El precio de las palabras

Capítulo 1

Lea Anderson

Bajar 15 kilos en un mes, no es saludable, eso lo tengo más que claro. Después de terminar la secundaria- la peor época de mi corta existencia-, me propuse cambiar mi vida, y con ello mi cuerpo.

Al principio todo fue muy bien, fui con el nutricionista, mi familia me apoyaba, comía bien, hacia ejercicio y muchas cosas más que me ayudaran a llegar a mi cometido. Pero había un problema, los resultados que yo quería no los lograba con lo que estaba haciendo, entonces ahí empezó todo.

Cada vez que quería comer algo recordaba los cometarios “inocentes” que hacia la gente, comentarios que hasta el día de hoy me persiguen. Así comencé a saltearme comidas, mentalizándome que comer hasta un pequeño bocado estaba mal.

Llegue a desmallarme por no consumir nada en el día, pero se lo cubría a mi familia con la famosa mentira de “Estoy estresada, son épocas de exámenes”. Ellos se lo creían sin protestar, me regañaban un poco, pero lo dejaban pasar, al fin y al cabo era para mi futuro.

Cada que me llevaban comida a mi habitación solía esperar a que todos estuviesen durmiendo y allí bajaba y lo tiraba o se lo daba a mi perro, él nunca protestaba.

Esas pequeñas cosas se fueron convirtiendo en hábitos que tengo a pesar de que han pasado dos años, no los tengo todos, pero si algunos.

No me considero una persona con un trastorno alimenticio, pero si me puedo saltear las comidas, lo hago.

-¡Lea! ¡Apúrate, tu padre no quiere llegar tarde!- alise las arrugas de mi vestido y baje a la sala.

¡Mis preciadas vacaciones! Las estaba pasando en casa de mis padres y lo único que hacían era llevarme a cenas con sus preciados amigos.

Como me arrepiento de venir, debería de haberme quedado en mi departamento en la ciudad.

Lo sé, soy afortunada, no cualquiera tiene un departamento en la cuidad. Soy hija única, mis padres me consienten en casi todo, por eso no he podido negarme a pasar estas vacaciones con ellos. Siento que soy una malagradecida si los contradigo.

-Mamá, no hace falta que me grites, ya estaba lista.

-No mientas, Lea- replica papá-. Siempre tardas horas en estar lista.

-Creí que siempre estarías de mi lado- lleve mi mano a mi pecho decepcionada.

-Siempre lo estaré, pero no mientas- rodo los ojos.

-Se supone que aunque mienta tienes que estar de mi lado- dije con voz amargada-. Somos un equipo, o bueno, éramos un equipo.

-Eres una dramática- atacó mi madre.

Sí, lo soy.

-Lo he notado, Liz- dijo papá.

-Papá, de nuevo estas en mi contra- lo enfrente, indignada.

-Que no, solo estoy diciendo la verdad.

-Mejor no digas nada, mejor vámonos.

-Sí, cierto, lo había olvidado- dijo papá agarrando su chaqueta-. Vámonos que llegaremos tarde, por culpa de alguien a quien no voy a mirar- me lanzo una mirada para nada disimulada.

-¡Que maduro de tu parte!- exclamé.

-Ya déjense de peleas los dos- nos regaño, mamá-. Parecen dos críos.

Es lo que somos. Tenemos mentes de críos, mi papá es como mi alma gemela de las pendejadas.

Subimos al auto y papá se puso en marcha. Íbamos a un cumpleaños, sí, a un cumpleaños de un niño de 8 años.

Primero era almuerzo, para sus parientes más cercanos- no sé que iba a hacer allí, ni los conozco-, bueno solo los conozco un poco- y luego la fiesta de cumpleaños como tal para los demás invitados.

-¿Me recuerdan por qué estamos invitados al almuerzo?- inquiero cuando estamos por llegar.

-Porque los conocemos hace años, son amigos de la familia- explica mi Liz-, que tú cada que ellos iban a casa te encerraras en tu cuarto y ni bajaras a verlos, no es nuestra culpa.  

-Lo que tu madre dijo- apoya mi papá.

-Ahh, ahora sé porque no los conozco- estacionamos el auto y bajamos.

La entrada es hermosa, ya me puedo imaginar lo que es por dentro.

Apenas tocamos el timbre nos abre una señora un poco mayor, por lo que supongo que es la abuela del niño. Por la velocidad en que abrió la puerta, puedo decir que estaba muy al pendiente de esta.

-Que alegría verlos, Ian, Liz- sonrió y se lanzo a abrazar a mis padres para luego mirarme a mí-, tú debes ser la encantadora Lea, ¿cierto?

-Sí- no alcance a terminar la palabra que la señora ya se había lanzado a abrazarme-, soy yo. Un gusto.

-El gusto el mío, querida- se aparto de la puerta-. Adelante, pasen- se interpuso nuevamente en mi camino-. Ah cierto, que descuidada soy, no me presente, soy Isabella, la abuela del pequeño Will.

Bueno, hagamos que conozco al pequeño Will.

-Ahh, sí, el adorable Will- le sonreí.

-Bueno, no se queden allí, pasen.

Se corrió de la puesta y nos adentramos a la sala que como suponía es hermosa como toda la casa, toda en tonalidades blancas y negras, muy modernas, de cierto modo me hacia acordar a mi apartamento.

Isabella nos guio al jardín en donde supongo vamos a almorzar. Había muchas personas, como veinte diría yo y aquí llego la parte que más detesto de salir, tener que saludar a todos.

Pero lo voy a evitar.

Modo escape activado.

-Mamá, voy a ir al baño, ¿sabes dónde queda?- pregunté con cara de mosca muerta.

-Sube las escaleras, en el pasillo, la primera puerta a la derecha- sonreí-. Vas, viene y saludas, a mi no me engañas jovencita- mi cara se transformo rotundamente a una de mal gusto.

 Mi plan valió mierda. Como todo en mi vida.

Con reproche me fui al baño y me quede mirándome al espejo unos minutos, realmente no necesitaba ir, solo quería escapar de allí.

Repare mi rostro y pose mis manos en mis mejillas apretándolas, creo que he engordado. ¿Debería hacer dieta? Me pare de medio lado y pase mis manos a mi abdomen tomando un pequeño rollo que colgaba allí, sí debería.

Salí del baño sin mirar atrás, maldita sea, por eso detestaba los espejos, siempre que me veía encontraba más defectos en mí.




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