—¿Planes?, ¿será que no te gustan los hombres?, ¿ese señor con quien vives es tu papá o tu esposo?
—Nada de lo que preguntas es de tu incumbencia –le respondió Laura con mucha serenidad, pero con la determinación de no dejarse intimidar-. Si te sirve de algo un consejo, búscate una novia tan idiota como tú porque no creo que ninguna mujer inteligente o exitosa se fije en ti alguna vez en la vida.
—Mejor vámonos para que no sigas quedando peor –intervino el amigo de Carlos, a la vez que se reía de él en tono burlón-, déjala, todas las millonarias son así.
Pero Carlos ignoró la recomendación de su amigo y, lleno de ira y avergonzado por la burla, tomó a Laura fuertemente por un brazo, y le dijo:
—¡A mí tú no me hablas así! … tú no sabes quién soy yo…
—Es verdad, no sé quién eres tú, no sé quién es tu familia y francamente no me importa; pero si no me sueltas inmediatamente te juro que tú sí me vas a conocer.
El amigo de Carlos le insistió que la soltara:
—Déjala, Carlos, vámonos, suéltala, puedes meterte en un problema, ella no es igual a las otras chicas.
—Escucha a tu amigo… ¿esos son tus métodos de conquista… o así es como obligas a las mujeres? –le increpó Laura, mientras lo miraba directamente a los ojos.
—¡Yo hago lo que quiero, para eso soy el hijo del gobernador!
Apenas Carlos le dijo eso, la agarró por el mentón con la firme intención de robarle un beso, pero él no contaba con la respuesta de Laura, quien le puso ambas manos en el pecho y con una fuerza sobrenatural lo empujó, lanzándolo a varios metros, hacia una inevitable y vergonzosa caída.
El compañero de Carlos no tardó en reaccionar:
—¡¿Qué eres?, ¡¿quién eres?!, ¡nadie puede hacer eso, tú no eres normal!
Laura volvió en sí, rápidamente se montó en su carro y se fue a su casa. Se sintió aliviada porque el estacionamiento a esa hora estaba solo, o por lo menos eso era lo que ella creía, porque hubo un testigo del cual nadie se percató: una sombra de ojos rojos también había presenciado el incidente.