Esa noche, en mi habitación, intenté la técnica de concentración que me había recomendado Esteban. Lamentablemente, la llama danzaba a su antojo y no al mío. Posiblemente, no podía concentrarme después de la profunda conversación de esa tarde y en ese momento sentí que había cruzado una línea. Mi vida ya no sería la misma.
A la mañana siguiente, cuando mis padres salieron a trabajar, recordé que debía buscar la forma en que mis antepasados se comunicaban con los espíritus. En el libro encontré dos formas básicas que me parecieron fáciles de realizar. Decidí que esa tarde se las comentaría a Esteban.
Faltando unos minutos para las tres, sonó el timbre. Hacía mucho tiempo que yo ya estaba preparada, pues presentía que él vendría antes. Cuando abrí la puerta, me perdí de nuevo mirando sus ojos grises. Me saludó con un beso en la mejilla y me dijo:
—Vamos, preciosa, ellos nos esperan.
—¿Quiénes? —pregunté algo decepcionada, ya que quería que pasáramos otra tarde los dos solos.
—Los espíritus, por supuesto. Estoy ansioso por ver qué nos revelarán. Pero, tendremos que entrar por la librería, mi madre quiere saludarte. Creo que quiere que sean amigas o algo así.
Sonreí intentando ocultar mi nerviosismo.
Cuando llegamos a su casa, entramos por el negocio. Era un pequeño local totalmente repleto de libros nuevos y usados y tenía una antigua computadora que posiblemente sirviese para ayudar a su madre a catalogar tanto material. Noté que los libros estaban agrupados en diferentes secciones como amor, ficción, terror... y ciencias ocultas y paranormales. La señora estaba leyendo una historia de amor y pensé que ese era el mejor negocio para alguien al que le gustaba leer.
Cuando ella reparó en mí, se puso de pie e inmediatamente corrió a saludarme.
—Qué bueno que estés acá. Por fin mi Teby trae a alguien a casa. Al menos hoy no va a pasar todo el día leyendo esos libros raros en su habitación.
Señaló el rincón de Ciencias ocultas y paranormales.
—Querida, ¿vos leés mucho?
Dudé un momento y respondí:
—Un poco.
Por suerte, no me preguntó qué tema me interesaba. Esteban, cansado de estar al margen de nuestra conversación, exclamó:
—Vamos al fondo a tomar algo. Mamá, nos vemos después.
Le sonrió a su madre y me guio por un pequeño pasillo, al final del cual había un patio semicubierto. Todas las habitaciones, incluso la cocina y el baño, tenían salida al patio. Era una casa antigua, pero prolijamente cuidada. En el patio y en la escalera que daba a la terraza había numerosas plantas con flores. En el medio del patio, se encontraba una mesa de metal blanco con góticas decoraciones y cuatro sillas que hacían juego.
Nos dirigimos hacia la última puerta, en la que se encontraba la cocina. Me invitó a sentarme y me sirvió una deliciosa gaseosa. Se sentó frente a mí y comenzó el interrogatorio. Al que yo fui respondiendo ingenuamente.
—¿Buscaste lo que te pedí?
—Sí, encontré dos métodos que me parecieron los más sencillos y los que no me van a dar demasiado miedo.
Incrédulo, preguntó:
—¿Todavía tenés miedo?
—Es que no conozco los límites de lo que estamos desatando. Espero que no sea peligroso —confesé.
—Bueno, princesa, te entiendo, pero estamos juntos. Yo nunca dejaría que algo malo te pasara.
Suavemente acarició mi mejilla. Parecía saber de lo que hablaba y olvidé todos mis miedos.
—La forma que me pareció más sencilla es lograr que los espíritus nos respondan jugando al juego de la copa... —dije después de unos segundos de silencio.
—Creo que para eso necesitaríamos más gente. Si conocés otra manera de hacerlo, sería aún mejor —me interrumpió.
—Podríamos encerrar al espíritu entre un plato y un vaso invertido. Es semejante al juego de la copa, pero nos respondería a través de golpes pequeños, casi imperceptibles. Uno impone las pautas. Debemos aclarar que un golpe significa sí y dos o más, no. Tenemos que concentrarnos y encender una vela. Con ella atraeremos a los espíritus abriendo los portales cósmicos. La vela, si querés, puede ser perfumada o podríamos acompañarla con inciensos. Yo por las dudas traje una vela perfumada de casa —hablé mientras él me escuchaba con atención.
Ante mi sorpresa, se levantó rápidamente de su silla y se dirigió al aparador de donde sacó un plato grande y uno pequeño, un vaso y una caja de fósforos. Era la primera vez que lo veía ansioso.
Colocó sobre el plato grande el vaso invertido. Tomó la vela de mi mano, la encendió y la puso sobre el plato pequeño. Quitó los vasos con gaseosa y los fósforos de la mesa. Se sentó y propuso:
—Comencemos. Decí vos las palabras.
Coloqué primero las yemas de mis dedos índices sobre el vaso casi tocando el vidrio. Él, a continuación, hizo lo mismo. Yo lo miré y él dijo con tranquilidad:
—Continuá.
—Te convocamos aquí. Espíritu, ¿nos escuchás? Un golpe significa que sí, dos o más, que no.