Al entrar en mi habitación, experimenté una horrible sensación de soledad y vulnerabilidad. Por un lado, sentía que mi abuela me hacía mucha falta y que me había dejado justo en el momento en que más la necesitaba. Pensaba en todas las respuestas que podría haberme dado y en todas las cosas que podría haberme enseñado.
Tal vez, podría volver a hablar con ella nuevamente, con la invocación de la copa... pero... ¿Si era el poder de mi mente el que movía los objetos y producía los golpes tan solo por un incontenible e inconsciente anhelo de creer en la existencia de algo más?
Por otro lado, no podía comprender a Teby y... lo echaba de menos. Germinaba en mí la idea de que él u otra persona estaban haciendo magia en mi contra. Lo cierto es que prefería creer que alguien realmente atentaba contra mí, antes que pensar que mi mente se estaba sumergiendo en el oscuro laberinto de la locura. Tal vez la paranoia me invadía. Ya no me reconocía. Había cruzado un umbral después de lo ocurrido con mi abuela.
Había cerrado una puerta que no tenía intención de volver a abrir. Mis antiguos amigos habían quedado en el pasado, como atrapados en los recuerdos de la antigua Tamara. Ya no los necesitaba. Me desgarraba pensar que Teby y mi abuela, a quienes sí necesitaba, no estaban conmigo.
Reflexioné sobre todas las cosas extrañas que me venían sucediendo y recordé el mensaje que había aparecido misteriosamente en mi ventana. ¿La necesidad de sentirme conectada a Teby me habría llevado a creer que algún ser invisible había escrito esa advertencia?
Sentí que ya no podía contener las lágrimas y me abracé con fuerza a mi grimorio, mientras Samanta lamía una lágrima que acababa de caer sobre la manta de mi cama. Una voz en mi interior me decía que no todo era mentira. Estaba segura de haber logrado muchas cosas, como cuando había asustado a mi madre o cuando estalló la copa.
Un impulso me llevó a abrir el libro, sin importar la página. Solo quería leerlo. Quería respuestas y sentía que quienes realmente hubiesen podido dármelas ya no se encontraban en este mundo. Sequé mis lágrimas con el puño de mi camisa negra y fijé la vista en la página amarillenta y reseca por la que lo acababa de abrir.
Comencé a leer: "Mente ávida que estás allí, te mostraré lo que yo vi".
A medida que me sumergía en la lectura, mi entorno se desvanecía y el pasado se hacía consistente.
"Yo no sabía que los elementales podían traicionarme. Tendría que haberlo sabido... ya que son torpes criaturas espirituales que no diferencian entre el bien y el mal. Ahora, los sacerdotes me buscan y en mi vientre llevo el fruto de la vida.
Espero que lo que escriba aquí pueda servirle a mi descendiente. Puedo ver la luna teñir de plata las ramas muertas de los árboles del bosque que me refugia del fuego de la inquisición. Más lejos resplandece la nieve.
Escribo estas palabras con el último trozo de carbonilla que me queda de la caja que me regaló mi padre antes de morir.
Mi familia había sido una de las más adineradas del valle y mi padre uno de los hombres más cultos de la región, pero su bondad lo llevó a volverse demasiado confiado. Para la Iglesia y la corona las mentes brillantes son peligrosas, por lo que se encargaron de deshacerse de él y de mi esposo. Los dos hombres a los que había amado.
Todos los conocimientos mágicos que poseo recuerdo haberlos aprendido de mi progenitor. Desde que vio llegar al nuevo obispo con su séquito a nuestro pueblo, él presintió que un velo de persecución y muerte secundaría sus pasos. Lamentablemente, estaba en lo cierto.
El obispo tardó muy poco tiempo en extender sus ideas, atemorizando a la gente con el Demonio y el Infierno. Comenzó a perseguir a los curanderos, a los videntes y a los pensadores. Nosotros sabíamos que el poder oscuro estaba detrás de él y que Dios no podía estar en contra de aquellos que salvaban vidas.
Un fraile amigo de mi familia nos había confesado que se iría a otra región porque había visto aquello que no debía ver. El anciano contó que una noche había escuchado a algunos de los nuevos sacerdotes conversando en el cementerio de la Iglesia. Dijeron una oración que no pudo entender y enterraron un paquete en una tumba. Uno de ellos dijo que ya estaba hecho y se marcharon.
Nosotros lo sabíamos y el fraile también, eso solo podía significar una cosa: magia negra dentro de la iglesia. Mi padre sin perder tiempo buscó su péndulo de cristal de roca e invocó al Espíritu Santo. Fue el fraile quien preguntó al péndulo si esas personas perseguirían a los hechiceros y curanderos para que nadie pudiera usar las fuerzas sobrenaturales para oponerse a su poder. El péndulo giró dando una respuesta afirmativa.
Luego le preguntaron si podíamos ser descubiertos y confirmó nuestros temores".
Cuando acabé de leer la hoja, busqué su continuación, pero no la hallé. Posiblemente, se hubiese perdido durante el paso de los siglos.
Deseaba seguir leyendo y saber qué había pasado, pero de algo estaba segura: había sido madre y había podido pasar su conocimiento.
Me llamó mucho la atención la utilización del péndulo. Nunca antes había oído acerca de su poder adivinatorio. Al parecer, mi abuela no lo utilizaba. Me preguntaba si acaso su información no era válida, o tal vez representaba algún otro tipo de peligro. Quizá simplemente no lo conocía.