El portal a Apricon.

11

—¿No me puedes acompañar?

—¡Noooo, gatita! —Neron me apartó como si quisiera evitar meterse en algún problema y me obsequió el paragua—. La última vez que vine lo hice enojar tanto que casi tenemos un segundo incendio.

Volteé hacia Válian, esperando más coraje por su parte.

—¿Y tú?

—Quise separarlos y me amenazó con hacerme sopa —respondió encogiéndose de hombros.

—Sopa de tortuga ¡Que asco! —se burló Nerón recibiendo las gotas de lluvia en su cabello.

¡¿Y aun así esperan que yo lo convenza?!

—¿Entonces para qué vinieron? —cuestione.

—Annalis me pidió que te trajera —contestó Válian a la defensiva.

—¿Y tú? —le espeté a Neron.

—Estaba solito, pero ¡Suerte! —dijo mientras me daba la vuelta y, con una nalgada tan fuerte, me hizo tambalear hacia la oscura cabaña.

¿Por qué estoy tan nerviosa?

Es solo Krohonan... Lo he visto antes, pero algo en esta visita me pone tensa. Tal vez es la tormenta, o quizás es la posibilidad de que lo enfurezca como lo hicieron estos dos.

—¿Me dejas abrazarte y compartir el paragua? —escucho a Neron a mi espalda

—No me toques—respondió tajante Válian

Un trueno rompió el cielo justo cuando me armé de valor para tocar la puerta. Los golpes resonaron, haciendo eco en la cabaña vacía. ¿Estará en casa?

Cuando estaba a punto de darme la vuelta, unas luces anaranjadas se encendieron dentro. Una silueta se movía entre las ventanas, pero no parecía la de Krohonan, alta y delgada, con cuernos afilados que hacen destacar aún más las alas espeluznantes, casi como si fuera una sombra de alguna película de Tim Burton.

Me giré buscando apoyo, pero, como era de esperarse, los muy cobardes de Neron y Válian ya no estaban. Huyeron.

—¿Milenka? —la voz de Krohonan me sobresaltó.

Se me erizó la piel al escuchar mi nombre en su boca. Ahí estaba él, mirándome desde la puerta con una ceja levantada. Mi sonrisa salió nerviosa, desentonada con el nudo en mi estómago.

—Hola...

Krohonan salió por un momento, inspeccionando el desolado pueblo bajo la tormenta, como si estuviera esperando algo más. Luego me hizo un gesto para que entrara.

—Pasa.

Entré y dejé el paraguas en la entrada. Me quité la chaqueta empapada y la coloqué sobre una silla mientras lo miraba de reojo. No tardó en sospechar.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, cruzándose de brazos—. Sigues pareciendo humana.

—Nadie me vio —le respondí, esquivando su mirada.

El frío de la cabaña me hizo abrazarme a mí misma mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas. No podía simplemente soltarlo sin más. Sabía que no iba a ser fácil convencerlo de venir a la misión.

—Hace frío. ¿Quieres café?

No me esperaba esa pregunta. ¿Café? Pensé que ese tipo de cosas no existían en este mundo.

—¿Café? No tenía idea de que se podía conseguir aquí.

—Se recuperaron muy pocas semillas después de la guerra —explicó mientras se dirigía hacia la pequeña alacena.

Pero me llevé un buen susto cuando, al pasar por al lado de la chimenea, lanzó una bola de fuego de sus dedos, prendiendo la leña en un instante. El destello iluminó toda la cabaña. Krohonan prosiguió.

—Solo un lugar la cultiva de forma exclusiva, y es caro.

—Y ¿es lejos?

—Dos días de viaje, sin mencionar el costo —me dijo mientras encendía una cafetera que parecía más antigua que nosotros.

—Te debe gustar mucho el café para viajar tanto tiempo —bromeé.

—No lo conocía hasta ahora, y odio el sabor amargo —respondió de forma tajante—, pero leí que a los humanos les gustaba.

Me quedé mirándolo, y algo en su indiferencia me hizo sentir una mezcla de emociones que no esperaba. El silencio entre nosotros se alargó, y de repente, lo entendí. Había viajado dos días, a un lugar remoto y gastado una fortuna, solo para conseguir algo que yo disfrutaría.

—¿Viajaste... todo eso solo por el café? —mi voz salió suave, apenas un susurro.

—Si.

Un calor inesperado recorrió mi cuerpo, una calidez que no venía del fuego en la chimenea. Era su manera de admitir algo que en voz alta no se atrevería.

¿Annalis tendría razón?

Sentí mi corazón acelerarse sin quererlo, y sonreí de manera tímida, como si ese simple gesto hubiera derribado toda mala impresión que tenia de él.

—Creo que te hace falta un toque colorido —quise cambiar de tema antes que se me incendiara el rostro.

—Si estoy mucho tiempo en un lugar, la flora se marchita —dijo con una voz que se volvió más suave—. Aún no me has dicho a qué has venido.

Me extendió la taza de café. El aroma que desprendía era tan divino que me hizo salivar, recordando los momentos cálidos en mi hogar.

—Ah, sí. Annalis me pidió un favor —dije mientras tomaba la taza y dejaba que el vapor me calentara el rostro.

—¿Un favor? —arqueó una ceja, claramente intrigado, pero con un tono de burla que me hizo sentir cómoda.

—Bueno, en realidad es más bien una misión. Y quería que me acompañaras.

La risa que surgió de él fue inesperada y contagiosa. La escuché con un embelesamiento que no quise que acabara.

Su reacción era mucho mejor de lo que había imaginado.

—¿Y qué te encargó esa Arpía para necesitarme?

—Ir a buscar bayas del diablo.

Apenas terminé la oración, la expresión de Krohonan se torció de manera aterradora.

Venas negras comenzaron a ramificarse desde sus ojos, extendiéndose rápidamente por su piel, y el ambiente en la cabaña se volvió gélido. La chimenea se apagó de pronto y sentí un escalofrío helado recorrerme haciéndome soltar la taza.

—¿¡Qué gnomo tiene Annalis en la cabeza?! —grito con otra voz, una más oscura—. ¿No le fue suficiente que me negara? ¡¿Ahora te usan a ti!?

—Ella no me está usando para nada, solo que no me quiere dejar ir sola y tú eres el único que sabe que soy humana.

—Entiendan, que si las sirenas no atacan el pueblo es porque creen que soy descendiente del Rey Serpiente. Si me voy, el pueblo quedará desprotegido.




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