En lo que Lucrecia limpiaba su piel y pensaba en cómo salirse con la suya para no volver a ser recluida, Ulbrecht se encargaba de notificar al centro de rehabilitación que la prófuga estaba sana y salva.
Pese a que estaba determinado a regresar a la hija perdida con sus amorosos padres lo antes posible, sabía que no era tan fácil arrastrar a una criatura de poco menos de cinco pies con una voluntad de una tonelada y uñas de acero.
Tuvo que ser muy astuto para usar la carnada perfecta: peligro.
Eso y haber contado con los cómplices ideales para que una vez Lucrecia se diera cuenta de que todo había sido orquestado para traerla de vuelta no desatara una tormenta.
El localizador vibró y la señal divina que esperaba, arribó:
Operación Helvetia, aprobada.
El sonido del agua, recorriendo a su compañera de trabajo, cesó.
''¡GRANDULÓN! ¡NO TENGO QUÉ PONERME!''
No había que ser un profeta para predecir lo que pasaría una vez cruzara el umbral entre el casto diván y el baño.
Traía consigo uno de los kits de emergencia con todo lo que ella pudiera necesitar para abrigar sus carnes.
''¡AHÍ TE VA!'' Lanzó la tula con determinación.
El compacto estuche aterrizó a los pies de Lucrecia.
El cilindro negro de lona le alegró el corazón.
Eso solo podía significar una cosa: ya no estaba castigada.
Seguramente alguien con el poder suficiente de persuasión habría convencido al cabezadura. Pero, ¿quién?
Se arrodilló ante el cofre del tesoro esperando encontrarse con una nueva navaja personalizada y quizá un atuendo con corset victoriano flexible a juego con un labial rojo sangre de alta fijación.
Aterrizó y dejó de divagar en sus fantasías.
La tula tenía sus iniciales favoritas bordadas en negro. Poco perceptibles a la vista. Repasó el bordado con sus dedos: JDMM.
Esas letras siempre la traerían a su lugar feliz.
Ellos, siempre...Eternamente.
Al abrir la cremallera, lo primero que salió como un bólido fue una postal de Basilea.
La tomó dubitativamente entre sus manos:
''Querida Lu,
Espero estés lista para alimentar las bestias del zoológico.
Kat''
Definitivamente, ya no estaba en la banca, sino que era una titular más del equipo y tenía un nuevo accesorio para guardar sus chucherías de combate.
Dejó la postal en el piso mientras buscaba lo que usaría para esta nueva aventura.
Un tímido enterizo negro de ripstop con algo de poliéster clamaba su nombre y lo tomó como si fuera una pieza de diseñador.
Se incorporó.
Meneó sus caderas mientras Más es Más de Fangoria la asistía con su rutina de poner sus carnes abundantes dentro de los estándares de Victoria.
El enterizo le ajustaba perfectamente. Algo muy raro.
Esto sólo podía ser obra de dos mentes maestras que conocían sus peculiares dimensiones.
Algo en uno de los bolsillos secretos de la prenda le fastidiaba.
Abrió la escurridiza cremallera.
Una tarjeta. Esperaba que no con el precio:
''Te tiene que quedar.
Trabajamos con tus últimas medidas, princesa.
Te amo.
C.A. Prendas a la Medida Para De-Mentes''
Y ahí tenía la respuesta.
Al otro lado del mundo, Ulbrecht se debatía entre entrar y caer en la tentación o salir a tomar aire fresco para apaciguar su bestia de testosterona.
Tenía que resistirse.
Echó una ojeada por la cabaña e identificó la esencia de otra persona.
Era un hombre, a juzgar por las notas de madera.
Hizo una inspección un poco más detallada para hallar alguna huella del fugitivo.
La cama estaba hecha, pero no como la hace el personal de limpieza, sino como la haría la señorita Harkönnen: de mala gana.
Olfateo las almohadas.
Una mezcla de la esencia de Lucrecia y la del desconocido le dieron la respuesta.
Se acercó a la puerta del baño.
''¿Has traído a alguien contigo?''
''No señor.''
La voz no mentía, pero la escena decía lo contrario.
Sus pensamientos se esfumaron cuando la joven salió con su enterizo negro y aún húmeda melena.
Enfocó su mirada en esa cara desafiante.
Sus ojos eran negros y brillantes, su nariz lucía un poco más respingada y sus labios, levemente hinchados lo llenaron de deseos impuros.
Ella chasqueó los dedos.
''¿Vamos??'' Señaló la puerta.
Ulbrecht espabiló y obedeció.
Los pasos de Lucrecia detrás de él eran constantes y firmes. Era insano pensar que tenerla al margen de las misiones contribuiría a su recuperación cuando era precisamente aquello una de las pocas cosas que calmaba sus demonios.
Él deseaba que algún día algo le trajera la paz por fin.
Cada día era un día más sin ella. Una tonelada más de culpa. Una milla más lejos de su lugar en el paraíso.
''Así que estás lista para el zoo...'' Abrió la puerta.
''Siempre, querido.'' Le ofreció un guiño de complicidad y danzó hasta un abeto.
Ulbrecht cerró la puerta y dejó allí todas las preguntas.
Caminó hacia ella y rodeó su cintura con sus brazos. Apoyó su mentón en la corona de su cabeza.
Ambos dejaron que las cascadas descendieran por sus mejillas.
El Pielinen observaba impotente.
Jörmita despertaba de las profundidades.