Cuando mis padres se fueron a sus respectivos trabajos, me quedé sola en casa. Observaba por la ventana cómo desde el sur el cielo se tornaba amenazador. Poco después comenzó a soplar con furia el viento y unos rayos cegadores surcaron el cielo. Más tarde, la lluvia comenzó a caer como una cascada desde el otro lado de la ventana.
Me senté en el sillón mirando hacia afuera, mientras acariciaba a Samanta, que parecía entender el dolor que guardaba mi corazón.
Me sentía predestinada a sufrir. El chico al que yo quería se había apartado de mí inexplicablemente. Me sentía utilizada por él. Me daba cuenta de que había sido muy tonta al brindarle mi información mágica a cambio de nada. Él lo único que había aportado era una técnica de concentración que jamás me había salido. En realidad, era muy probable que él ni siquiera tuviese poder. Yo evidentemente lo tenía. Podía hablar con los espíritus, proyectar imágenes y había logrado muchas cosas yo sola y sin su ayuda. No tenía pruebas de que a él le hubiese resultado algún conjuro, ni me había hablado jamás de ninguno.
Mi abuela me había advertido del peligro de que Esteban y yo estuviésemos juntos. Pero aún no sabía a qué se refería.
Sentía una horrible sensación de culpa. Mi abuela me había pedido que no revelase los secretos mágicos que me heredaba y yo la había traicionado. Al fin me daba cuenta que él tenía demasiada información.
Me preguntaba el porqué de sus palabras "por la magia no". Algún día quizás me lo aclararía. Tampoco entendía cómo nos habíamos encontrado. A esta altura de mi vida y después de las cosas que había vivido, me era casi imposible creer en casualidades. Pero he de reconocer que Esteban me había dejado algo. Me había enseñado a reflexionar y a mirar mi vida desde otro punto de vista, como un espectador en una función de teatro y a dejar de lado mis sentimientos para poder pensar. Pero en ese momento me era demasiado difícil.
Aún me asustaba la sensación de asfixia. Lo que me había ocurrido, no me parecía un sueño y estaba segura de haber visto una sombra en mi habitación. No quería creer que Esteban la podía haber enviado. Sabía que en algún momento me tendría que proteger. Sin embargo, no quería perderlo y seguiría pidiendo a los silfos que me otorgasen el don de las visiones, para poder ver el pasado y así averiguar quién era el padre de Esteban y por qué lo había abandonado. Presentía que eso, en un futuro cercano, me acercaría a él y percibía que nuestros destinos se entrelazarían.
De repente, una ráfaga de viento tan potente que abrió la ventana de par en par y me dejó completamente empapada, al igual que todo a mí alrededor, me sacó de la profundidad de mis pensamientos.
Mientras luchaba contra el viento para cerrar la ventana, me di cuenta de que el pestillo estaba aún bajo. Era inexplicable que la ventana se hubiese abierto.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando escuché caer las copas de cristal que estaban en el modular. Samanta corrió a esconderse rápidamente debajo del sillón y se quedó mirando agazapada los pequeños trozos de cristal quebrados.
Me esperaba una larga mañana limpiando destrozos y más tarde los reclamos de mi madre recaerían sobre mí. Ella nunca creería lo que había sucedido. En realidad, no me preocupaba lo que me fuese a decir. Lo que realmente me molestaba en ese momento, era la certeza de que había algo de lo que me tendría que proteger. Mi abuela me recalcaba que tenía que estar atenta a las manifestaciones que tenía mi cuerpo y aquel escalofrío no podía significar nada bueno.
Cuando terminé de juntar los trozos de cristal y de secar el piso, subí a cambiarme. Luego comencé a buscar técnicas de protección contra la magia negra.
Decidí utilizar una botella de agua con sal consagrada por mí, para los elementales para lograr que me protejan y también a mi familia.
Rodeé la casa con la solución, repitiendo una oración de protección que encontré en el grimorio. Prendí velas y sahumerios para que las salamandras me brindasen su fuerza y protección e imaginé que la energía del universo me rodeaba como una esfera inmaterial en la que no podrían penetrar fuerzas malignas. Les pedí a los elementales que en caso de estar en un peligro extremo soliciten la ayuda de mis antepasados, para que ellos me cuidaran.
Tenía la sensación de que algo muy poderoso me acechaba. Con la tiza que tenía consagrada, debajo de las sábanas, sobre el colchón, tracé un pentagrama protector con algunos símbolos que posiblemente eran letras antiguas o runas que quedaron grabadas en las páginas más antiguas del libro.
Ahora, sentía que por las noches tendría protección mientras estuviese durmiendo. Para resguardar también a mis padres sin que se diesen cuenta, lo tracé bajo su cama sobre los tirantes de madera. Esperaba que esto fuese suficiente.