El amplio salón comedor era ostentoso e impresionante al igual que todo en el hotel. A pesar de que todavía era muy temprano, algunos turistas cuyo murmullo se extendía por el recinto, disfrutaban de un abundante desayuno continental. Estaban ubicados en mesas circulares a una distancia que permitía respetar la privacidad de las conversaciones. Era evidente que cada detalle de aquel sitio estaba cuidadosamente diseñado por arquitectos y decoradores con un refinado gusto.
Lancé una mirada furtiva a un grupo de tres adolescentes que me observaban sentados en una mesa próxima a la entrada. Apartaron sus ojos al darse cuenta de que los había descubierto. Finalmente, distinguí a mi padre. Él estaba solo en una mesa junto a un ventanal gigante. Su mirada se perdía en el lago que se ocultaba con timidez detrás de las ramas de los frondosos pinos.
Me dirigí hacia donde se encontraba y lo saludé al tiempo que me sentaba frente a él:
—Buenos días.
—Buenos días, Esteban. ¿Cómo dormiste?
—Bien —mentí y esquivé sus ojos verdes.
Me serví humeante café negro en una taza de porcelana blanca. Una canasta de mimbre con medialunas y otra con tostadas yacían junto a la bandeja de frutas. El dulce de leche casero y algunas mermeladas de frutas en pintorescos frascos artesanales daban un toque de distinción.
—¿Seguro que dormiste bien? —me interrogó.
Estaba bebiendo un poco de café amargo por lo que me limité a encogerme de hombros. El poder de su mirada era tan fuerte que podía leer secretos que deberían permanecer ocultos. No quería contarle lo que había soñado, pero intuía que ya lo sabía. Si él realmente era consciente de que mi hermana podía rastrearme, quizás me llevaría a otro sitio y lo cierto era que yo anhelaba reencontrarme con Tamara. Si bien no tenía ninguna lógica arriesgarme a que mi verdadera madre me encontrase, algunas veces las emociones no permiten ver con claridad.
—¿Sabías que si mueres en el plano onírico, tu espíritu puede quedar atrapado allí para siempre?
Asentí lentamente. Hasta ese momento no había tenido la certeza, pero sí una sospecha profunda de que así era. Sus palabras confirmaron mis pensamientos, así como mis temores.
—¿Es posible interactuar con espíritus que hayan quedado atrapados allí o con personas vivas que controlen los sueños?
—Creo que ya sabés la respuesta —dijo y luego cambió de tema abruptamente —. Tu mentor debe estar por llegar a la isla. Es importante que aprendas todo lo que puedas de él y que con el tiempo incluso lo superes. La sangre que corre por tus venas porta las voces de tus ancestros. Tienes que aprender a despertar los recuerdos de pasados remotos y llegar incluso hasta los comienzos, cuando los primeros destellos de poder se manifestaron. Descifrar la muerte para dominar la vida, pero nunca olvides que solo aquello que realmente entendemos es lo que podemos controlar.
Estaba casi seguro de que se refería a las banshees. Si lograba controlarlas nada ni nadie podría oponerse a mis deseos. Mi magia era un legado ancestral. Durante generaciones, la familia de mi madre se había tomado las molestias necesarias para conformar los lazos para lograr dar a luz generaciones cada vez más poderosas, y quizás la de mi padre también. Claro, tenían la creencia de que si dejaban vivir a su estirpe masculina sucesos terribles acontecerían y tal vez así sería. Yo vivía y con la ayuda de mi padre y de Tamara, sumados a mi propio esfuerzo podría llegar a ser más fuerte incluso que Amaia, mi madre. Debo reconocer que sentía miedo de su inmenso poder y maldad, pero al mismo tiempo me producía una inquietante admiración. Mi mayor deseo era adquirir un completo dominio del poder.
Detrás del frío cristal del ventanal, distinguí que una figura conocida estaba bajando de una lancha. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. El cabello hasta los hombros de aquel hombre era blanco como un témpano de hielo y se acercaba hacia el hotel por el sendero de piedras con el andar de alguien que sabe guiar hacia la muerte.
Mi padre señaló al anciano con la cabeza.
—Será tu tutor. Mandé a traer a Alfonso Aigam desde Buenos Aires, es uno de los mejores.
No tenía que preguntar qué tipo de conocimiento me podría inculcar. Conocía muy bien al viejo Al. Había adquirido mucha información sobre lo oculto gracias a él, y en aquellos breves, productivos y escalofriantes encuentros había sido testigo de los alcances de sus facetas más oscuras.
—Lo conozco —dije con un hilo de voz.
Supe por la mirada de mi padre que él ya lo sabía o que por lo menos lo sospechaba. Me pregunté si había sido él quien había puesto al anciano en mi camino para guiarme o quizá para vigilarme. Ya lo conocía y también sabía de las cosas que era capaz de hacer para cumplir cualquiera de sus deseos. Estaba claro que él tenía muchísimo conocimiento y poder, pero carecía completamente de humanidad. ¿En quién esperaba realmente convertirme mi padre?
Sin lugar a dudas, yo no me consideraba una persona sensible, pero aquel hombre no tenía ningún escrúpulo y no conocía la piedad. Un nudo se formó en mi garganta al recordar lo que vi aquel día en su negocio cerrado: los gritos, el dolor, los ojos una joven que solo anhela la muerte.