El precio de la corona

Epílogo

_ Señora, sus majestades los reyes han venido a visitarla -me indica uno de mis criados-.

_ Gracias por avisarme Antoine.

Dejo el libro en la estantería y voy directa al salón, donde mi querido primogénito y su esposa me esperan, están conversando con Thomas, el cual habla feliz mirando unos planos, supongo que serán sobre nuevos territorios por conocer, es un tema que le apasiona a ambos. Veo que todas mis criadas están nerviosas, mi hijo se ha convertido en un hombre muy apuesto, por lo que todas las doncellas se prendan de él.

_ Por favor, déjenos solos -pido a todos los criados, por lo que ellos hacen una reverencia y se marchan, escucho de fondo las risitas nerviosas de mis criadas, por lo que sonrío-.

_ Madre, la he extrañado -dice Henry nada más quedarnos solos mientras me abraza-.

_ Y yo a ti mi hijo, ¿cómo os encontráis?

_ Muy bien, madre.

_ ¿El matrimonio está siendo dichoso?

_ Mucho.

Veo a mi nuera, la nueva reina de Inglaterra. Geillis y Henry se casaron hace meses, fue una boda muy dichosa, a la cual tuve el placer de acudir, aunque fue escondida y tras un velo negro para evitar que nadie me reconociera. Veo a la joven muchacha y le doy un afectuoso abrazo cargado de cariño, tiene los cabellos cobrizos y la piel muy blanca, con unos preciosos ojos azules, sé que me darán muy buenos nietos. 

Geillis era una de las doncellas más jóvenes de mi amada sobrina, en uno de los múltiples viajes que hace Helena a Inglaterra se conocieron y ambos se enamoraron, por lo que, para dicha de todos, este ha sido un matrimonio por amor y no político, algo que nunca había sucedido en la monarquía de nuestros reinos. La muchacha ha conseguido ganarse el aprecio no solo de mi hijo, sino de todos los que la conocen, es una joven dulce y culta, cariñosa e inteligente. Pese a que tiene un comportamiento muy dulce sabe mostrar su opinión y no deja que nadie cambie su opinión si sabe que está en lo correcto, algo que admiro. Tiene un fuerte carácter, pero a la vez sabe decir las palabras con amabilidad, suavidad y ternura, sinceramente, no me podría imaginar una compañera de vida mejor para mi hijo.

_ ¿Dónde están mis hermanos? -pregunta feliz Henry-.

_ De camino, Margarita ha ido a buscarlos, estaban jugando con Tadea en los jardines.

_ No me puedo creer que me vaya a llevar ya a la pequeña Elisabeth a palacio, todavía recuerdo el día que nació -dice Henry melancólico-.

_ Por favor, cuidad de mi niña, es mi única hija -digo con el pecho algo oprimido-.

_ Te lo prometemos -dice Geillis-, va a ser mi dama personal más cercana, yo misma me ocuparé de protegerla de todo, incluida de los caballeros de la corte, aún así Thomas estará ahí también. 

_ Lo sé, pero va a ser la favorita de la reina y la hija de la mano derecha del rey, le saldrán demasiados pretendientes, muchos no aceptables.

_ Lo sé mi querida suegra, pero creo que la ha educado para que sepa diferenciar los buenos de los que no lo son, y yo me encargaré de vigilar que no cometa más errores de los debidos. 

_ Gracias. Henry, hijo mío, por favor cuida de tu hermana, prométeme que lo harás -insisto, estoy muy nerviosa por lo que pueda suceder-.

_ Madre, la cuidaré como se merece, es mi hermana, sangre de mi sangre.

_ Eso espero, si no ten por seguro que iré a visitarte al palacio y me encargaré de que los criados lo sepan, creerán ver un mismísimo fantasma, como en Hamlet -escucho a Henry y Thomas reír, si algo ha heredado mi hijo de nosotros es nuestra pasión por Shakespeare-. Si no deseas dejar de ser conocido como Henry el grande y pasar a ser Henry el maldecido, vigílala.

_ De acuerdo -se ríe-. ¿Cómo te encuentras, cómo van las cosas por aquí?

_ Siempre me haces la misma pregunta y te respondo de la misma manera. Estoy bien hijo, aquí soy feliz, vivo con tu padre y tus hermanos, paso mis horas libres conversando y paseando con Tadea y Margarita. Cuando tu padre no esta en palacio bajamos al pueblo y paseamos, ahí todos nos quieren, y gracias al estar tan alejados nadie me ha reconocido nunca. Hijo aquí soy feliz.

Escucho la puerta abrirse y llegan mis dos hijos. Elizabeth hace la reverencia oportuna, sin embargo el pequeño Thomas va corriendo a su hermano y se lanza a sus brazos, el cual le levanta y da vueltas con él por el salón, provocando las risas de todos. Veo las dos cabelleras rizadas y rubias moverse por todo el salón dando vueltas, mi querido hijo Henry y mi querido hijo Thomas, de tan solo seis años juegan divertidos, se adoran el uno al otro.

_ Bueno, aquí tenéis a mi hija, sé que estoy insistiendo mucho, pero procurad que no le ocurra nada malo, por nuestro señor. 

Todos se ríen y mi querida hija pone los ojos en blanco, está nerviosa, lo sé, pero a la vez siente tristeza por abandonar su hogar, sé esa sensación, yo sentí lo mismo cuando abandoné mi reino, pero sé que ella será mucho más dichosa.

_ Hija, recuerda que a partir de ahora ya no serás la princesa Elizabeth Marie -le recuerdo-, ahora serás Mary Elizabeth hija del duque de Suffolk, así si tu hermano se equivoca y te llama Elizabeth no pasa nada.

Miro con mala cara a mi hijo, aunque le cambiamos el nombre hace unos años para acostumbrarnos sigue llamándola mal. Veo a Henry, que se rasca la cabeza mientras se ríe, hace la misma mueca que su padre, la cual adoro.

_ No es culpa mía, han sido demasiados años llamándola Lizzy, es complicado de repente cambiarle el nombre a tu propia hermana.

Todos nos reímos y vemos que la hora ya ha llegado, mi hija debe partir, debe separarse de nosotros. Mi querido hijo Thomas la abraza mientras vemos como se le escapan las lágrimas, aunque las oculta para querer parecer más adulto de lo que en realidad es. Cuando se separan mi esposo (es decir, Thomas, ya que nos casamos en la iglesia del pueblo al poco de llegar aquí), se acerca a ella y le da un beso en el pelo, veo como ambos se abrazan, aunque Thomas la va a poder ver con más frecuencia que yo.



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En el texto hay: historia, realeza, amor real

Editado: 18.12.2020

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