Ambar
El pasillo del hospital parecía interminable mientras salía de la habitación de Axel. Cada paso que daba se sentía pesado, como si mis piernas estuvieran hechas de plomo. Había dejado a Axel allí, tendido en esa cama, tan frágil e indefenso. No era justo. Él siempre había sido fuerte, mi protector… y ahora, todo lo que podía hacer era esperar.
Al cruzar la puerta, vi a Kate. Estaba de pie, con los brazos cruzados, esperando por mí. Tan pronto como me vio, sus ojos se llenaron de compasión. Sin decir nada, se acercó y me envolvió en un abrazo, sosteniéndome fuerte. Apenas podía contener mis lágrimas.
—Ambar, tienes que calmarte, por favor —me susurró suavemente mientras acariciaba mi cabello—. Tienes que pensar en tu bebé, necesitas relajarte por él.
Mi bebé. Esa palabra me golpeó como un jarro de agua fría. Llevaba tanto tiempo preocupada por Axel que había olvidado, al menos por un instante, que también tenía que proteger a nuestro hijo. Sentí una oleada de culpa y tristeza.
—Tienes razón, Kate —dije en voz baja, apartándome de su abrazo—. No puedo perder la calma. Debo ser fuerte, por Axel y por nuestro bebé.
Kate asintió, dándome una pequeña sonrisa de apoyo. Sabía que ella también estaba preocupada, pero intentaba mantenerse firme por mí. Caminamos juntas hacia el grupo que estaba reunido en el pasillo: los padres de Axel, su hermana y Dave. La atmósfera era densa, cargada de silencio y preocupación.
En ese momento, el médico apareció frente a nosotros, con una expresión seria. El informe médico estaba por venir, y yo no estaba segura de si estaba preparada para escucharlo.
—Hemos hecho todo lo posible —comenzó el médico, su voz grave y controlada—. Logramos sacar la bala que perforó su pulmón. No tocó el corazón, lo cual es un verdadero milagro. Pero… Axel aún no ha despertado, y hay una posibilidad muy alta de que entre en coma.
Las palabras del doctor cayeron como una bomba en la sala. El aire se volvió más pesado, casi irrespirable. Miré a los padres de Axel. Su madre estaba devastada, con los ojos llenos de lágrimas, y su padre… era como si el alma se le hubiera ido del cuerpo, mirando fijamente al suelo, sin decir una sola palabra. La tristeza y la desesperación se apoderaban de todos.
—No puedo asegurarles si sobrevivirá —continuó el médico—. Ahora depende de su fortaleza para salir de esta situación. Lo único que podemos hacer es esperar… y rezar.
El silencio que siguió fue ensordecedor. El mundo parecía detenerse. Las lágrimas corrían por las mejillas de la madre de Axel, mientras su hermana sollozaba a su lado. Me sentí incapaz de respirar. ¿Coma? ¿Axel en coma? No podía ser posible.
—Debido a la delicadeza de su estado —prosiguió el médico, bajando un poco la voz—, solo una persona podrá quedarse con él durante la noche. Necesitamos mantener un ambiente tranquilo y sin estrés.
Sin dudarlo, di un paso adelante.
—Yo me quedaré con él —declaré, mi voz firme a pesar del dolor que sentía en el pecho—. Seré yo quien esté a su lado hasta que despierte.
Todos se volvieron hacia mí en ese momento. Las miradas cayeron sobre mí: la madre de Axel, su hermana… y su padre. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al ver la expresión del hombre. No era tristeza lo que había en sus ojos, era enojo.
—¿Tú? —espetó el padre de Axel, dando un paso al frente. Sus ojos se oscurecieron de furia—. ¿Cómo te atreves a decir que serás tú quien se quede con mi hijo? ¡Tú eres la razón por la que está aquí en primer lugar!
Su voz resonó en el pasillo del hospital, cargada de amargura y desprecio. Las palabras me golpearon como un puñal. Sentí que mi estómago se hundía, pero me mantuve firme, sin apartar la mirada.
—¡Tú lo arrastraste a esta locura! —continuó, cada vez más furioso—. Si no fuera por ti y tus absurdos planes, Axel no estaría en una cama de hospital, al borde de la muerte. Eres una maldita manipuladora.
Las lágrimas volvieron a mis ojos, pero esta vez no eran de tristeza, sino de rabia contenida. No podía creer que me culpaba de esto. Yo también estaba sufriendo. Yo también amaba a Axel, más de lo que él podía imaginar.
—¡Ya basta! —intervino la madre de Axel, agarrando el brazo de su esposo con fuerza—. Este no es el lugar ni el momento para esto. No hagas un escándalo en el hospital.
—¡No! —gritó él, soltándose de su esposa—. Es su culpa. Ella es la que lo llevó a esto, y ahora quiere hacerse la víctima, quedarse a su lado como si fuera su derecho. No tienes ningún derecho, Ambar. ¡Ninguno!
Mis labios temblaban, pero no me dejé intimidar. Yo era la única que podía estar allí con Axel. Nadie más. Nosotros éramos una familia. Tomé una respiración profunda y me planté frente a él, mirándolo directamente a los ojos.
—Yo lo amo —dije, mi voz temblorosa pero decidida—. Y él me ama. Soy la madre de su hijo, y si hay alguien que tiene que estar a su lado, soy yo.
El silencio cayó de nuevo, pero esta vez era tenso, como si el tiempo se hubiera congelado. Nadie esperaba que dijera eso, pero era la verdad. No iba a dejar que nadie me apartara de Axel, no cuando más me necesitaba.
El padre de Axel me miró con los ojos entrecerrados, apretando los dientes. Su ira era palpable, pero no tenía más palabras. No podía negarlo. Yo pertenecía allí, junto a Axel, y nadie me lo iba a impedir.
—Me quedaré con él —repetí, esta vez con más firmeza—. Hasta que despierte.
El silencio en el pasillo del hospital era tan denso que apenas podía respirar. La tensión se palpaba en el aire, y todo el mundo parecía estar conteniendo el aliento. El médico, visiblemente incómodo por la discusión que se acababa de desatar entre los padres de Axel y yo, levantó las manos en señal de calma.
—Por favor, todos tranquilícense —dijo el doctor con tono firme, intentando restaurar el orden—. Necesitamos mantener un ambiente de paz para el bienestar del paciente.
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Editado: 05.05.2025