El presente de los miedos

Capítulo 15

Antes de darme tiempo a contestar, Elliot comenzó a irse. Camille, la agradable voluntaria, cruzó unas palabras con él pero a juzgar por su rostro aturdido, Elliot debió ser bastante borde.

 

Fui detrás de él, pero no corrí. No quería llamar la atención más de lo que ya estaba haciendo él.

 

—¡Adiós, Josephine! ¡Espero volver a verte por aquí! —dijo Camille cuando ya la había dejado atrás.

 

—¡Sí! —contesté.

 

Perdí de vista a Elliot, lo que significaba que él ya había salido del refugio. Yo era consciente de que quizá mi pregunta no había sido la más adecuada, pero tampoco entendía esa desmesurada reacción. Lo único que hacía era confirmar mis sospechas y las de todos que estaban alrededor de él: el cáncer se había llevado algo más de la vida de Elliot que todos esos meses encerrado en una habitación debatiéndose entre la vida y la muerte.

 

Salí y le vi, dispuesto a subir al vehículo.

 

—¡Elliot! —grité—. ¿Pensabas dejarme tirada aquí?

 

Él se detuvo y con la mano aún apoyada en la puerta abierta, se giró. Realmente parecía afectado y de pronto un gran nudo se instaló en mi estómago, retorciéndose cada vez más mientras caminaba para acercarme a él.

 

—Sé que no debí decir...

 

—No —me cortó—. Josephine, por favor. No es tu culpa.

 

—Podemos hablar. Puedo escucharte.

 

—¡Deja de comportarte como si fueras mi psicóloga! —exclamó iracundo—. ¡No es tu obligación hacerme sentir mejor!

 

El enfado que me crearon esas palabras confirmaron algo que yo aún tenía dudoso: no me sentía en la obligación de hacer sentir mejor a Elliot. Lo hacía porque quería. Porque me nacía. Porque deseaba verle sonreír, verle bien. Verle sanado completamente.

 

—Entiendo que...

 

—¡No entiendes nada! —volvió a interrumpirme—. ¡No...!

 

—¡Joder! Deja de cortarme de una maldita vez. ¡No voy a permitir que pagues algo conmigo de forma injusta solo porque... estés deprimido!

 

—¡No estoy deprimido! ¡Te he dicho que no lo entiendes!

 

Bufé con vehemencia, y mientras escondía mi rostro entre mis manos para relajarme, escuché un portazo.

 

¿Se había ido?

 

Cuando despejé mi vista vi que él seguía ahí y suspiré, algo más calmada.

 

—Lo siento —musitó—. No debería haberte hablado así.

 

—Elliot —pronuncié y adelanté varios pasos más a él—. Puede que no lo entienda. Puede que me esté tomando demasiadas atribuciones porque creo que sé mucho simplemente porque mi hermana está pasando por lo mismo que pasaste tú. Puede que esté equivocada. Pero si no lo entiendo, quiero que me lo expliques. Quiero que...

 

—No quiero hablarlo contigo, Josephine, no quiero...

 

No hablaba mirándome a los ojos. Su postura reflejaba la mayor pasividad que había visto jamás mientras que su mirada estaba clavada en el suelo. Me acerqué a él y acuné su rostro entre mis manos, alzándolo para que me mirara.

 

—Tienes razón, no soy tu psicóloga. Soy tu amiga. Y si me siento en la obligación de hacerte sentir bien es porque... porque me importas, Elliot. Me importas. Desde que salí del quirófano no dejé de pensar en ti, y ahora que te tengo frente a mí no quiero ver cómo te hundes y observarlo con los brazos cruzados. Quiero...




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