Me coloqué un poco de gel en el cabello antes de dirigirme hasta la puerta. La abrí apenas y me encontré con Tamara, que lamentablemente no estaba sola. A su lado estaba Sasha con el puño preparado para volver a golpear.
—¡Está nevando! —exclamó emocionado el niño.
—Abrigate bien. Te esperamos afuera —anunció Tamara, recorriendo mis abdominales con una mirada sin disimulo.
Si no hubiese estado Sasha en ese momento, tal vez hubiera invitado a Tamy a entrar a mi habitación. Su hermosura y sensualidad me cautivaban. Algunas noches me preguntaba si hacer el amor con ella podría sumar un ingrediente especial a nuestra relación, pero al mismo tiempo temía que dar un siguiente paso nos hiciera perder todas aquellas cosas que yo consideraba más importantes. Amaba nuestras conversaciones y la forma en la que pasábamos las horas practicando magia o simplemente haciéndonos compañía y compartiendo momentos.
—Está bien. Vayan ustedes y yo después los alcanzo —accedí.
Sasha emprendió su marcha y Tamara lo siguió, pero la tomé de la muñeca, reteniéndola el tiempo suficiente para besarla. Ella correspondió y continuó su camino. La observé marcharse.
Un cuarto de hora más tarde salí por la puerta principal del hotel. A pesar de que tenía un tapado negro, un par de guantes, borcegos y una bufanda, sentí que el viento gélido del Sur me quemaba la piel de las mejillas. Caminé bordeando el edificio con los ojos entrecerrados por el frío. No tardé demasiado en encontrar a Sasha y a Tamara resguardados detrás de un grupo de pinos.
El pequeño observaba boquiabierto la escena y no lo culpaba. Si bien un halo de ocultismo y de misterio rodeaba a todos los habitantes permanentes de la isla, no era frecuente ser testigo de verdaderos actos de magia. Entre las muchas cualidades que Tamara poseía, lo que más me atraía de ella era el poder que emanaba de su interior. Lo que hacía no consistía en ningún truco. Era magia real.
Estaba arrodillada sobre una porción de césped que la nieve no se atrevía a cubrir. Tenía los ojos cerrados y la rodeaban llamas blancas y translúcidas que danzaban. Aquel extraño aura de hielo se hacía cada vez más grande y repelía, o más bien, absorbía la nieve a su alrededor.
—Alucinante —murmuró Sasha.
Los bucles rubios de Tamara danzaban con la energía que emergía de su ser. Ella continuó canalizando su magia durante algunos segundos. Luego abrió los ojos. Cuando lo hizo, desapareció de repente el halo que la rodeaba y la nieve volvió a caer sobre su cabello.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Sasha caminando hacia ella.
Tamara se puso de pie con una sonrisa triunfante en el rostro y explicó:
—No estoy segura. Creo que simplemente dejé de preguntarme por la forma de lograr hacer algo y me dejé llevar por lo que sentía. No hice más que convertir materia en energía. En ese momento lo vi con mucha claridad. Creo que el universo mismo fue quien me enseñó. Es muy sencillo, pero al mismo tiempo no encuentro palabras que le den significado. Estoy segura de que si ustedes logran entrar en esa especie de sintonía con todo lo que existe, también podrían lograrlo. Creo que podemos hacer lo que nos propongamos si rompemos las barreras que nos atan a lo tangible.
Tamara se acercó a mí y la rodeé con un brazo. Estaba orgulloso de sus logros y sentía que a su lado aprendería más que con cualquier tutor costoso que mi padre pudiera conseguir. Teníamos que seguir perfeccionando nuestros dones por nuestra propia cuenta. Tomaríamos lo necesario de los demás, pero la clave estaba en seguir nuestro íntimo instinto y el mío decía que no podía alejarme de ella.
A partir de ese día, guiados por la sabiduría que Tamara llevaba dentro, Sasha y yo incrementamos muchísimo nuestro poder. Sebastián y Natasha, aunque algunas tardes se sumaban a nuestros experimentos, seguían atrapados en las meras ilusiones que el viejo Al nos ofrecía a todos.