediendo?
-No lo sé. Espero que no sea nada grave. Y que no llegue hasta aquí.
No respondí. Definitivamente era muy poco probable que sucediera nada, pero no podía evitar preocuparme. Sacudí la cabeza y traté de dejar de pensar. De todos modos, por el momento era mejor concentrarse en el trabajo.
Ya estábamos por llegar a la cuarta casa cuando un ruido atronador invadió la ciudad. El suelo tembló, y un fuerte viento nos empujó. Los carros salieron impulsados hacia atrás, volviéndose contra nosotros, evitándonos por milímetros. Pedazos de tierra, concreto y árboles volaban como flechas por el cielo. Los vidrios de las casas se rompieron, y los techos rechinaron. Un viento huracanado sopló, y vimos del suelo salir una nube, una gran nube grisácea. Las bandadas de pájaros huyeron despavoridamente hacia cualquier otro lugar donde encontrar refugio. El tiempo se detuvo, y mi mente con él, incapaz de encontrarle sentido a lo que sucedía.
- ¡Rápido, todo el mundo! ¡Tomen refugio! ¡Cúbranse! -gritó una voz lejana.
Las palabras llegaban a mis oídos, pero no a mi cabeza. No podía quitar los ojos de aquél espectáculo. De repente, una mano tomó firmemente mi brazo y tironeó, pero estaba tan abrumada que mi cuerpo no se movía. Las manos ahora estaban tratando de levantarme del piso. Las miré. Conocía esas manos. Seguí el brazo hasta la cabeza. Perien. Me paré. No podía apoyar un pie. Perien me sostuvo, y me dejé guiar por él mientras me llevaba hasta el interior de una de las casas, donde una vecina nos había abierto la puerta para refugiarnos. Nadie mencionó una palabra mientras nos apretujábamos contra la ventana, sin poder creer lo que veíamos: entre las grises nubes que brotaban del suelo, ramas y más ramas cubiertas de hojas verdes, naranjas y amarillas se alzaban hacia el vidrio del Domo, creciendo desde el suelo como si tuvieran vida propia. Vimos a los pájaros volver. Comenzaron a pararse en ellas, mientras las ramas se torcían, enredaban, entrelazaban y enderezaban otra vez inundando la ciudad con su ruido. Cubrí mis oídos: el ruido de las hojas y las ramas chocando entre sí me hacían doler. Nunca había visto un árbol crecer de esa manera. Siguió creciendo, girando, retorciéndose, estirándose, y rugiendo, sus ramas se hicieron más gruesas en el centro y más finas alrededor. Algunas hojas comenzaron a caer, mostrando el interior de esa enredadera gigante que nos miraba desde el cielo.
Y de repente, el crujir y rugir del árbol se detuvo de inmediato, mostrando el resultado final. Eran letras, letras largas y desgarbadas pero letras al fin, que mostraban un mensaje: “Larga Vida a Eraín”.
Una alarma monótona y seria comenzó a sonar, taladrando mis oídos aún más que el árbol, como ave de mal augurio. No podía despegar la vista de la ventana, y los pensamientos dentro de mi cabeza eran del todo borrosos. Sentí el calor de las manos de Perien en mis mejillas, sacando lentamente mi mirada de los siniestros sucesos hasta que mi rostro quedó ante el suyo. Su voz comenzó a llegar a mí.
- ¡Hey, Cristal! ¡Cris! ¿Me oyes? ¿Estás bien? -parpadeé varias veces antes de responder, antes incluso de comprender, y asentí levemente con la cabeza-. ¿Te lastimaste? -Comencé a mirar mi cuerpo. Mi uniforme estaba lleno de tajos por doquier, despedazado, y algunos de los tajos estaban manchados con un poco de líquido rojo. ¿Era sangre? ¿Esa era MI sangre? Comencé a inspeccionarme, y me di cuenta de que también estaba temblando. No podía hablar. Mis ojos iban de aquí para allá, por más que intentara inútilmente detenerlos-. Ya, ya. Está bien. No pasa nada, está bien -dijo Perien, tomándome entre sus brazos-. ¡Por favor, una manta! ¡Si es tan amable! -le pidió a la anfitriona, que se apresuró dentro de un pasillo-. Ya no tiembles, todo está bien-. Sus manos trataban de darme calor, como cuando alguien tiene frío, pasando una y otra vez por mis brazos. Pero por más que lo viese, de alguna manera no podía sentirlo.