El principe de las rosas

Bosque

Rebosante de emoción por el paseo del día anterior, Daiana despertó animada y, mientras salía de la cama, escuchó unos golpecitos en su balcón. Se asomó curiosa y al saludar a Giarle, notó que el caballero le hacía señas para que bajara al jardín. A toda prisa acabó de prepararse y habría corrido escaleras abajo, de no recordar la advertencia de Gialo, sobre el pánico en palacio. Al llegar, se le contagió la radiante sonrisa del jardinero, quien, apenas conteniendo la emoción, se hizo a un lado para que ella pudiese ver el rosal. Dos cosas saltaban a la vista en un simple vistazo.

La primera, era que el arbusto, antes plantado en tierra, se alzaba sobre una elegante maceta blanca con forma de copa. La segunda, una hermosa rosa con los pétalos centrales en un rosa suave que se oscurecía hasta volverse violeta en los exteriores. Era, por mucho, más grande que las otras y resaltaba en la parte alta del arbusto.

—Dígame qué ha hecho para conseguir esa maceta y que florezca una rosa como esa —exclamó Giarle con entusiasmo—. Es la primera vez que veo una con pétalos así.

Daiana sostuvo la rosa con cuidado y sonrió enternecida al descubrir que era por ese abrazó en el que Artem acabó perdiendo el conocimiento. Su piel se erizó al sentir, en carne propia, el desconcierto y la euforia que desbordaron al rey, en ese momento en que su corazón dio un vuelco y un temblor lo recorrió de pies a cabeza, mientras sus músculos se tensaban, justo antes de colapsar, abrumado por la dicha. Aquella rosa iniciaba con un tono y concluía con otro, al igual que las emociones que Artem sintió, sin embargo, para la maceta no tenía una explicación.

—Pero, hay otras macetas en palacio —dijo confundida—. No es la primera.

—Es verdad —indicó paciente—. Las he visto aparecer. Brotan del suelo, van tomando forma con la tierra y finalmente cambian de color. Sin embargo, no sé qué lo causa.

—Tampoco yo —dijo pensativa—. La maceta no me muestra nada.

—Continuará como una curiosidad en ese caso, pero no negaré que estoy maravillado. De seguro es algo bueno.

—Espero que sí. Disfruto mucho de ver a Artem feliz, aunque no olvido sus consejos, acerca de ser firme si hace falta.

—No debe preocuparse, pero sí debería subir, ya se levantó.

Daiana miró la silueta cruzar la cortina y, nuevamente, el cabello de Artem se veía curiosamente corto, pero, en lugar de llenarse de miedo, se despidió de Giarle y subió a ver al rey. Al llegar frente a su puerta tomó un profundo respiro, tocó con suavidad y sonrió aliviada al escucharlo con la misma alegría de costumbre, mientras las enredaderas abrían para ella. A toda prisa, Artem le entregó el cepillo y corrió a subirse a la cama, Daiana peinó y tejió la trenza, dejándolo listo para desayunar. Bajaron deprisa y, en el comedor, Daiana se preguntó, cuántos comensales serían de otros mundos.

Aquella interrogante rondaba su cabeza mientras desayunaban, pues algunos de los comensales, como Gialo, pasaban desapercibidos, sin embargo, otros llamaban bastante la atención, como uno de los ministros, que tenía cuernos curvados, imposibles de ignorar. Intentaba recordar otros rasgos resaltantes en el resto y, al notarla distraída, Artem dio un par de palmadas haciéndola dar un respingo.

—¿En qué piensas? —interrogó cuando ella se volvió a mirarlo.

—¿Alguien en el comedor es igual a Gialo? —preguntó curiosa.

—No comprendo lo que intentas decir.

—De otros mundos.

—Casi todos —indicó despreocupado—. Hay mucha variedad. Sus familias han pertenecido a los nobles del palacio desde hace varias generaciones.

—¿Cómo los distingues?

—Pues —silabeó pensativo—. En un principio era bastante complejo, pero fui aprendiendo a ver los detalles con el tiempo.

—¿Detalles?

—De hecho —exclamó divertido—. Aprendí con un libro muy interesante que está en la biblioteca. Es grande, borgoña y tiene detalles en rojo brillante.

—¿Puedo ir a buscarlo?

—Por supuesto. Yo te ayudaré con lo que no entiendas.

Al dejar el comedor, Daiana corrió emocionada, pero ni bien se alejó de Artem, regresó a toda prisa y tomándolo de la mano antes de que entrara al despacho lo miró en silencio.

—¿Estás bien? —interrogó confundido.

—No sé dónde está la biblioteca —respondió avergonzada—. Nunca he ido.

—Las rosas te mostrarán el camino —dijo risueño—. Basta con que les preguntes.

—¿Entonces si hacen eso? —interrogó observando las plantas junto a la puerta—. ¿No me lo imaginé?

—Sí. Ellas están por todo palacio. Conocen a la perfección cada rincón.

—¿Son iguales a las del jardín? —preguntó curiosa.

—No —respondió pensativo—. Las del jardín no poseen una conciencia. Si me das algo de tiempo puedo encontrar una manera de explicarte.

—Está bien, iré por el libro —dijo risueña—. No tardo.

Aun antes de que Daiana pudiese hacer la pregunta, las enredaderas le indicaron una dirección y ella se encaminó a la biblioteca. Deambulaba emocionada por un nuevo pasillo cuando tres rosas rojas llamaron su atención. Se acercó curiosa y ni bien sostuvo la primera, pudo ver a la madre de Artem correr divertida por el pasillo, llevando en sus manos una colorida caja. Pensaba en lo feliz que su mejor amigo estaría al recibir aquel obsequió y se detuvo un instante para abrazar la caja con fuerza antes de correr y perderse al doblar la esquina.



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En el texto hay: rosas, secretos, recuerdos

Editado: 13.09.2025

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