El poder oculto

Capítulo 52: Salgamos

   Necesitaba hablar con mi padre para poder aclarar mi mente. Me aferraba a la idea de que Susana estuviera con vida. El miedo se arremolinaba en mi interior y oprimía mi pecho. Susana me había criado y protegido. Había arriesgado su vida por mí e incluso después de lo que le había hecho, volvía para advertirme del peligro que Crisy representaba. En ese momento creí que su espíritu me había perdonado, aunque luego reflexioné que ella no sabía lo que le habíamos hecho aquella tarde con la vela negra.

   Cuando Tamara y yo entramos en la recepción del hotel, Ailén nos estaba esperando. Tenía el ceño ligeramente fruncido y una mirada que me dejó paralizado por una fracción de segundo.

   —¿Sabés en dónde está Andrés Rochi? —pregunté con hosquedad.

   Ella asintió con la cabeza y buscó refugio por un momento en la mirada de Tamara.

   —Tengo que hablar con él —añadí.

   —Andrés viajó hacia Buenos Aires. Llamaron de la clínica en la que está internada tu madre. Me dijeron por teléfono que tuvo un infarto, pero ya se encuentra estable. Tu padre fue a verla —dijo con cautela.

   —Se pondrá bien. Es una mujer fuerte —dijo Tamara e intentó tomar mi mano, pero me aparté.

   Sus palabras me parecieron vacías en ese momento. No podía saber si mi madre iba a recuperarse o no. Seguramente solo lo había dicho porque en ese momento le había parecido lo correcto. Podía ver en sus ojos negros que mi reacción la había herido, pero ella no podía entender cómo me sentía. No necesitaba su compasión. Prefería estar solo. Nadie intentó detenerme cuando me fui a mi habitación.

   Estaba enfadado con mi padre porque no me había llevado con él. Estaba claro que Susana había recuperado sus recuerdos y era posible que Andrés Rochi quisiera encargarse de ellos. Esperaba que no le hiciera daño, después de todo había asesinado a sus mejores amigos.

   Me senté en la cama y respiré profundo. Había estado apretando los puños con tanta fuerza que me había hecho daño en las palmas de las manos. Tomé el teléfono celular de la mesita de luz. Como la señal era intermitente en la isla y todas las personas con las que hablaba solían estar en el hotel, rara vez lo llevaba encima. Le envié un mensaje a mi padre para que me informara de cualquier novedad y esperé algunos minutos con la pantalla desbloqueada.

   No salí de mi habitación hasta la hora de la cena. No quería enfrentarme con Tamara. Me encontré con mis amigos en el salón comedor. Tal y como esperaba, mi novia no estaba allí. Me senté junto a Sasha y los saludé. Natasha me miraba con recelo, pero no dijo nada. Era probable que mi novia hubiera hablado con ella antes.

   Noté que Sebastián tenía el brazo apoyado en el respaldo de la silla de Natasha. Posiblemente ya habían comenzado a salir. No quería responder preguntas incómodas sobre lo que había pasado por la tarde así que me esforcé en ser simpático y fingir que me interesaba por ellos.

   —Siempre he dicho que ustedes dos hacen una hermosa pareja. Me alegra ver que por fin están juntos —comenté en tono casual.

   El rostro pálido de Natasha se tiñó de un adorable rosado. Sebastián se removió en su asiento y agregó:

   —Gracias. Es todo muy reciente y por eso no habíamos dicho nada.

   —No me parecen del todo horribles —dijo Sasha y se encogió de hombros.

   Natasha sonrió con timidez y pareció relajarse. Parecía importante para ella que el niño aceptara su relación.

   —Un día de estos podríamos tener una cita doble. Si Tamara y vos están de acuerdo, podemos ir al centro de Bariloche o a la confitería giratoria del Cerro Otto —sugirió Sebastián.

   Antes de que pudiera responder, Sasha arrojó un pan que dio de lleno en la frente del muchacho y cayó al piso.

   —Esteban y Tamara no aceptarían nunca algo así. No es justo que me abandonen solo por estar soltero. No dije nada cuando dijeron que mañana irían a la isla Huemul, porque pensé que iban a ir solo ustedes. ¡Sin embargo si van a invitarlos a ellos, yo quiero ir! —espetó Sasha con el ceño fruncido.

   —Suena divertido —comenté.

   Era completamente consciente de que estábamos interfiriendo en su primera cita, pero hacía casi un año que no salía de la isla. Si no despejaba mi mente de los problemas que me agobiaban, pronto explotaría. No importaba a dónde, pero necesitaba irme aunque fuera por un día. Sebastián tenía licencia para conducir barcos. Tal vez era la única ruta de escape que tenía, si no quería remar durante horas en el bote de Tamara.

   Natasha y Sebastián se miraron incómodos.

   —¡Por favor! Estoy cansado de estar siempre en el mismo lugar. Va a ser divertido... escuché que los nazis hacían experimentos paranormales allí. Con un poco de suerte podríamos asustar al espíritu de Hitler o algo —rogó el pelirrojo.

   Todos nos reímos por su ocurrencia y me olvidé por un momento de mi malhumor.

   —Llevemos a los chicos. Será divertido que hagamos una salida todos juntos. Justo ayer comentábamos con Tamy que es exasperante estar tanto tiempo en un mismo lugar. Otro día podemos salir los dos solos —añadió Natasha mirando a Sebastián con sus ojos lilas cargados de ternura.

   —Está bien. Pueden venir —aceptó Seb con resignación.

   —¡Genial! —exclamó Sasha y me chocó los cinco.

   Si la amistad pudiera sumar puntos, en ese momento habría sumado algunos con el pelirrojo y restado otros tantos con Sebastián. Natasha parecía contenta. Quizás la asustaba quedarse a solas con su nueva pareja. La peor parte de mi ser se alegraba por haber frustrado esa cita.



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En el texto hay: brujas, romance adolecente, paranormal suspenso

Editado: 17.07.2020

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