Había pasado una semana y Susana seguía internada en el hospital. Su vida ya no corría peligro, pero las áreas de su cerebro que habían sido dañadas impedirían que los recuerdos nos perjudicasen.
Yo no salía de mi casa y permanecía la mayor parte del tiempo encerrada en mi cuarto. Me sentía mala e indefensa a la vez. Había dejado de comer, solo fingía que lo hacía frente a mi madre, aunque no podía engañarla. No hablaba con nadie. No había vuelto a ver a Teby y sentía que él me había arrastrado, engañándome, con el fin de hacerle daño a otra persona para nuestro propio beneficio. No deseaba seguir viviendo. No me gustaba en lo que me había convertido.
Nuestros poderes se habían incrementado notoriamente en esos dos meses de verano desde que nos habíamos conocido. Él no me había dado la información que poseía y, sin embargo, tenía las velas negras preparadas. Sabía con exactitud cómo concentrar el poder mágico y utilizó mi propio poder psíquico para incrementar su magia en contra de Susana. Ya no confiaba en él ni en nadie, ni siquiera en mí. No tenía el valor para quitarme la vida, pero no quería seguir viviendo. Qué sentido tendría mi existencia si hasta ahora solo había provocado el mal. Incluso descubrir el pasado de Esteban nos había perjudicado. Ahora era esclava de la verdad.
Sabía de grupos clandestinos dedicados al mal y temía que por el anhelo de poder, pudiera convertirme en alguien como ellos. Ni siquiera quería convocar a mi abuela. Me avergonzaba de mí misma. Hubiese deseado ser como una gota de agua para perderme en la inmensidad del océano. Pero seguía siendo yo, Tamara, un ser especial que había desarrollado un gran poder y sabía que si seguía con vida, este se iba a incrementar. No tenía claro dónde empezaban y dónde terminaban mis límites.
Esteban había demostrado tener menos escrúpulos que yo. No le había dolido la enfermedad de su madre de crianza. Él mismo la había provocado y me había inducido también a mí a hacer ese ritual. La herida de mi mano parecía no cicatrizar y me seguía doliendo. Un pacto de sangre nos uniría para siempre. No estaba segura de qué significaba todo eso.
Esa tarde de domingo, mientras permanecía recostada en mi habitación, alguien golpeó mi puerta. Al ver que yo no respondía, entró en mi cuarto. Era Teby. Lo observé sin levantarme y mis ojos se llenaron de lágrimas. Me provocaba muchísima tristeza verlo.
—Hola, hermosa. No estés mal. Me dijo Raquel que casi no comés, no hablás, no salís. ¿Qué te pasa, princesa?
Hablé con la garganta seca:
—¿Cómo está tu mamá?
Me dedicó una media sonrisa.
—Perfectamente, no se acuerda de nada. Es feliz porque tiene un hijo maravilloso que la cuida. No tiene un turbio pasado que la atemorice y será para ella como volver a nacer. Tiene conocimientos adquiridos, algunos recuerdos, y de los recuerdos que se borraron en su mente, yo estoy sembrando falsa información. Está muy feliz, su vida será perfecta una vez que salga del hospital.
Era increíble que se mostrara tan frío al hablar de la persona que lo había criado. Aunque muy en el fondo yo sabía que él tenía razón. Si había sido capaz de causarle semejante daño a Susana, ¿qué me esperaría a mí o a los demás si nos oponíamos a lo que él consideraba mejor para sí mismo? Me incorporé. Sin contestarle, caminé hacia la ventana. No quería escuchar más. Él me tomó de la cintura y continuó hablando:
—Tamy, sabía que ella no podía morir. No controlamos la muerte. Fue lo mejor. Si ella hubiese hablado, nuestras vidas hubiesen sido una pesadilla. Nos hubieran separado e impedido nuestro desarrollo psíquico-mágico. Tus padres se sentirían fracasados al tener que lidiar todos los días con una hija demente, por decirlo de alguna manera. No podríamos defendernos de los más oscuros.
Sabía que tenía razón, pero no quería reconocerlo. Continuó:
—Sabés que es conveniente que sigamos con nuestras familias completando nuestra educación. Cuanto más sepamos, más armas tendremos para el futuro. Además, estas organizaciones aún no saben dónde estamos ni quiénes somos. Afortunadamente, Ariel no te siguió hasta tu casa. Es posible que él no tenga nada que ver, pero su abuelo.... Ay, Tamy, Tamy, qué ingenua fuiste en confiar en ese tipo de gente.
Giré sobre mí misma y lo miré a los ojos.
—¿Y las huellas en el mundo mágico? ¿No dijo tu madre que era peligroso que hiciésemos magia? —pronuncié, y mi voz sonó más fuerte de lo que pretendía.
—Linda, no te preocupes. En primer lugar, ella no es mi madre, mi madre es una verdadera hechicera, pero no sabe que yo existo. Además, no creo que esté preocupada aún por vos. Lo que hiciste hasta ahora no puede considerarse magia peligrosa para ella. Hay muchos que invocan espíritus y juegan con velas e inciensos. Hay tantas huellas en el mundo mágico que no tienen por qué haber rastreado la tuya. El problema va a ser en un futuro, cuando con nuestras fuerzas unidas comencemos a tener poder perceptible. Es posible que entonces se dé cuenta de que hay un poder oculto detrás de nuestras acciones visibles. Por el momento, nosotros sabemos de ellos, pero ellos no saben de nosotros. Esto nos pone en una situación de ventaja.
—Tu hermana sabe de mí. Tiene el poder de entrar en mi mente, en mis sueños y me vio —lo interrumpí.
—Aún es solo una niña, pero quizás quiera que te unas a ella y quién sabe si no nos convenga en el futuro. Su herencia es muy poderosa, al igual que la mía, pero la diferencia es que ella debe estar siendo entrenada para desarrollar su poder. Nosotros hace muy poco que sabemos del nuestro.