Mi padre me explicó en un mensaje de voz que Susana se encontraba mejor y que permanecería algunos días con ella en Buenos Aires. Sus palabras tranquilizadoras y la ilusión que tenía de pasar un día entero lejos del hotel habían sido motivo suficiente para mejorar mi humor.
A la mañana siguiente, para convencer a los padres de Tamara de que la dejaran salir fue necesario fingir que teníamos autorización de mi padre para abandonar la isla. A pesar de que Alan no parecía muy contento con la idea, no se atrevió a cuestionar las decisiones de Andrés Rochi.
Tamara se puso muy feliz con la sorpresa de la salida y se alegró aún más cuando le dije que mi madre se encontraba mejor. La conocía bien y sabía que no podía evitar sentirse culpable ante cualquier cosa que le ocurriera a Susana.
—¡Es genial que tu padre nos haya dado permiso para salir! Comenzaba a pensar que nos tenía prisioneros —dijo divertida, aunque era más que obvio que lo decía en serio.
Asentí con la cabeza. No quería preocuparla al revelar que le había mentido a su padre. Había muchas posibilidades de que mi padre se enterara al regresar de su viaje, pero seguramente Sebastián podría lidiar con él.
Al salir del hotel nos recibió un día cálido y soleado. Sebastián estaba preparando las velas del Salomón III y Sasha conversaba con su hermana que estaba sentada en la barandilla del barco. Llevaba un sombrero blanco y un vestido que dejaba al descubierto un enorme tatuaje de un dragón violeta que surcaba su espalda. Un apretón fuerte en la mano fue la advertencia que necesitaba para saber que si no apartaba la vista de Natasha, Tamara me mataría. Sasha, por su parte, llevaba una mochila de camping tan grande como él.
Tamara y yo saludamos a los muchachos que nos mostraron el velero antes de zarpar. Era muy elegante y contaba con un camarote equiparable a una suite de lujo. Sebastián y Natasha podrían haber tenido la cita perfecta de no haber sido por nosotros tres.
—Si mi profesión de mago fracasa, no me disgustaría convertirme en un pirata —bromeó Sasha, antes de subir a cubierta.
Me senté junto a Tamara en una banca detrás del timón. Sebastián parecía muy concentrado en sus maniobras y poco a poco nos alejamos del hotel. Esperaba que supiera lo que hacía y que su permiso para manejar barcos fuera más real que mi carnet de conducir.
Sasha se arrodilló sobre su asiento y se asomó por la borda, mientras que Natasha sonreía detrás de unos enormes lentes de sol en los que veía mi reflejo. Llevó la vista a la espalda de Seb y dijo:
—Siento como si nos fuéramos de vacaciones. Podríamos ir al centro de Bariloche, recorrer negocios y quizás ir a tomar algo.
—¡Nada de eso! —exclamó Sasha acomodándose en su asiento—. Yo quiero ir a la isla Huemul.
—¿Seb? —agregó Natasha, buscando apoyo.
—Vayamos a la isla Huemul esta vez. No quiero tener problemas con Andrés y no sé si va a dejar que Teby vaya a la ciudad —dijo como si yo fuera un niño que necesitaba que lo protejan.
—¡No necesito ningún permiso! —espeté molesto.
—Yo conduzco e iremos a la isla Huemul. Si no quieren venir, puedo regresarlos al hotel —dijo tajantemente.
No repliqué, pero fulminé su nuca con la mirada. Había quedado en evidencia el desprecio que sentíamos el uno por el otro.
Algunos besos de Tamara y el entusiasmo de Sasha por armar una sesión de espiritismo en cuanto llegáramos a la isla Huemul acabaron por hacer que dejara de lado mi enfado.
—¿Qué vamos a hacer exactamente? —le preguntó Tamara al pelirrojo.
—Bueno, sos la medium del grupo, así que vos nos guiarás —dijo el niño con total convicción.
—¿Yo? —preguntó, alzando las cejas con sorpresa.
—Sí. Ya hablaste con fantasmas antes y estoy seguro de que podés hacerlo de nuevo —insistió Sasha.
—No es tan sencillo. No siempre sale muy bien y no traje lo necesario para hacerlo —se excusó.
—No te preocupes. ¿Qué necesitás? Traje varias cosas y estoy seguro de que tengo todo lo que puedas necesitar —dijo, al tiempo que palmeaba la enorme mochila que tenía al lado.
Tamara dudó algunos segundos, pero finalmente aceptó:
—Esta bien. Necesitamos velas y sal.
—¿Sólo eso? Entonces, no hay problema —añadió muy emocionado.
Al llegar a la isla, Sasha estaba tan ansioso por empezar con la sesión espiritista que casi no tuvimos tiempo de recorrer el lugar. Nos acomodamos cerca de las ruinas de una construcción a la que la naturaleza le había ido ganando terreno. Era un sitio bastante tenebroso y según el pelirrojo un lugar propicio para invocar a los muertos.
—Estas paredes fueron testigos de muchas cosas. Si la isla no está embrujada, yo no me llamo Sasha. ¿Qué hacemos primero, Tamy?
—Hagamos un círculo de sal y entremos dentro, así si lo que invocamos es algo maligno, no podrá hacernos daño. Luego encendamos algunas velas porque los espíritus se sienten atraídos hacia las llamas. Los fortalece si se alimentan de ellas —explicó Tamara.
—Atraerlos con el fuego y espantarlos con la sal. ¿Para qué tentarlos y luego alejarlos? ¿No les parece algo cruel? —preguntó Sasha, mientras sacaba de su mochila un paquete de sal, un encendedor y velas negras.
—Porque no te gustaría que te posean, tontín —agregó Natasha.
Sasha miró a Tamara que asintió con la cabeza corroborando las palabras de su amiga. A continuación, tomó la sal que le ofrecía el niño e hizo un círculo a nuestro alrededor. Había cinco velas y cada uno de nosotros tomó una. Tamara encendió la suya y con ella encendió las demás, yendo en el sentido inverso al de las agujas del reloj.
Comenzó a susurrar palabras en un lenguaje que yo no conocía, pero que tenían cierta rima y melodía. Pocos segundos después, Sasha empezó a imitarla y luego lo hicimos todos. Repetíamos las palabras de quien se había vuelto nuestra líder quizás sin siquiera proponérselo. No sabía qué significaba aquel cántico que nos había incitado a entonar, pero confiaba en ella y la hubiera seguido hasta el fin del mundo.