Menelik
Las largas zancadas y profundas zancadas retumbaron creando un eco por todo el pasillo del ala norte. El rey se encontraba más que furioso luego de descubrir que su primogénito y único heredero al trono, había desaparecido. Por supuesto, sabía que no había sido ningún tipo de acto terrorista. Claro que no lo era. El sabio león sabía que su imprudente hijo había huido, como modo de ofender su poder, pero eso no era lo más importante. Debía pensar en el panorama completo. Eider no solo había roto cada orden que él le había dado sino que ahora su preciada vida corría riesgo. Con su gruesa y varonil voz le ordenó a los guardias que resguardaban su puerta que lo escoltaron ante él. Aunque su hijo pensara que no lo tomaba en cuenta, él rey no era ningún tonto. Sabía bien quién sabría con exactitud dónde se encontraba su hijo. Decidió mantenerse solemne aun cuando oyó como las puertas de la cámara se abrían. Al escuchar como tres cuerpos hacían paso por la habitación solo inclino un poco la cabeza. Su vista se encontraba perdida en medio de la majestuosa pintura que se hallaba frente a él. Era una mujer muy bella, por desgracia no era una Fera pero había poseído el corazón de uno. Su nombre era Emily, ella había sido una gran mujer, demasiado para estar manchada con la sangre humana. Como muchas otras, había perdido su vida a manos de la peste, hacía centenares. Había días que no podía dejar de ver sus ojos. Tenía una mirada extraña. Nunca había sido capaz de descifrar en qué estaría pensando.
No fue hasta que Menelik oyó esa voz, que se dio vuelta con una mirada de asco total hacia él.
— ¿Cómo se encuentra en esta bella mañana, su majestad? – cuestionó Finley con sarcasmo, entregando, además, una sonrisa creyéndose ganador.
Un gran error.
Finnley se encontraba de rodillas en medio de la sala, con guardias vigilando cada movimiento que hacia, pero era inutil vigilarlo ael. El rey se hacerco con sigilo hasta una esquina de y con lentitud tomó una bella mesa de madera que se encontraba cerca de ambos, y con ambas manos y una fuerza descomunal decidió estrellarla contra el muro de piedra. Logrando sin esfuerzo romperla en pedazos. Tanto los guardias como Finnley estaban anonadados por el arrebato de Menelik, quien siempre era un Fera muy recatado. Pero rápidamente el asombro fue sustituido por el miedo en Finnley, al oír la voz de su rey.
— ¡Quiero que todo el mundo se retire de inmediato de esta habitación! – ordenó con su pecho bien abierto, mostrando quien era el verdadero alfa del lugar.
Acto seguido todos los presentes que se encontraban allí abandonaron la habitación, dejando a un Menelik muy enojado y a un pobre Finnley quien no sabía qué hacer.
– ¿Dónde está mi hijo? – inquirió.
— No lo sé, majestad — respondió con la cabeza gacha.
— No seas necio, pedazo de mierda, nadie más que tu sabe dónde se encuentra Eider.
— ¿Y cree que eso es culpa mía? ¿Que pase más tiempo dentro de cuatro paredes, que usted mismo? ¿Que nunca pueda salir a explorar? ¿Que...
— Escúchame bien... — comunicó logrando bajar su tono de voz, pero eso no detuvo que tomará al joven macho de los hombros y con rapidez lo llevará hasta una pared. Al tenerlo allí no pudo evitar ejercer presión sobre el cuello, haciéndole casi imposible lograr respirar — por el cariño que le tengo a tu difunta madre, no voy a colgarte mientras los perros te desgarran la piel y los buitres se cogen tu cráneo pero ten por seguro que cuando mi hijo esté dentro de estos muros tendrás tu castigo. Nadie osa desafiarme y menos un simple sirviente.
— No le tengo miedo a morir — anunció entre susurros —. Daría la vida por el príncipe Eider y si debo desobedecer a mi rey, pues que así sea.
Menelik suspiro con fuerza, soltando poco a poco el cuello del joven.
— Admiro profundamente la lealtad que tienes por mi hijo, es una lástima tu total falta de modales, y respeto por la autoridad. Algún día podría costarte la lengua pensar así.
La sangre del joven se helo, porque dentro de él sabía perfectamente que no era una amenaza más bien se trataba de una sucia advertencia que sabia que tarde o temprano cumpliria su rey.
— Gracias, majestad, pero mi lealtad está con el futuro rey.
El rey tomó su cabeza entre sus manos exasperado.
— ¿No logras comprender que Eider está en peligro? — antes de terminar la pregunta una sonrisa amarga salió de él — No, claro que no. Las personas como tú, nunca pueden entender que cuando alguien ordena algo es porque hay una razón.
Finn sabía exactamente a qué se refería. "Alguien como él", más bien alguien pobre quiso decir, pero eso fue lo que menos noto en la oración.
— ¿A que se refiere con que Eider está en peligro?
— ¡Ignorante! Estamos a dos pasos de una guerra contra dos naciones que juntas podrían acabar con todo nuestro reino, y mas importante con nuestra raza. Lo único que haría falta para que la guerra comience es un pequeño error de cualquier reino, y los tratados de paz se romperían.
La respiración de Finnley se aceleró al escuchar eso.
— ¿Que tiene que ver Eider en todo esto?
El rey caminó hasta su silla detrás de su escritorio y sin más se sentó en ella.
— Si algo le llegará a pasar a mi hijo, yo como rey y como padre me vería obligado a declarar la guerra. Eso dicta la ley. El pueblo no va a aceptar que yo me quede de brazos cruzados si es que su príncipe ha muerto a manos de otra raza. Además, seríamos demasiado débiles, ¿donde quedaría nuestro orgullo?
— El pacto Sankt Pert — recordó en voz alta, maldiciendose —. Mierda.
— Sin un heredero con sangre real en el trono cualquier macho fera mayor de 16 años es capaz y será obligado a pelear en un combate abierto por ostentar el honor al trono de Nimue. Esa es nuestra ley más sagrada. Solo el Fera mas fuerte, rápido y hábil puede gobernarnos — señaló.