El Poder Del Sol

Capitulo 1

Tybee Island, Georgia. 
Un mes después.
 


Llevaba la capucha puesta y la cara contra la ventanilla en el asiento trasero, traía puestos los auriculares e iba despertando.
Echó un ojo despacio acoplando me a la luz que brotaba a través de las nubes rosadas del amanecer.
Me acomode despacio en mi sitio. Mi madre me observo por el retrovisor y sonrió.
―¡Buenos días! ―su voz parecía un hilo.
Arranque por completo los auriculares y sonreí.
―Buenos días ―me aclare la garganta, sentía una enorme bola de flemas en ella que me impedía hablar con claridad.
Espere a que el resto del sueño se me fuera para darme cuenta de que nos íbamos adentrando entre las calles del pueblo. 
― Ya casi hemos llegado ―anunció mi madre, sonriendo. 
Aunque había conducido toda la noche, no había rastro de cansancio en ella, nada, parecía como si acabará de arrancar el auto. 
En cambio yo, están tan cansado y agotado de estar sumido en el asiento trasero retacado de cajas y bolsas. En mis piernas llevaba mi pequeña mochila vieja con mis cosas personales. No era demasiado, lo más valioso, era el collar que mi padre me dejó cuando murió. 
Asentí despacio y seguí mirando las calles. Las casas eran enormes, de tres niveles, con escaleras de madera en zigzag, la mayoría cubiertas de maleza y flores blancas de la misma. 
― La abuela se pondrá muy contenta -continuó ella―. ¿No lo crees? 
―¡Seguro! ―respondí con el entusiasmo necesario para que ella no hiciera preguntas. 
Mi madre había estado yendo y viniendo aquí porque la abuela había empeorado considerablemente. No me acordaba mucho de ella y de este sitio, puesto que la última vez que vine, mi padre aún vivía y yo debía tener unos ocho años. Yo no quería ver a la abuela enferma, no quería darme cuenta de lo mal que estaba, fuera de todo eso, iba a empezar de cero en este sitio, como si necesitará algo así a mi edad. 
El auto se detiene al final de la calle, gira en una entrada que parece que está abandonada, la enredadera recorre la puerta como si no hubiera nada más que la basta hierba verde cubierta de flores púrpuras.
Mi madre baja del auto y abre la puerta de la entrada, detiene el auto y al frente se encuentra la casa de madera gris. Igual que el resto del lugar, mantiene ese aire de abandono, la pintura se había levantado y la maleza ocupaba cada rincón de aquel lugar. 
Bajo despacio con mi mochila al hombro y la brisa me pega de inmediato, recorro despacio a través de los matorrales y veo la playa a escasos metro de mi posición. 
―No recuerdo que la abuela viviera en la playa ―cierro la puerta del auto y me encaminó detrás de mi madre. 
La entrada a la casa es una escalera por el costado desde donde hemos llegado, el porche es amplio, recorre los cuatro lados de la casa. 
Mi madre empuja la primera puerta de la mosquitera y sin anunciar abre la puerta principal de un golpe y yo voy pisando sus talones. 
El ambiente es tétrico dentro de la oscura casa, lo primero que logro percibir es el aroma a humedad, a muebles viejos y a una atmósfera muy vacía. 
La abuela está en el sofá más cercano con la manta hasta la barbilla, el televisor se encontraba encendido. 
Mi madre se le acerca para despertarla. Voy por la pequeña casa tan sucia que es imposible sentirse extraño, voy hacia las habitaciones vacías y observo la poca luz que entra en las cortinas amarillentas. 
Arrancó una de ellas de su lugar y comienzo a levantar las cosas que están tiradas por el suelo. 
―¿Dónde está Susan? ―la voz de mi madre refleja la irritación. 
― ¿Susan? ―la voz de la abuela es débil―. Ella no ha estado aquí en las últimas dos semanas. 
―Ella me dijo que estaría aquí, que no me preocupara ―Mamá se levantó del suelo y comenzó a recoger el desastre que había en esa casa. 
Nos dividimos las tareas, había empezado a limpiar las habitaciones vacías y el baño. Mi madre se dedicó a la sala y fue a limpiar la cocina mientras preparaba el desayuno. Baje de regreso al auto para ir por las maletas y las cosas. Costó de tres viajes para terminar de llevar las cosas al piso de arriba. 
Estuvimos a punto de amarrar nuestra vieja casa y traerla arrastrando hasta acá, aun no lo había asimilado, quizá, esperaría para eso, había dejado tanto en mi antiguo hogar, una vida entera, amigos de toda la infancia y un sin fin de recuerdos que tuve con mi padre. 
No tenía hambre así que fui a la habitación que había hecho mía, la que daba de frente a la playa. 
La cama era pequeña, pegada al muro, y una cómoda al frente de esta. Los muros eran de un azul claro, pero la pintura se caía a la más mínima provocación. La ventana dejaba entrar la suficiente luz para iluminar durante el día, así que le daba un aspecto positivo a la habitación. 
Salí cuando pasaban de las tres de la tarde hacia la sala. La abuela me echo un ojo y me inspeccionó. 
―¡Qué grande te has puesto, Andelin! 
―No tanto, ¿la escuela está muy lejos de aquí? ―le pregunte siendo indiferente. 
―Hum, algo. Esta más allá del muelle ―respondió. 
Mi madre me observo desde el otro lado de la barra, espero a que terminará de hacer lo que hacía y se acercó a mí. 
―¿Por qué no vas a dar una vuelta por el vecindario? ―sonríe como si lo que está sucediendo fuera algo muy normal. 
Me encaminó hasta la salida y bajo las escaleras de la entrada. Meto mis manos al bolsillo de mi pantalón y el calor me pega tan fuerte, la brisa es agradable en el cielo azul, pero aun así sé que me será muy difícil acostumbrarme al aclimatado Tybee.
Atravieso los matorrales y los árboles verdes hacia la arena blanca, la orilla del mar se extiende unos metros más al frente. 
Observo un momento aquel lugar y me preguntó cómo fue que llegué aquí, mantengo la esperanza de que todo irá muy bien, y me lo creo. 
La noche es larga y tranquila, me quedo despierto después de las tres de la mañana hasta que logró pegar los ojos, deseando que el día siguiente irá todo bien en la escuela. 
Unos jeans claros, una playera blanca, me calzó los tenis y luego me siento en la mesa para el desayuno de mi madre.
La abuela está en su sofá con la manta en las piernas y sin dejar de mirar la televisión, dice. 
―Por ahí dicen que un chico está desparecido, ¿han visto las noticias? ―Alzó la vista al televisor, pero la nota es rápida y no alcanzo a escuchar. 
―¿Vas a ir vestido así a tu primer día? ―La voz de mi madre me saca de la televisión, no alcanzo a reaccionar porque el sueño que tengo me corroe despacio. 
―Es mi último año, es mitad de semestre y no pretendo impresionar a alguien ―respondí de mala gana, terminé de devorar mis huevos fritos y el vaso de café. 
No quería llegar muy temprano. Y no quería que mi madre me llevara a la escuela solo para evitar la charla matutina, nada que dijera sería diferente a lo que hablamos antes de venir, y yo seguía manteniendo la mejor actitud. Incluso mantenía una leve sonrisa en mi rostro. 
El frío de la brisa de la mañana llegaba a calar en la piel, no llevaba suéter porque era absurdo, pero aun así, me crucé de brazos y anduve por la calle mirando a los demás chicos que se unían a mi caminata. Otros más se movían en sus bicicletas relucientes, como si fueran a una competencia. 
En realidad no estaba tan lejos de casa, un kilómetro cuanto mucho y llegabas al centro del pueblo. La escuela era un edificio pintoresco que se alzaba con una torre en la entrada principal, en la punta descansaba una campana dorada que parecía no había sido usada en años. No era mucho más grande que mi otra escuela, de una planta, un pasillo principal y otros dos que se ampliaba a ambos costados. El estacionamiento estaba frente a las instalaciones, y se llenaba de gente.
Por un momento creí que escuchar a mi madre era la mejor opción, todos iban con sus camisetas y pantalones cortos, mostrando sus pieles bronceadas y cabellos rubios. Incluso las chicas, con las faldas y las blusas mostrando el ombligo junto con las largas piernas y zapatos abiertos. 
Como en la mayoría de las veces, la entrada se llenaba de gente en pequeños grupos, todo el pasillo es recorrido por las risas y las conversaciones. 
Voy directo a la oficina principal para matricularme. Mi madre había venido una semana antes de mudarnos para arreglar todo, ahora solo debo esperar por mi horario y matrícula. 
El director Phil me recibe con entusiasmo mientras hace unas cuantas preguntas, respondo con amabilidad. 
―¿De dónde dices que vienes? 
― Atlanta ―dije poniéndome de pie de la pequeña oficina. 
El director me entrego el pase y el horario. Luego me acompaño en dirección al pasillo mientras comenzaba una historia sobre la Preparatoria Tybee, mostrándome cada rincón de la escuela. 
―¿Prácticas algún deporte? ― Caminaba un par de pasos delante de mí, sé que no podía ver mi expresión. 
―No, en mi antigua escuela no eran tan fan de los deportes, si había un equipo de baloncesto y eso, peor yo soy más de los que prefiere un proyecto de investigación. 
―¡Oh! Ya veo. Siempre es bueno tener variedad en nuestros alumnos ―dijo con un dejo de decepción en la voz 
Al final me llevo hasta mi aula, la puerta estaba abierta. Así que pude ver a la profesora recargada en el borde del escritorio, agitaba las manos como si estuviera explicando algo. 
―Un gusto, Andelin. Cualquier cosa, me avisas.
El director se dio la vuelta y se acercó a la profesora. Eché un leve vistazo dentro, las miradas me cruzaron como balas y sentí que la cara se me ponía tan roja que tuve que retroceder un par de pasos. Observé a la profesora acercarse. 
―¿Andelin? ―pregunta. 
Asiento despacio, como si hubiera alguien más. No digo nada y me encaminó hacia ella. Sonrió amable. Respiro. 
La atención me pega directamente, y me relajo. Voy al asiento vacío del costado izquierdo, donde ella me indica. Agradezco que no me hace presentarme. 
La profesora continua con su charla, no le pongo atención y solo hago garabatos en el cuaderno nuevo. 
La clase termina pronto, Veinte minutos después de que he entrado. 
La mayoría me sigue mirando, incluso por el pasillo en dirección a la próxima clase, estoy perdido y me da vergüenza pedir informes, así que me limito a dar vueltas por el pasillo hasta que encuentro el sitio correcto. 
No pasa nada importante. La verdad es que nunca he sido bueno para hacer amigos mis primeros días de clases. 
Al final del día me encaminó hasta la biblioteca recordando el recorrido que el director me ha dado esta mañana, me guio un poco por el croquis que me ha dado, porque es confuso que en un pasillo se encuentre el salón de música y el laboratorio, y en el otro pasillo la biblioteca. Pero me costó bastante guiarme en cual pasillo es el correcto. 
Recorro la pequeña habitación mirando las estanterías y buscando algo con que leer. 
Entro en el área de historia cuando el golpe brota a mi alrededor, la estantería de mi costado se agita y unos cuantos libros se caen en el suelo. 
―¡Necesito mi dinero ahora! ―la voz es tosca. 
―No lo tengo, ¡maldita sea! Ya te dije que cuando lo tenga yo te buscaré ―Alguien responde. 
Echo un vistazo a través del espacio donde estaban los libros que se han caído, uno de los chicos sujeta al otro por el cuello de la playera hundiendo lo en la estantería. Espere un poco. 
―Eso me has dicho las últimas semanas ―El chico mayor lo golpea en la cara. 
Cruzo el pasillo y me pongo desde atrás de él. Ambos me miran detenidamente. 
Libera al chico de la camisa y este se va contra el suelo. 
―¿Tú quién rayos eres? ―Se acerca de un paso hasta mí. 
―¿Cuánto te debe? Yo te voy a pagar. 
―¡10! ―su voz es tosca y de mala gana. 
Meto mi mano al bolsillo del pantalón, saco los diez dólares y se los entrego. El chico no duda y me quita el dinero de una. Se da la vuelta para marcharse mientras el otro se queda tan sorprendido de lo que he hecho. 
―¿Qué estás haciendo? ―me pregunta.
― ¡Salvándote!, ¿no lo ves?
―¿Porqué? ―sigue preguntando.
―¿Porqué? Creo que eres el único aquí a quien estaban golpeando. 
Un hilo de sangre escurre por una de sus fosas nasales. 
―¿Estás bien? Deberíamos limpiarte eso. 
―¡No! Gracias. Yo lo haré, te pagare, te pagare ese dinero. Te lo prometo ―intenta levantarse bruscamente.
―No necesito ese dinero, en serio. Puedo ayudarte, no es problema ―me mira aún demasiado confundido―. ¿Cómo te llamas?
―¡Te lo voy a pagar! ―me dice. Frunce el ceño como si no entendiera que acababa de suceder. 
―Descuida. 
Lo ayudo a levantarse del suelo despacio. Se ve inquieto. Nos encaminamos fuera de la biblioteca, recorremos el pasillo en silencio. Hasta el primer baño que encontramos a nuestro camino. 
Me recargo en el lavabo de espaldas al espejo. Tengo los brazos cruzados en mi pecho, lo observó como limpia la sangre con un pedazo de servilleta para las manos. Luego, se enjuaga la cara con el agua. 
― Mis amigos me llaman Jeff ―dice luego de que termina―. Nunca te había visto antes, ¿eres nuevo? 
―Bueno, es mi primer día aquí...
―Lo arruine, ¿cierto? 
―No. En realidad me diste algo que contarle a mi madre cuando llegue a casa... -me reí. 
―¡Que bueno! ―su sonrisa es forzada. 
Salimos del baño y justo en el inicio del pasillo, un chico nos mira. 
Se acerca tan rápido que no lo veo venir. Sus ojos recorren al chico de mi costado. 
―¿Dónde estabas? Los chicos se marcharon hace como media hora. He tenido que esperarte ―Sus ojos se posan en mi en la última frase. 
―J, eso fue lo que me sucedió. 
―¿Otra vez? Creí que te habías alejado de esos problemas, la última vez te dije que si necesitabas algo, vinieras conmigo ―El chico me recorre de arriba a abajo. 
Es alto, más que nosotros dos. Delgado, la melena negra y los ojos marrones. Mandíbula cuadrada. Jeff, por el contrario, es como de mi estatura. De pelo rubio y pecas que dibujan todo el centro de su cara. 
―Él me salvo, surgió de pronto y pagó mi deuda. Así que ahora le debo a él ―dijo. Se acercó un poco más y susurró―. Te voy a pagar, sea como sea. 
―Ya te dije que no me debes nada... 
―¡Pagaste su deuda y no quieres que te pague! Eso es nuevo, lástima que no llegaste antes ―El chico me mira otra vez―. Vámonos. 
Ambos se encaminan por el pasillo hacia la salida. Yo por el contrario, voy hasta la oficina principal para entregar el pase de asistencia firmado por todos los profesores. 
Me detengo delante en el escritorio de una de las secretarias de la oficina principal, observo más detenidamente. Hay un chico en los asientos de espera con el ojo morado, su mirada se cruza con la mía, pero baja lo más rápido posible al suelo. 
Salgo de regreso a casa con el sol sobre mí y el calor insoportable.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.