Aún se preguntaba si aquello era cierto o si se trataba de un mal sueño, mientras oía hablar a aquel hombre, sin realmente escuchar lo que decía, acerca de todos los pormenores del evento.
Su mirada se encontraba perdida, mirando en todas direcciones, sin detenerse a contemplar los detalles de las paredes del recinto, el cual, a pesar de que estaba prolijamente arreglado, le pareció frío y lúgubre, tan impersonal que no lograba conectarse con ella ni sentirse a gusto.
Volteó su rostro al frente. Su mirada se detuvo de nuevo en el hombre sentado al otro lado del escritorio. No era muy alto, tampoco muy bajo, quizás de estatura promedio. Su cabello estaba esmeradamente peinado hacia atrás, ni un cabello fuera de lugar, como si hubiera usado kilos industriales de gel fijador. Su gabacha blanca aplanchada de forma delicada, inmaculada. El pantalón largo negro con el doblez en el centro de ambas piernas y zapatos del mismo color, finamente lustrados.
Sus ojos viajaron a la parte inferior del rostro del hombre. Veía sus labios moverse pausadamente, algo verdaderamente ilógico. El sonido de su voz se escuchaba distante, lejano. Era como si ella estuviera sentada en el lugar más alejado de una sala de cine, y el video corriera en cámara lenta.
—Si quieren podemos ver la sala donde tendrá lugar todo.
La moción quedó flotando en el aire, sin que se obtuviera una respuesta satisfactoria. Quería asentir, decir que estaba de acuerdo, pero su garganta estaba cerrada y sus músculos se negaban a realizar el más insignificante movimiento. Entonces sintió un ligero codazo en sus costillas, de parte de su hermana mayor, lo cual la hizo reaccionar y voltear a verla.
—No tienes porqué hacer esto.
—Joan y yo podemos escoger todo, no tienes que estar presente, si es que te afecta tanto.
Negó con la cabeza y de inmediato se levantó, siguiendo al hombre que ya estaba en pie esperándolas.
—Sigan, es por aquí.
La sensación de que estaba dentro de un mal sueño volvió a apoderarse de ella; y mientras recorría aquel sitio de paredes pintadas de blanco prístino, no podía dejar de imaginarse cuánto dolor habrían presenciado los barandales de madera que bordeaban la escalera que daba al siguiente piso. Aquellas paredes parecían haber sido testigos silenciosos de incontables momentos de inmenso sufrimiento y desesperación, como el que ella sentía en ese preciso instante.
—Vamos al segundo piso—, indicó el hombre interrumpiendo la línea de pensamientos—ahí podrán escoger la caja.
Una palabra. Cuatro letras. Toda una vida de sufrimiento a partir del momento en que fuera cerrada. Caja. Sentía que el aire se volvía más y más denso, a cada paso que daba. Al llegar al final de la escalera, logró ver algunas de las cajas apiladas en los estantes, y se sintió abrumada. Se detuvo de golpe. Su cuerpo negándose de nuevo a moverse, lo que no pasó desapercibido por sus hermanas.
—No tienes que hacerlo si no quieres—. Volvió a decir su hermana mayor, y ella se negó una vez más.
Inspirando una gran bocanada de aire se obligó a entrar. Por un instante volvió a congelarse, más de pronto sintió las manos de sus hermanas, entrelazarse con las suyas, una a cada lado, y aquel simple gesto le infundió de valor para hacer lo que debía.
“Todo debe ser perfecto.” Se repetía mentalmente. Ella merecía eso, que cada detalle se cuidara para que aquella última ocasión que iban a tenerla con ellos, fuera especial y hermosa, en medio del dolor que los embargaba.
—Esa—. Dijo, señalando una de las cajas, sin esperar a que sus hermanas dijesen palabra alguna.
—Bien, ahora sólo necesito que firme algunos documentos y todo quedará listo.
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“Los cuerpos se fueron apilando uno a uno, y la sangre escurría formando un charco, el cual se filtraba entre la tierra. Cayeron uno tras otro, lacerados, mutilados e irreconocibles; algunos aún caían con vida y mientras sus vidas se extinguen poco a poco sin piedad ni compasión alguna, él se regocija en el baño de sangre que cubría su propio cuerpo.