Mis padres ya se habían acostado y Samanta dormía a los pies de mi cama. Caminé hacia la ventana y miré hacia el cielo. Unas nubes grisáceas dejaban asomar a la blanquecina luna que alumbraba los bordes plateados de las nubes oscuras, recortándolas en un abismal cielo sin estrellas.
Sentía una extraña sensación de inseguridad que se mezclaba a la vez con pena. Comprendía que Teby había venido a buscar mi ayuda, pero su soberbia le había impedido solicitármela.
Cerré la cortina y sentí una protección inexistente que provenía de esa delgada capa de tela. Yo creía que podría alejar a las banshees de Teby, de la misma manera que me había podido proteger a mí o como mi abuela se había protegido a sí misma. Sabía que Esteban no me dejaría ir a su casa, porque decía que él no quería apartar a las banshees.
Me acosté y me abracé a la almohada. Tenía miedo de que el mal lo estuviese acechando. Deseaba estar con él, a su lado, cuidándolo. Recordé sus heridas, sus ojeras... estaba tan débil. Yo me sentía fuerte, triste pero fuerte y sabía que había aprendido mucho, tanto de la información de mi grimorio como de la vida misma. Sabía que las banshees lo querían y que estaban cerca, cada vez más cerca de él. Yo deseaba estar ahí y velar por sus sueños. Sentía que él era más vulnerable mientras dormía. No sé cómo, pero lo sabía. Quizá no querían matarlo, pero impedirían su descanso. Él estaba muy débil, necesitaba dormir y mientras pensaba en eso, sin darme cuenta mis ojos se fueron cerrando.
Por un momento experimenté la sensación de elevarme. No, me elevaba realmente. Me sobresalté. Sentí como si me estuviera incorporando en el aire. De pronto me vi a mí misma, pero desde arriba. Mi cuerpo dormía profundamente en la cama, pero yo no estaba allí. Mi parte consciente, yo misma, lo que soy, flotaba etérea, sin peso, sin cuerpo... Creí que había muerto, pero aunque había escuchado a las banshees, pensé que quien estaba en peligro era Teby y no yo. Me convencí a mí misma de que aún no estaba muerta. Allí abajo mi cuerpo respiraba. En cada inspiración las sábanas sobre mi pecho se elevaban y en el profundo silencio de la noche los latidos de mi corazón marcaban el compás del tiempo.
Debajo del pecho de mi cuerpo dormido, parecía salir un fino haz de luz, como una cuerda de plata que se unía a mi espíritu. Pensé que en ese momento Teby estaba en su casa, durmiendo. En ese instante, todo mi entorno se desvaneció y de la nada volvió a materializarse en una fracción de segundo. Ya no estaba en mi habitación, me encontraba en un patio en el que ya había estado antes. Podía ver en la oscuridad de la noche una blanca mesa gótica con sus cuatro sillas. Todo era muy nítido, como si pudiese distinguir cada uno de los pétalos de las flores, cada hoja, cada sonido... pero no tenía sensibilidad en la piel. No sentía el frío, ni el calor, ni el aire.
Pude distinguir una escalera y muchas puertas a mi alrededor, pero solo una de ellas parecía llamarme. Me encontré de repente en la habitación de Teby. Él dormía, se veía tan lindo e indefenso. Mi espíritu lo amaba.
El piso de su cuarto era de madera y junto a la ventana él había dibujado en tiza un pentagrama. En una hoja pintada con sangre, con su sangre, distinguí el mismo pentagrama junto con otros símbolos que yo desconocía. No eran los mismos símbolos de protección que yo había utilizado. Supuse que él quería acercar a las banshees y no alejarlas. Sentía que ellas estaban cerca de nosotros y junto a ellas, la muerte estaría acechando.
No podía permitir que nos pasase algo solo por la soberbia de Teby. Lo protegería, las alejaría de él. Me acerqué a Esteban. Ya comenzaba a escucharlas. Miles de desgarradores lamentos cortaban el silencio de la noche.
Sentí que la energía del universo era parte de mi ser. Extendí mis etéreos brazos, si eso es lo que eran, y una esfera plateada comenzó a expandirse, rodeándonos a él, a mí y a la habitación completa. El pentagrama dibujado se desvaneció. La hoja de papel comenzó a quemarse, mientras a través de la cortina de la puerta distinguí contornos femeninos que se proponían entrar.
Afortunadamente, eran vanos sus intentos. Teby dormía. No se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Poco a poco, los lamentos se hicieron cada vez más tenues, ya no regresarían, por lo menos durante esa noche.
Los pentagramas habían sido destruidos y él descartaría ese método, que evidentemente era efectivo para atraerlas. Me sentí débil y al bajar mis brazos, la esfera de energía se desvaneció. Nunca supe por qué seguí ese impulso, pero obviamente yo era parte de un todo cósmico.
Cada segundo que pasaba me sentía más débil y cansada. La cuerda de plata que salía de mi cuerpo astral y se unía a mi pecho real estaba desapareciendo.
De pronto, todo se desvaneció y me encontré nuevamente en mi habitación. Solo un hilo de plata me unía a mi cuerpo. El blanquísimo rostro de un majestuoso ángel negro tornó su mirada desde mi cuerpo hacia mi espíritu. Sus ojos blancos helaron mi interior. El ángel miró el hilo de plata.
De pronto, me incorporé y abrí los ojos. Estaba en mi cuerpo nuevamente. Sola en mi habitación. El ángel se había marchado. Me preguntaba si sería la muerte quien estuvo junto a mí, tal vez esperando que el hilo de plata se cortase, para de esa manera separarme por completo de mi cuerpo material.