Un nuevo día comenzaba y como casi todas las mañanas me desperté temprano para poder desayunar con mis padres antes de que se fuesen a trabajar. Mientras lo hacíamos, mi padre preguntó pícaramente:
—¿Estás saliendo con Esteban?
Respondí sorprendida y atragantándome con el café con leche:
—No. Somos solo amigos. ¿De dónde sacaste eso?
—No sé. ¿Será porque él viene a buscarte todos los días?
Ocurrió justo lo que temía que pasara. Nos escuchó mi madre y comenzó a sermonearme.
—Tamara, vos sos una chica demasiado linda e inteligente. Que salgas con alguien como él, sería un desperdicio. Por otro lado, sos muy joven para tener novio... No quiero que vuelvas a salir sola con él.
A continuación, comenzó a enumerar todos los defectos de Esteban. Cuando me cansé de escuchar su sermón, estallé:
—Mirá, mamá, no soy su novia ni tengo pensado serlo. Como ya dije, no somos nada más que amigos y si eso te molesta, yo no puedo hacer nada al respecto. Me parece que es una gran persona y no sé por qué te estás empeñando en decir lo contrario. No salgo con él, pero si así fuese, estaría orgullosa de hacerlo. Es una de las mejores personas que conozco.
Era la primera vez que me enfrentaba con mi madre. Mi padre me miraba con sorpresa, pero no decía nada. Ella abrió la boca para reprochar algo, pero yo la interrumpí.
Me tenía harta. Estaba cansada de que criticara todo y que absolutamente nada de lo que yo hiciese le pareciera bien.
—Quiero que sepas que no comparto tus ideas y, aunque seas mi madre, eso no te da derecho a prohibirme que lo siga viendo. Por primera vez en mi vida quiero que me dejes elegir a mí, aunque sea a mis propios amigos. Te hago caso en todo lo demás, pero que me prohíbas ver a Esteban es demasiado... ¡Dejá de controlar mi vida!
Ambas estábamos a punto de romper a llorar. Ella furiosa y gritándome como nunca me había gritado, me dijo:
—Tamara, vos sos demasiado chica y no tenés la experiencia suficiente para saber lo que es bueno para vos. Yo, como una buena madre, tengo el deber de guiarte en tu camino hacia el futuro. Estoy absolutamente convencida de que ese chico no es una buena influencia para vos. Jamás me habías contestado así. Sos una maleducada...
—No soy maleducada y tampoco soy chica mamá. Tengo quince años y si no tengo la experiencia necesaria, es porque nunca me permitiste tenerla. Creo que la experiencia se adquiere a través de la vida. Si no me dejás que abra las alas y vuele, en el futuro me van a aplastar. Tenés que dejar que me equivoque y que me caiga, porque soy humana y equivocarse es humano. Yo sola me voy a levantar y voy a aprender de mis errores, para poder crecer... Además, vos ni siquiera sabés lo que suelen hacer los chicos de mi edad. Muchos de los amigos que tenía en mi vieja escuela se drogaban y frecuentemente tomaban alcohol. Ellos no sabían bien cómo enfrentar sus vidas. No los critico por ello. En más de una ocasión me ofrecieron amablemente ciertas sustancias y como yo tengo bien claro quién soy y lo que quiero, nunca acepté. Vos ni siquiera te habías dado cuenta. Yo misma tuve que aprender qué cosas eran buenas o malas para mí. Vos creías que mis amigos y yo éramos muy chicos o no estábamos expuestos a estas cosas lejos de la ciudad. Obviamente, no te dije nada por miedo a tu reacción. Esteban es muy maduro. Lo único que hace es leer y pensar para llegar a ser alguien importante en un futuro. Él sabe lo que quiere de la vida. No sé qué clase de prejuicios son los que tenés en su contra, pero yo creo que no tendrías que juzgar a la gente por su aspecto ni por su ropa, sino por quien realmente es.
Ella no quiso reconocer que en el fondo yo tenía razón y en forma irracional concluyó:
—Ya escuché suficiente. Subí a tu cuarto y no bajes hasta que yo te diga.
—Está bien. Me voy, pero no porque vos me lo ordenes, sino porque yo sola quiero irme y dejar de escuchar incoherencias —le respondí fríamente.
Subí corriendo las escaleras. Me encerré en mi cuarto y puse la música muy fuerte. Tomé mi libro y comencé a buscar algún hechizo para vengarme. Eso no podía quedar así. A Esteban lo iba a seguir viendo, quisieran mis padres o no.
Encontré un apartado con una explicación sobre cómo provocarles alucinaciones a nuestros enemigos. Sabía que eso no me ayudaría para seguir viendo a Esteban, pero sí para vengarme y divertirme un poco. Tenía que visualizar a la víctima, o sea a mi madre. Fue algo sumamente sencillo, ya que en ese momento sentía que la odiaba. A continuación, me concentré en lo que quería que ella viese. Lo primero que se me ocurrió pensar fue en una araña, ya que le tenía fobia. Luego, se me ocurrió que un espeluznante espectro sería una idea aún mejor, pero el susto podría provocarle un infarto y yo no quería matarla. Volví a la idea original. Enfoqué a mi madre y luego a la araña. Intenté imaginar su reacción al verla. Lo que escuché después de unos minutos fue increíble, pues mi hechizo había resultado.
—¡Ahhhh!... ¡Alan, vení rápido, hay una araña horrible! ¡Por favor mátala! —gritaba aterrada mi madre.
Escuché a mi padre decir:
—Yo no la veo. ¿Dónde está? No hay nada. No seas ridícula. Bajate de esa silla.
—No sé, seguramente se fue, pero buscala. No voy a dormir tranquila sabiendo que hay una tarántula en mi casa.