El presidente

Capítulo 6: Salida inesperada

Un mes después.

Verónica admiraba su cabello lacio en el espejo del baño, no estaba segura de su nuevo corte de cabello, corto hasta los hombros y lacio. Aceptó el tratamiento de alisado que Alicia le estuvo ofreciendo desde que la conoció. Tragó saliva negándose a analizar porque aceptaba hacerlo ahora. «¿Por él?», sacudió la cabeza «Claro que no, yo soy digna, él ni me mira, ya se me pasó la tontería con él».

Alicia y Melisa salieron de los individuales y le sonrieron, ellas les devolvió la sonrisa en el reflejo del espejo.

—¿Te gustó? —preguntó Alicia sonriéndole entusiasmada.

—Sí, eres muy buena peluquera.

—Ese color negro no te lo quise quitar, porque es tu gancho, un negro tan intenso que da envidia.

—Deberías dedicarte a la peluquería —respondió Verónica con modestia.

—Eso hago, en mis ratos libres, una nunca sabe.

—Bueno —intervino Melisa—, según se dice en los pasillos, nos cambiaran a algunas áreas, como a Antonia; no nos van a despedir.

Verónica notó escepticismo en su mirada a pesar de las palabras que decía. Ella también había oído los rumores. Antonia fue llevada como asistente del director de finanzas.

Les habían estado haciendo pruebas técnicas, pidiéndole certificados de cursos, estudios, detalle de experiencias y varios ejecutivos las estuvieron entrevistando, a todas, menos a ella. Aspiró aire y lo soltó con pesar. Sintió un vacío en el estómago y sus ojos se humedecieron, aspiró más aire y sonrió a las chicas. No quería ponerse triste delante de ellas, Melisa la tomó por la mano.

—No te preocupes, seguro que ya te tienen vista para trabajar con algún ejecutivo.

Ella afirmó con una sonrisa dulce en sus labios. Si hablaba se echaría a llorar. Ya se había inscrito en la universidad, estudiaba optometría, no era su carrera soñada, pero le permitía aspirar a más, perder su trabajo la pondría en una situación complicada pues no tenía ahorros ni a nadie más que la ayudara o viera por ella.

«No pasa nada, encontraré algo». Ya había empezado a buscar trabajo, ella no podía permitirse esperar a ver qué pasaría con ella. Veía como las demás eran incluidas en programas a los que ella no era invitada, así como cursos. No se atrevía a preguntar porque la excluían, no quería parecer desesperada, aunque lo estaba.

La confrontación no era lo de ella, como aquella vez que molesta pretendió ir a enfrentar a Julio César Betancourt, pero en su lugar terminó humillada, bajando la cabeza y como una débil. Desde ese día evitó mirarlo o saludarlo siquiera. Él pasaba recitando un frio buenos días a todas o dirigido a nadie en particular, y caminando con su paso suave y seguro. La ignoraba olímpicamente, pedía ayuda a las demás, a ella ni la miraba.

Tras una semana de ver su comportamiento frio e indiferente, ella decidió ser más fuerte que su tonto corazón ilusionado, se exigió fuerza y valentía, comenzó a ignorarlo también, cuando pasaban cerca el uno del otro ella desviaba la mirada o la mantenía en el suelo, no lo miraba ni le ofrecía la más básica cortesía de un saludo, era un hombre odioso y rudo.

—¿Y qué tal la universidad? —preguntó Alicia mientras regresaban a la recepción.

—Bien. Me gusta, es una nueva experiencia para mí. Debo gastar en materiales y eso, pero estoy entusiasmada.

—¡Qué bueno! Haces bien en querer superarte. Vales mucho, Vero.

 —Gracias.

Mantuvo una expresión seria. Se preguntó porque siempre despertaba un sentimiento de lástima en los demás: «claro soy huérfana de padres, mi abuela se murió, estoy más sola que la una de la tarde, saben que me despedirán». No le gustaba que le tuvieran lástima, apreciaba los gestos de comprensión, pero odiaba las miradas lastimeras.

Clara se acercó a ella con una sonrisa amplia y una mirada piadosa, Verónica quiso rodar los ojos, se contuvo por respeto a Clara que siempre fue amable y cariñosa con ella. La mujer le puso una mano en el hombro y se lo apretó.

—Te llaman en recursos humanos, ve y pregunta por Anselmo —susurró cerca de su oído.

Verónica sintió sus ojos humedecerse y el corazón se le desbocó, se apretó el estómago y sonrió nerviosa. «Me van a botar», estuvo segura. Se preguntó por qué entre todas, ella. Su mente le dibujó escenarios en los que tenía que ver con que ella solo era bachiller mientras las demás habían comenzado a estudiar o tenían carreras a medias, ella había comenzado sus estudios, pero tan recientemente.

Caminó hacia el ascensor que la llevaría al departamento de recursos humanos, sus manos temblaban y el vacío en su estómago se extendía por todo su cuerpo, temió perder el conocimiento y desmayase. Sabía que si le decían esas palabras, se echaría a llorar.

Su cuerpo se sentía frio para cuando tocó la puerta de la oficina. Se abrió la puerta y un hombre alto y delgado de tez muy blanca que llevaba un traje bastante más grande de lo que debería, le sonrió y extendió su mano haciéndose a un lado para que pasara.

—Buenas tardes, me dijeron que preguntara por Anselmo.

—Hola, Verónica, soy Anselmo, pasa a mi oficina —pidió con amabilidad.



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En el texto hay: hijos, oficina, custodia

Editado: 09.12.2022

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