El Poeta Y La Sirena

Capítulo 12

   Si no sabes de qué quieres escapar, no hay necesidad de correr.

   Un zumbido en los oídos atormentaba a la proyección onírica de Lauri. Sus pies sobre el Pielinen cual ser divino que es capaz de desafiar las leyes de la física anhelaban penetrar las aguas del lago mas le era imposible. Saltaba repetitivamente obteniendo siempre el mismo resultado: aterrizar exactamente sobre el agua sin lograr sumergirse en ella para ahogar el sonido ensordecedor que le recordaba debía despertar.

   Dejó escapar un grito que  hizo que las bestias salieran en busca de refugio para ocultarse de la temible criatura que amenazaba con arruinar un día soleado de verano.

   Como saltar era inútil, decidió inclinarse hacia adelante dejando que el peso de su cuerpo cayera hasta formar un ángulo de cero grados con el agua. Su corazón bombeaba con más fuerza que hacía unos instantes entre las piernas de Lucretia. Poder tocar el agua con la punta de su nariz, sentir que su cara se iba adentrando en el lago, palpar la humedad con su cuello, pecho, piernas. El horripilante sonido se hacía lejano.

   Estaba suspendido de los pies.

   Desde aquel ángulo le era posible mirar las profundidades del lago.

   Un ente desconocido  de tacto cálido lo tomaba de las tibias y lo balanceaba como hacen algunos padres con sus hijos pequeños. Una gran parte de su ser seguía siendo un niño que no quería crecer mas necesitaba hacerlo para ser el niño que no había podido ser. Estiró sus brazos y manos para recobrar algo de lo que había perdido en su infancia por su afán de convertirse en adulto para poder encontrar a todos los que se estaban perdiendo.  Aquella tarea era inútil pues lo único que lograba conseguir era un dolor desgarrador en sus miembros superiores dado el estiramiento exagerado al que los estaba sometiendo.

   Burbujas que escapaban del hocico de alguna bestia marina perturbaban la tranquilidad del lago. Unos ojos ámbar familiares brillaban como dos bolas de oro incandescentes en la distancia. A medida que se acercaban, ese dorado se iba volviendo más intenso hasta que quemaba sus ojos y cuando el fuego de la criatura ya era insoportable, las pupilas verticales se comenzaron a expandir hasta que solo se veían dos bolas negras brillantes. Las fauces de esa vieja amiga que anidaba en sus pupilas la historia desconocida por los hombres, se acercaban. Escamas azules serpenteaban de forma agraciada. El reptil estiró sus maxilares superiores y mandíbula hasta que solo se veía un infinito agujero negro. El padre amoroso que lo sostenía lo dejó caer en ese túnel. Ahora quería despertar.

  Abrió sus ojos rápidamente antes de ser engullido.

  La intensa luz de verano se colaba por agujeros diminutos.

  Estiró sus manos a ambos lados.

  Su mano derecha dio contra una generosa pierna torneada.

  Apretó suavemente esa piel suave. El solo contacto de su piel contra la de su amante le recordaba el color brondeado de la piel que cubría esos músculos generosos, fuertes, esa piel que protegía a la bestia vulnerable con quien yacía. El interior de su boca se hizo agua. Su apetito incontrolable por poseerla se apoderó de su hombría mas su cuerpo mortal le pedía que acudiera al baño más cercano antes de mojar la cama y no con la clase de fluídos que deseaba empapar esa mañana.

  Mientras que Lauri se apresuraba a cumplir con sus deberes matutinos de ser mortal, Lucretia despertaba luego de tener un extraño sueño en el que logró ver a su padre y tíos cuando apenas eran unos pequeños que no pasaban de los seis años. Harreck y Petrus, los gemelos mayores cuyo rasgo que los distinguía era que Harreck tenía amables ojos azules oscuros casi negros y Petrus, atemorizantes ojos verdes con visos dorados; Emil, el del medio con melancólicos ojos grises azulados y Tanja, la de grandes ojos castaños expresivos. Los cuatro niños sentados en círculo de espaldas a una pequeña fogata miraban hacia al cielo como esperando el regreso de sus parientes de origen divino. Lucretia podía volar alrededor de ellos como is fuera una joven bruja probando sus poderes sobrenaturales. La piel blanquecina de los niños se camuflaba con la pálida nieve. Ellos tenían un frío gélido en sus cuerpecitos que no podía ser mitigado por la patética fogata. Descendió hasta el suelo y,  a una prudente distancia de unos veinte pies, se acurrucó para observar a los niños sin alarmar  a posibles figuras amenazantes y provocar un desastre. Desde el norte, el galopar de unos caballos alertó a los niños. Desde donde se encontraba, sólo podía ver el rostro de Tanja. La niña de abundante cabellera negra cubría su rostro con sus manitas.

   Algo espeluznante estaba por ocurrir.

   Tanja quitó las manos de su rostro. Sus ojos cafés se empezaban a oscurecer hasta quedar completamente invadidos por sus negras pupilas. Sus labios se movían frenéticamente como si quisiera que leyera su mensaje secreto. La ventisca no me dejaba ver claramente la articulación de las palabras que pretendía la pequeña yo interpretara. La niña empezó a agitar sus piernitas cubiertas por un pantalón de cuero café. Desde la distancia, intentaba enviarle mensajes mentales para tranquilizarla. El galopar de los caballos, que se hacía cada vez más fuerte parecía ser la causa del comportamiento obsesivo de Tanja. Con cada galope, más partes de su cuerpo se unían a la tétrica danza de la pequeña. No podiendo soportar más la escena sacada de una película de horror, Lucretia se alejó del cuadro y regresó a su realidad al ritmo del galopar de las criaturas invisibles. A lo lejos escuchó el chirriar de dientes que menciona el Libro de las Revelaciones. Los gritos de los cuatro niños se elevaban sobre los vientos de invierno. Quería retornar mas el afán por despertar era más fuerte. Se rehusaba a presenciar algo horrendo que le pudiera ocurrir a esos niños. Haber vivido una temporada en el burdel de Elizavetta y presenciar el horror, la miseria, esos niños...




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