Capítulo 17

¿Para qué volver a la dimensión terrenal?

Todo allí era idílico: desde el aire ligero entre ellos hasta el infinito cosmos que los abrazaba como un padre cercano.

Luego de saciar su ser mortal, Lauri ya no se sentía pesado como un yunque de hierro. Sus carnes habían descansado del yugo de sus raíces. 

Los cielos gritaban que involucrarse con ella de nuevo era una blasfemia, pero en aquel mundo donde sus cuerpos se encontraron, todo parecía permitido y correcto.

¡Sublime! 

Sus ojos entreabiertos aún veían destellos de ese lugar estelar, pero el aroma de manzanilla y maracuyá de Lucrecia le recordaba que su ser mortal aún le pertenecía a la volátil condición humana.

Mientras su compañera dormía plácidamente, él se debatía entre quedarse en ese estado de paz eterna o regresar completamente a su cofre de carne, que algún día sería un par de kilos de cadáver putrefacto.

Ella gimió y como una sirena escurridiza se acomodó sobre él.

Su piel bronceada lo abrazaba.

Su mortalidad se tensó hasta hallar su camino al canal sagrado menos púdico de ese rincón del planeta.

De nuevo cayeron en un abismo que los devolvió a la playa que nunca debieron abandonar.

Sus labios se devoraban a la par que sus cuerpos colapsaban por el efecto de la gravedad, convirtiéndolos en uno eternamente. El sonido del infinito los llevaba a un estado cada vez más etéreo. Sólo distinguían sus ojos azules y castaños.

Estaban tan compenetrados el uno en el otro que no se sabía dónde comenzaba el uno y dónde terminaba el otro. 

Los movimientos ondulantes de las caderas de Lucrecia y la firmeza de la pelvis y brazos de Lauri, formaban estelas de luz en ese espacio de negro infinito.

Una erupción del interior de sus seres los volvió humo en esa dimensión, enviando sus partículas humanas a esa cabaña en el Pielinen.

Una bestia golpeaba la puerta de madera maciza.

Los vulnerables seres, cuyas partículas aún no terminaban de ensamblarse con la carne, se retorcían entre gemidos en un frenesí por terminar la transición mortal de la vida a la muerte...O...¿De la muerte a la vida?

La vigorosa pelvis de Lauri se enforzaba por llenar a Lucrecia, mientras que las caderas de esta lo aprisionaban, invitándolo a culminar su ritual antes de que la robusta puerta fuera derribada.

''¡Abre la maldita puerta, niña!'' 

Aquel tono pasivo agresivo con predominante agresividad fue suficiente para que el par de adolescentes se precipitara a lanzarse desde el fiordo y se sumergieran en un cuerpo de agua que los cubría de pies a cabeza.

Los ojos de Lauri eran de un azul profundo.

Lucrecia tomó su rostro bañado en sudor entre sus manos y lo instó a que volvieran a su realidad.

Él se abrigó entre su escote y la apartó en contra de su voluntad.

Se escabulló como un amante que no quiere morir a manos del esposo enfurecido. Su poco atlético ser de repente era un bólido que se desplazaba de un lado para otro, asegurándose de que no quedara rastro alguno de su presencia.

De la experiencia sobrenatural de duración desconocida, sólo quedaba la saciedad de los tejidos. El entorno celestial fue destruido por paredes de ladrillo, estructuras de metal y madera. 

Mientras Lauri escapaba por la puerta trasera de la cocina, Lucrecia tomaba una bata de satín palo de rosa y caminaba hacia su verdugo.

La esencia conocida la espabiló.

Inhaló la poca serenidad que había y abrió la puerta.

Ulbrecht la miraba como un demente a punto de atacar.

''Puedes ser muy lista pero siempre regresas...'' olfateó su melena ''...te estás volviendo demasiado predecible...''

Un dedo índice calló al alterado espécimen masculino.

''¿Qué te cuesta seguir y acompañarme mientras tomo un baño?''

''No probaré los besos de otro señorita.''

''Otros.'' 

Tomó su mano y lo guio hasta el diván con vista al bosque y al baño.

Sin más, se despojó de la prenda de seda y se la arrojó a Ulbrecht.

Este gesto no le agradó e hizo de la bata una bola que devolvió a su contrincante, quien se desapareció dejando un rastro de su risa.