El presente de los miedos

Capítulo 30

29 de junio de 2014

 

Abrí los ojos y giré sobre el colchón. El rostro de Elliot estaba de ahí, a escasos milímetros del mío. Uno de sus brazos estaba bajo mi cuerpo y el otro sobre él. Seguía dormido. Pasé la yema de mis dedos por su rostro cálida y tenuemente para que no se despertara. Su respiración era tranquila. Me sentí extrañamente feliz. El corazón apenas me cogía en el pecho por la dicha de despertar y que lo primero en ver fuera él. Dejé un suave beso en la punta de su nariz. Estaba profundamente dormido. Después rocé mi nariz con la suya, suspirando profundamente.

 

Admiraba al hombre que tenía frente a mí. En muy pocas ocasiones me había parado realmente a pensar en todo lo que él había vivido antes de conocerme. Imaginármelo en la misma situación que Jasmine me rompía el alma. No podía ni si quiera pensar qué ocurriría si nos hubiéramos conocido en otra situación y él hubiera seguido sin encontrar un donante de médula. Ese miedo ajeno me comenzó a dificultar la respiración y sin darme cuenta, sentí la humedad en mis mejillas.

 

Le amaba. Amaba a Elliot Hoffman con todo mi corazón. Quizá era demasiado pronto para sentir aquello, pero no podía negarlo más, no al menos a mí misma. No me imaginaba un minuto de mi vida sin él.

 

Lo que nunca pensé que llegaría a mi mente, finalmente lo hizo. ¿Qué hubiera pasado si Jasmine no hubiera enfermado? ¿Qué sería en ese momento de él? ¿Habría... muerto? ¿Elliot estaría muerto? Un escalofrío eléctrico me tensó todo el cuerpo. Me levanté cuidadosamente para no despertarle. Agarré su camisa blanca y me la puse para salir a la terraza de la habitación. Estaba amaneciendo y el personal del Zana ya estaba trabajando, al igual que algunos clientes ya estaban desayunando.

 

No me di cuenta que estaba llorando casi desconsoladamente hasta que escuché mis propios sollozos. Concebir aquella idea conseguía sobrecogerme.

 

La sutil brisa de la mañana me tranquilizó. Mirar dentro de la habitación y ver cómo dormía plácidamente también consiguió que aplacara aquel miedo que se había arraigado de esa forma tan vehemente a mi alma. Tenía que dejar de pensar en ello. Tenía que olvidar. Solo me hacía daño.

 

—Uhm... ¿Josephine...?

 

Me enjugué las pocas lágrimas que aún persistían y entré. Elliot estaba sentado sobre la cama, con la blanca sábana de algodón cubriendo su cuerpo. Sus ojos estaban entrabiertos y su cabello totalmente despeinado.

 

—¿Cómo has dormido? —pregunté sentándome en la cama.

 

Él me agarró la mano y comenzó a masajearla con su pulgar.

 

—Mejor que nunca... ¿cuánto llevas despierta?

 

—Me acabo de levantar y no quería molestarte.

 

Elliot enganchó mi cintura y me suspendió sobre él.

 

—Mi camisa te queda muy bien —comentó y reí—. Pero bueno, ¿qué es esto?

 

—¿El qué?

 

Elliot se incorporó, provocando que yo también lo hiciera. Liberó mi frente de mi cabello y la masajeó. Un pequeño dolor me estremeció.

 

—Ay —me quejé.

 

—Uf. Vaya chichón, mi niña. Debe de ser por el golpe de ayer. Lo siento mucho, de verdad.

 

—No te disculpes... ni me había dado cuenta.

 

—¿Te duele?

 

—Solo si aprietas.

 

Elliot asintió y posó sus cálidos labios sobre el hinchazón que posteriormente palpé para conocer sus dimensiones.

 

—De todas formas sigues estando preciosa —dijo.




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